Qué extraño misterio, qué secreto conjuro, nos puede llevar a leer las reseñas de cientos de libros que no leeremos jamás. ¡Y ni tan siquiera por falta de voluntad! Esos libros que alguien lanzaba a la piscina y, en la revista para la que escribía Szymborska, simplemente dejaban tirados por ahí, sin la más mínima voluntad de escribir sobre ellos (ni falta que les hacía, porque estos se vendían solos). Pero la poeta polaca siempre fue un bicho raro, de modo que se sentaba allí y se ponía a escribir sobre aquellos volúmenes que trataban de las cosas más dispares, desde como nadan los animales a los abrazos, desde algún rey polaco a los bichos venenosos, pasando por los esquimales y mil cosas más (¡hasta Hasek!). Como Jean-Luc Godard, que adaptaba novelas policiacas ignotas simplemente para hacer lo que le daba la gana, ella cogía cualquier libro para hablar de cualquier cosa. Y nos da exactamente igual. Porque escribiera sobre lo que escribiera, siempre era igual de apasionante, de divertida, de justa, de implacable. Un espíritu libre en un mundo que arrastra sus propias cadenas baja el peso de tantas cruces.
Como en su poesía, es de lo cotidiano de lo que brota toda la belleza del mundo. Y lo cotidiano es cualquier cosa, también los libros prácticos o de historia o de quién sabe qué. De hecho, son ellos los libros que la gente pide y no esas cosas extrañas escritas por escritores extraños de nombre extraños y extraños argumentos. El logro de Szymborska, precisamente, es lograr sacar de ahí donde no parece haber nada, una obra literaria asombrosa, de una riqueza maravillosa, que juega con nosotros alegremente, y nos acerca a un estado cercano a la felicidad (si no es ella misma). Es imposible amar sus poemas y no encontrar todo el universo que ellos recogen en su obra en prosa. En estas lecturas no obligatorias se encuentra todo, empezando por esa humildad, por esa sencillez que no es nada sencilla, sino tremendamente complicada.
La reseña se convierte en una forma de ensayo sobre cualquier cosa. Ni tan siquiera es especialmente necesario hablar de la obra, que se convierte en no pocas veces en un mero pie para que ella construya otra cosa. Y uno, que ya ha escrito sobre algunos centenares de libros, envidia esa libertad que da escribir sobre lo que no te interesa y hasta permitirse ser cruel o dar unas cuantas patadas en la espinilla de algún otro, porque lo dejó todo perdido de erratas, o porque hizo una antología en la que faltaban tantos como sobraban. Y lo hace con una inocencia tal (que se seguramente no) que dudo que alguien pudiera enfadarse con ella, por muy maltrecho que acabara.
Este Prosas reunidas, esta reunión de reseñas (realmente esa es toda su prosa: reseñas), puede ser leída y debe ser leída como una novela. Como una obra de ficción cierta, como una autobiografía encubierta, como una catálogo de pequeñas cosas que le llamaban la atención, como un juego tremendamente divertido. No nos creamos ni tan siquiera que no se leía los libros… ¡al contrario! Aunque fueran diccionarios con mil entradas, ella pacientemente (y placenteramente, intuyo) se adentraba en los secretos del mundo, para decir cuatro cosas más sobre ellos. Sí, echamos tanto de menos a Szymborska. Por su obra pero también por su manera de entender el mundo, que es lo mismo. Por esa alegría de vivir que palpita en cada uno de sus poemas o textos.
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2 thoughts on “ Wisława Szymborska. Un espíritu libre, por Juan Jiménez García ”