Biografía de X,, de Catherine Lacey (Alfaguara) Traducción de Núria Molines Galarza | por Gema Monlleó

Catherine Lacey | Biografía de X,

“una persona siempre excede y resiste los límites de una historia que gira en torno a ella; por amplios que sean, su subjetividad se desborda, gotea por los bordes y luego se seca por completo. Parece que el ser humano es demasiado complejo para quedarse quieto dentro de un relato” 

¿Cómo escribir una reseña de Biografía de X (Catherine Lacey, Tupelo, 1985)? La manera más adecuada sería dejando un gran espacio en blanco tras esta pregunta que terminase con una frase “en modo faja” conminando a su lectura. Pero me temo que el espacio en blanco podría confundirse con algo similar a un “Error HTTP​ 404 Not Found” en lugar de con un juego performativo con el libro, así que voy a intentar escribir algo con el cuidado de quien camina por un campo de minas. Y es que parte del juego de la lectura de este libro es la sorpresa, el ir apartando las capas que contiene de a poquito, el comprobar hasta dónde alcanza la escritura en expansión de la novela (y de la magnífica traducción de Núria Molines Galarza). 

Biografía de X es la encarnación del gran pacto de la ficción (“El título de este libo -como suele pasar- es mentira”). Un libro-Criatura hecho de pedazos de arte, de historia, de drama, de distopía, en el que Lacey se imbuye del espíritu del Doctor Frankenstein. Un libro que desborda los géneros y que contiene gran parte de las inquietudes contemporáneas sobre la construcción de la identidad, la sumisión en la relación de pareja y las máscaras del amor dominante y cruel, nuestra responsabilidad en la historia (en la Historia), los límites (y los espejos) del arte, las consecuencias de la exposición individual  ilimitada, los espacios subterráneos del concepto de autoría, la naturaleza ontológica y escurridiza de la verdad, los efectos de la polarización, la violencia social (del terrorismo a la represión), las consecuencias vitales del dolor y el abandono, las zonas de sombra de los genios… Un pacto de la ficción de ambición filosófica a la par que literaria.  

¿Quién es X? X es la difunta esposa de C., fallecida de un infarto en 1996. ¿X tiene nombre? Sí, varios: de Caroline a Dorothy, de Vera a Bee, de Clydelle a Yarrow, y unos cuantos más que C. menciona/descubre (aunque probablemente no sean los únicos). ¿Y C.? ¿Tiene nombre C.? Sí, Cyntia, o Charlotte, o Char… porque quizás la primera pregunta que nos lanza Lacey es sobre qué contiene un nombre, quiénes somos tras una identidad oficial (del diario de X: “el precio de tener una identidad es la incapacidad de transformarla”). Tras la muerte de X, artista, escritora, performer (sus acciones se asemejan a las de Marina Abramovic y Sophie Calle), cantante, escultora, editora, compositora, productora (de nuevo las etiquetas desbordadas), y de una biografía parcial escrita por una típica sanguijuela del oportunismo, su viuda C. (periodista retirada) decide aventurarse al principio de los principios de X, al abismo de su pasado (“X no tenía ni casa, ni familia, ni contactos; y, sin embargo, se movía con una fuerza arrolladora segura de su destino. Había olvidado sus orígenes y solo pensaba en el futuro, toda su lealtad puesta en los años que estaban por venir”), para escribir, ella sí, un retrato de su vida que complete-complemente al crisol de su obra (“no es ningún secreto que mi esposa intercaló capas de ficción en su vida a modo de performance o, en ocasiones, como escudo”). Pero. Como todos, aunque ella más, X tiene muchas sombras (“ella vivía en una función sin intermedio en la que representaba todos los papeles”). Pero. ¿C. va a poder cargar con todas ellas? (“No sabía que, al iniciar la investigación, me había condenado de mil maneras diferentes; que, una vez hubiese abierto la caja, esta se negaría a cerrarse”). Pero. ¿Qué dice de nosotros los descubrimientos de las personas a quienes hemos amado? (“El duelo tiene una lógica contradictoria; siempre desea algo imposible, algo peor y algo mejor”). Pero. Pero. Pero. (“Aún no había sucedido nada, pero en esa nada todo había acontecido”).  

La biografía de X que escribe C. no contiene sólo a X. Es también un retrato de unos Estados-Unidos-divididos en una tiranía teocrática ultracatólica basada en el terror en el Sur (“la devoción no solo era una cuestión política o de aceptación social, sino que era una elección entre la inmortalidad y la condena eterna”), una democracia liberal (¿)feminista(?) y casi utopía socialista en el Norte, y un estado libertario en el Oeste. Una realidad pasada ficcional más cercana a Civil War (Alex Garland, 2024) o a El cuento de la criada (Margaret Atwood, 1985) que al pasado real (prefiero no pensar en el futuro, aunque Lacey cita como antecedentes del desgajo estadounidense a “la desinformación, la rampante propaganda, el desencanto político y la xenofobia” y a “los mítines políticos convertidos en sermones religiosos”, ¿os suena?). En la ucronía de Lacey, como si de una performance metahistórica se tratara, personajes reales juegan papeles distintos a los que la historia les otorgó (entre otros la feminista Emma Goldman o los políticos Bernie Sanders y Ronald Reagan, quien nunca llegó a la presidencia) en un juego que amplifica o disminuye los hitos históricos a voluntad de la autora y en beneficio de la coherencia de su ficción.  

Además de políticos y activistas a X (y a C. escribiendo sobre X) la acompañan en su recorrido vital artistas, escritores, filósofos, cantantes…, un heterogéneo grupo de personas/personajes reales de la cultura pop y de la contracultura estadounidenses en papeles verosímiles apuntalados por detalles minuciosos. Así asistimos a un disco grabado mano a mano con David Bowie, a los conciertos-dueto con Tom Waits, a las intersecciones literarias con Denis Johnson, Renata Adler o Nathalie Léger, a las versiones de sus canciones cantadas por Kurt Cobain, a la sintonía con el activismo de Kathy Acker y el pensamiento de Susan Sontag y Mark Fisher, a las relaciones con el mundo del cine personificadas en Wim Wenders y Abbas Kiarostami, a los retratos realizados por Annie Leibovitz, a su presencia en las fiestas de Andy Warhol, o a  las filias y fobias del mundo del arte encarnadas por Richad Serra o RuPul (de quien X adopta su máxima: “Naces desnuda y el resto es disfraz”)… Todos ellos, convenientemente intervenidos, sustentan la verosimilitud biográfica de X y trazan hilos que reverberan, entre otros, con Pálido fuego de Nabokov (1962), La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy de Laurence Sterne (1759), La conjura contra América de Philip Roth (2004), La literatura nazi en América de Roberto Bolaño (1996), Libro de visitas: historias de fantasmas de Leanne Shapton (Comisura, 2024), Les platges del clatell de Joan Vigó (LaBreu, 2024), las recientemente compiladas en H&O Ocho entrevistas inventadas de Enrique Vila-Matas (quien estoy segura que disfrutaría, si no lo ha hecho ya, con la lectura de este libro) o con las películas My mexican bretzel (Nuria Giménez Lorang, 2019) y la argentina Trenque Launquen (Laura Citarella, 2023) entre otras. 

La novela, libro-matrioshka, en el que la biografía está insertada tras un degradado de páginas (algo así como un fundido en negro cinematográfico inverso, una metáfora de “se abre el telón”), se amplifica con documentos que sustentan la “verdad” de lo narrado: notas manuscritas, fotografías (de X, de otros persona(je)s, de sus objetos, de sus lugares de residencia…), documentos oficiales, cartas, y un sinfín de notas a pie de página… Esta precisión documental, sin embargo, permite ahondar en la ambigüedad de la vida de X junto a transcripciones de sus entrevistas, fragmentos de sus diarios, textos de sus obras y la voz en primer plano o en off de C. formulando(se) elípticamente otras preguntas: ¿es posible construir un recuerdo a medida para la posteridad? ¿Confeccionar (sic) un archivo, seleccionar un legado, puede ser una forma máxima de manipulación? (“Todo se ponía siempre en duda. Todo era disfraz y nada era firme. Ni siquiera el pasado estaba escrito en piedra”). 

En los detalles domésticos, en el relato de la relación de pareja (“había momentos en los que veía nuestra vida con claridad y sabía que todo era hermoso, y que nada estaba bien”), el retrato no es sólo el de X, también es el de C., que va mutando desde su desconsuelo como viuda a la lucidez posterior, tras la incredulidad inicial, de sus descubrimientos acerca de la vida pasada (y desconocida) de su esposa (“una mujer a la que el duelo ha afilado y embotado a partes iguales”). C., que insiste (¿tal vez demasiado?) en su cordura (“en cuanto ella se fue, dejé de ser quien yo pensaba que era”), es una narradora vulnerable, quizás poco fiable, tras años de una relación de pareja en la que vemos como el amor ha quedado diluido en una toxicidad plagada de abusos psicológicos (“durante todo nuestro matrimonio tuve la tendencia de respetar los muros que ella construía”), tiranía conyugal (“me temo que soy el tipo de persona que necesita sentir algo de miedo para amar a alguien”), anulación de la personalidad (“como cautiva suya que era, le dije que sí, sí a todo”), y aislamiento social, a pesar de la “sensación expansiva de posibilidad” de los primeros años. El ego, el narcisismo, las obsesiones, el fanatismo sobrevuelan toda la novela en una cara más del espejo poliédrico de la individualidad contemporánea. ¿Hay genialidad sin oscuridad (“Solo sé que debo crear un monstruo poderoso, puesto que soy un monstruo débil”)? ¿Hasta qué punto la cara pública de la artista es también su envés privado (“X creía que friccionar era sagrado y ella quería vivir en lo sagrado, sin dejarse engañar por lo insustancial de la realidad percibida”)?  En uno de sus diarios, X escribe: “hay veces en la vida en las que las historias se rompen y nuestra manera de reaccionar, esa elección, lo dice todo sobre quiénes somos”. C., con su elección al escribir la biografía de X, muta, cambia, habita un ser nuevo en sí misma, una nueva identidad íntima en la que (re)conocerse tras los años de amor primero y de duelo y cascada de revelaciones después (“Qué cerca discurre nuestras vidas de otras; por qué poco nos convertimos en quienes somos y no en otro adyacente al azar, otro que está cerca y a la vez demasiado lejos”). 

Lacey consigue crear en Biografía de X un andamiaje sólido para una novela que, por su ambicioso planteamiento de la estructura, hubiese podido desmoronarse desde las páginas iniciales. Algo parecido a lo conseguido por Vicente Luis Mora en Circular 22 (Galaxia Gutenberg, 2022), por Pablo Martín Sánchez en Tuyo es el mañana (Acantilado, 2016), por Hernán Díaz en Fortuna (Anagrama, 2023) e incluso por Benjamín Labatut en Maniac (Anagrama, 2023) o en las películas-ensayo Las chicas están bien (Itsaso Arana, 2023) o El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020). La narración no lineal se torna provocación literaria en esta novela (¿)posmoderna(?) sobre el poder de la fabulación (me resuena la película Familia de Fernando León de Aranoa, 1996), el duelo (ecos también de las obras autoficcionales de Joan Didion, Annie Ernaux, Rachel Cusk…), y los límites del arte (“en el fondo el arte trata del dolor y el sufrimniento y la fealdad”). Unos límites que también quedan desbordados por la traducción de Núria Molines Galarza quien, en un ejercicio de complicidad con la autora, da el último salto metanarrativo de la historia traduciendo no sólo el texto sino modificando e incorporando notas a pie de página y otros paratextos. Así Mi padre, el pornógrafo de Chris Offut se convierte en Mi padre, el destilador, la fotografía de la edición española de La razón por la que me he perdido de Clyde Hill (X) tiene la apariencia de los libros de Alfaguara, y las editoriales Quinto Piso, Kriller 72, Capitán Blues, Acuesta Fuego, Beta Decae (Sexto Piso, Kriller 71, Capitán Swing, Pálido Fuego, Alpha Decay) han publicado textos que conforman el polisistema paralelo del aparataje bibliográfico en plena coherencia con el devenir vital de X (“no estaba aquí, no era la actriz dentro de mi cuerpo, sino un público para las escenas que mi cuerpo interpretaba; una lectora de las ficciones que mi cuerpo vivía”). Una traducción convertida en espejismo metaliterario que aumenta “la verdad de la ficción” más allá de las fronteras primeras marcadas por Lacey y que ella misma desmonta en los créditos finales de la novela donde desnuda su dispositivo referencial tras, ahora sí, el fundido a negro que cierra el (su) telón. 

Regreso al principio de la reseña, a la etiqueta de gran pacto de la ficción para seguir escribiendo sobre el espacio en blanco que no he dejado. Biografía de X es una biografía mutante, un thriller existencial, un melodrama magnético y una crónica detectivesco-periodística de investigación. Biografía de X es un libro de duelo (por X, por quien C. creía que era X, por la visión que C. descubre de sí misma) y de aceptación de la muerte. Biografía de X es una historia alternativa, inquietante y verosímil del siglo XX. Biografía de X es una cartografía historiográfica sin más fronteras que las de la imaginación y la coherencia de lo posible. Biografía de X es un cuestionamiento ad infinitum de las verdades establecidas, de las realidades aparentes y de nuestras propias convicciones. Biografía de X es una sacudida a nuestras certezas sobre las vidas de los otros y sobre las propias. Biografía de X es una ficción sobre las multiplicidades líquidas que haría sonreír a Zygmunt Bauman. Biografía de X es un juego de reconstrucción y deconstrucción inagotable por todas las identidades que contiene (incluidos los reflejos de las adyacentes). Biografía de X es una caja de Pandora abierta y epidémica y un laberinto borgiano sobre las cegueras emocionales que el amor tóxico puede exigir.  

Biografía de X es el espejo último y totémico de una frase escrita por X: “Soy artista, soy una representación”. 


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