El caso Brasillach. La Francia «collabo» ante el espejo, de Alice Kaplan (Fórcola) Traducción de Francisco Campillo | por Juan Jiménez García

Alice Kaplan | El caso Brasillach

Francia y el colaboracionismo. Todo un tema, todo un trauma. Ni tan siquiera la premura que hubo en juzgarlo (en realidad, la traición), sirvió para nada más que para establecer un silencio consentido que se prolongó durante décadas y que, es más, es dudoso que haya pasado. Antes por interés, luego por costumbre, ahora seguramente por indiferencia… O tal vez no, porque el caso Céline (celebrar su centenario o no), nos devolvió todos los fantasmas del pasado. Todas las hipocresías. Es muy complicado intentar esconder debajo de la alfombra que Francia era un país antisemita, que la resistencia a la ocupación alemana fue anecdótica, que la convivencia (incluso connivencia) con esa ocupación fue más que palpable, que existió la Francia de Vichy y que sí, Céline escribió aquellos panfletos horribles, pero se vendían extraordinariamente bien, y Baudrillach lanzaba su veneno desde las páginas de Je suis partout, revista infame y también la más vendida de su tiempo. Acabada la guerra, llegó el gobierno provisional (primero) del general De Gaulle y con él la Purga. Qué mejor manera de esconder lo obvio que iniciar juicios que podrían parecer multitudinarios, pero que en realidad ocultaban que la culpabilidad de unos no demostraba la inocencia de los demás, sino más bien la vergüenza. 

Robert Brasillach fue condenado a la pena de muerte por escribir cosas infames (entre ellas delaciones y furibundas declaraciones, que no excluían, cómo no, el antisemitismo), pero el jefe de la Gestapo francesa, seguramente más proactivo, fue condenado a cadena perpetua y, como otros tantos, indultado años después. ¿Cómo entenderlo? Brasillach, a diferencia de sus compañeros de redacción (tanto o más violentos en su escritura que él) no huyó con la liberación (podría haberlo hecho perfectamente) para regresar algo más tarde. Ellos sobrevivieron, él no. Al final, como bien señala Alice Kaplan, todo fue una cuestión de tiempos. Unos meses después, todo hubiera sido diferente. Todo fue diferente. El caso Brasillach fue, como señala Juan Manuel de Prada en el prólogo, algo así como la necesidad de un chivo expiatorio. Alguien debía pagar por los demás, porque los demás eran demasiados. 

Las preguntas que surgen son muchas. Como reza el subtítulo, el libro es la Francia “collabo” ante el espejo. Alice Kaplan toma a Brasillach como paradoja. No es un libro únicamente sobre él, aunque se glose su vida y obra. Uno de los tantos aciertos que tiene, es ir acompañando su tiempo y también a aquellos personajes que jugaron un papel (por ejemplo, el fiscal de la acusación, el abogado defensor o el jurado, pero, por supuesto, el mundo intelectual de la época). Entender el caso Brasillach no es solo entenderle a él, sus motivaciones, sino entender el lugar que ocupaba en la sociedad, del mismo modo que entender su condena a muerte (o la negación de indulto, que tenía precedentes) es entender todo lo que tuvo de cuestión política. Brasillach era un personaje insufrible, qué duda cabe, y un escritor de calidad, con un brillante futuro por delante, pero era un fascista furibundo y nada calculador. Tenía una confianza ilimitada en la justeza de sus actos y no se mostró arrepentido en ningún momento. Su mejor carta podría incluso pasar por arrogancia: cuando llegó la liberación, se limitó a ocultarse, pero no se marchó. Fue que mandaran a su madre a prisión lo que le hizo abandonar ese refugio. Es difícil sentir empatía por Brasillach. Muy difícil. Pero eso es lo que nos acerca aún más a la cuestión fundamental, y es que era un escritor, después de todo, en un mundo de verdaderos asesinos. No podía ser que señalar a los judíos conllevara la pena de muerte y enviarlos a los campos de concentración, unos años de prisión disimulados con cadenas perpetuas que luego se amnistiaron. 

La contradicción era tan evidente que hubo incluso una implicación en el mundo intelectual. François Mauriac (al que Brasillach no había tratado nada bien) reunió gente para firmar a favor del indulto. Gente como Albert Camus se posicionó a favor, nada sospechoso ideológicamente, mientras que otros como Jean-Paul Sartre o Simone de Beauvoir se oponían frontalmente, pareja que había seguido trabajando cómodamente, sin implicarse en ningún tipo de resistencia, durante la ocupación nazi. Este fue solo un aspecto más de la hipocresía que rodeo aquel periodo, que ni tan siquiera fue especialmente extenso. Se suele decir que se juzgó a mucha gente (la mayoría con jueces que habían ejercido durante Vichy y cuyo mejor argumento parecía ser que simplemente aplicaban las leyes vigentes, que vendría a ser como si Baudrillach dijera que simplemente habitó su tiempo en consecuencia a la situación en Francia). Todo estaba atravesado por una idea, después de todo: Brasillach era un tipo despreciable y un notable escritor, pero ¿merecía la muerte y no la cadena perpetua? Su abogado, algunos de sus compañeros de aventuras, salvados ya, pasarían a formar parte de los posteriores movimientos de ultraderecha, hasta llegar a Le Pen. No dudo que Brasillach hubiera hecho lo mismo (no tenía ese espíritu solitario y amargado de Céline, para retirarse del mundo, enfrentado a él). Pero ni tan siquiera es esa la cuestión. Al final todo podría reducirse a que Francia intentó ahogar sus vergüenzas en la sangre de algún otro. Lo que vendría sería el silencio y, cuando ese silencio se rompía, el escándalo. El estreno de películas como Lacombe Lucien (basada en Patrice Modiano), de Louis Malle, o Uranus (basada en Marcel Aymé), de Claude Berri, que mostraban abiertamente el colaboracionismo e incluso el papel de la resistencia. El libro de Alice Kaplan, el devenir de Robert Brasillach, son un apasionante descenso a aquellos tiempos tenebrosos y a una oscuridad terriblemente visible.


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