Calle de la Estación, 120, de Léo Malet (Asteroide) Traducción de Luisa Feliu | por Juan Jiménez García
Hablemos de cosas tristes (ya solo hablar de literatura negra francesa en este país tiene algo de triste). Léo Malet es más conocido en España por Jacques Tardi que por él mismo. Sus obras han tenido más repercusión a través del dibujante francés que de él mismo (y otro tanto ocurre con Jean-Patrick Manchette, seguramente). Y también: de Léo Malet solo hay publicados en España tres libros, los tres por Libros del Asteroide que lanzó la toalla vista la repercusión. Esto implicaría, sin duda, nuestro fracaso como lectores de novela negra. Quizás, simplemente, hemos perdido el sentido de las cosas, hasta el punto de no entender lo excepcional. Porque Léo Malet es lo excepcional.
Calle de la Estación, 120, es la primera novela en la que parece Nestor Burma. Sin embargo, ya desde sus primeras páginas nos parece un viejo conocido, y hasta Léo Malet lo entiende así remitiéndonos a su vida anterior y a unos personajes que da por conocidos. Estamos en 1943 y Malet está lejos de la novela negra tal como hoy la conocemos y también lejos de la novela de detectives, colocándose sin embargo a mitad de camino de ambas, entre el misterio y la aventura, aun con elementos del género. Podríamos pensar que simplemente seguía una vía francesa (podríamos pensar en el Maigret de Simenon, que es anterior y cercano). La novela sería la primera de la treintena de apareciones de su protagonista, y nos lleva hasta la ocupación alemana.
Nestor Burma, detective, está en un campo de concentración alemán, ocupándose de la identificación de los prisioneros. Un día llega uno que no recuerda nada de él y ese será el primer eslabón de una cadena implacable de acontecimientos, todos alrededor de una dirección, esa calle de la Estación, 120. Burma es un detective atento al detalle, hablador, pero empujado continuamente a la acción. Tampoco sabe estar solo e irá enredando a aquellos que se encuentra con su camino, pese a las dificultades de la época (se encuentra en aquella Francia de Vichy, demasiado lejos de aquella otra ocupada, incluyendo su París). El mosaico de personajes irá aumentando y entendemos que el puzle por resolver tiene piezas con forma de persona y la manera en que estos encajan entre sí.
En Malet está toda una escritura que creemos haber perdido. Entre el hard boiled y la novela de misterio había un espacio para ese tipo de novela policial atenta al detalle, con un gusto por las sombras y las cortinas. Rica en personajes, rica en escenarios, llena de hilos, de una ligera espesura que hace que nada se detenga nunca, que todo avance, que todo nos diga algo. Nos convoca atentos al gesto, al detalle, nos trata como personas inteligentes, nos divierte. Nos enfrenta no solo a un enigma puntual, aquel de su argumento, sino a un enigma más grande, a una condición humana (o una comedia humana). Un detective que se equivoca, que acierta, que intenta, que sigue hilos y se enreda en ellos, según el instante, pero que está lleno de vida, como está llena de vida la novela. Su atrevimiento es el atrevimiento que nos propone Malet: dejarnos llevar, meter las narices en una época, atrapar el tiempo, abandonarnos durante unas horas a un ejercicio de novela policiaca como ya no existen, y sentir ese olor de la brisa marina, como si fuéramos viejos marineros algún día abandonados en otros puertos, en otros países, menos exóticos, peor construidos y, desde luego, mucho más tristes.