Modelos animales, de Aixa de la Cruz (Salto de página) | por Héctor Tarancón Royo
Cuando el filósofo coreano Byung-Chul Han comenta en La sociedad del cansancio (2012) que «la sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día» (p. 25), en realidad, apunta una transformación fundamental ocurrida con el cambio de siglo. Hemos pasado de la sociedad disciplinaria, caracterizada por la definición estricta de los límites y un castigo físico excesivo sobre el sujeto en caso de incumplimiento, a la sociedad del rendimiento, caracterizada por la ausencia de límites, la positividad por encima de todo y un método de castigo muy tenue, psicológico, pero bastante más eficaz al sustituir la cicatriz por la quemadura de la memoria, siempre retornando, en constante funcionamiento, hacia la debilidad, el miedo y la incapacitación del sujeto: «porque expuesto a una imagen idéntica, diapositiva tras diapositiva, el sujeto experimental acaba rechazando el cambio cuando al fin sucede.» (p. 31).
Nacemos en un tablero extraño con un enemigo preestablecido como si de la dialéctica amigo-enemigo de Schmitt se tratara porque, lo queramos o no, necesitamos un contrincante para seguir viviendo: todo héroe su villano invencible (podríamos recordar aquí el final de La broma asesina, de Alan Moore), todo país su sociedad empeñada en destruirlos (Estados Unidos y el terrorismo islámico), etc. Ya no hay límites para la barbarie, y las sombras son cada vez más afiladas y grandes: guardan demasiados secretos. Como consecuencia, Modelos animales, la última obra de Aixa de la Cruz, ahonda en la interioridad obsesiva de sus personajes, en los métodos más insospechados de violencia y, sobre todo, en mostrar que, pese a los esfuerzos civilizatorios, la naturaleza del ser humano sigue siendo destructiva: «a mí la violencia verbal, en lugar de agachar la cabeza, me hace abrir las fauces» (p. 11), a la que podríamos añadir la noción igualmente destructiva de Nere Basabe, por poner mencionar otro ejemplo contemporáneo similar en la temática: «somos una especie asesina (…) la violencia formaba parte del mundo» (El límite inferior, p. 221, 223).
Los diferentes relatos de Modelos animales nos sumergen en una serie de situaciones a punto de estallar: de los macabros, aunque empíricos, experimentos de la protagonista de “Modelos animales”, saltamos a “Doble”, una historia que reactualiza el tema del viaje, a la vez que problematiza el propio acto de lectura al proponer dos historias paralelas (¿sabemos leer de verdad?), a la época ya olvidada de los cibers comunitarios, en “El cielo de Bilbao”, cuando la experiencia virtual todavía era corpórea, o “Abu Ghraib”, que muestra hasta qué punto, lo apuntábamos antes, las bromas pueden llegar a crear situaciones violentas: ¿no dejamos con nuestra ironía y dejadez que el Vacío se extienda?
Quizá una de las cosas que más destacan de los relatos es su constante diálogo con su sociedad, con los temas de actualidad. Frente al discurso apocalíptico, bastante oxidado ya, que obvia los nuevos ídolos culturales mistificando la mitología occidental, De la Cruz no tiene piedad al introducir elementos de todo tipo, sean más o menos banales, como las series de televisión (True Blood, Game of Thrones), las películas (Matrix), Internet (el final prolongado de “True Milk”), referencias literarias diversas (tales como Mary Shelley o Jack London), o el poder de la tecnología como rastreo de los demás, con el objetivo de amplificar la potencia del texto. Mezclar géneros, tener el pie en muchos sitios como la escritura, la investigación sobre las diferentes formas de tortura, así como toda una vida de imágenes visuales, resultan en una serie de relatos frescos a medio camino entre la fina capa que separa cotidianeidad y la irrealidad. La locura, la fantasía y hasta el aburrimiento llevan a sus protagonistas al disparate, el dolor y la duda de todo cuanto les rodea («¿pero cómo podía ser mala persona si escribía bien?», p. 126).
En definitiva, Aixa de la Cruz amplifica el impacto de la literatura, adopta con gran maestría una gran variedad de tonos dependiendo de la situación y/o el personaje y tortura, no podría ser de otra manera, a sus personajes emplazándolos en situaciones límites que los empujan hacia delante, a seguir viviendo de una manera u otra su vida imperfecta, que también es la nuestra, «la misma del espectador de cine violento que no quiere ver pero tampoco quiere retirar la mirada» (p. 86).