Melancolía, de Jon Fosse (Random House) Traducción de Sofía Pascual Pape | por Gema Monlleó

Jon Fosse | Melancolía

“la sombra en llamas, mi
sombra en llamas, del rostro
ya claros los colores, todas
las sombras en llamas, ahogados
colores de muchos rostros
claros rostros, ya
claros, ya”
Jon Fosse 

Él, el pintor. Él, Lars Hertervig. Él, el hijo del cuáquero. Él, el que nació en la isla de Borgonya. Él, en Düsseldorf. Él, en su habitación alquilada en casa de la señora Wincklemann. Él, con su traje de terciopelo lila. Él, tirado en la cama. Él, fumando en pipa sobre la cama. Él, el de la Academia de Bellas Artes. Él, el discípulo de Hans Gude. Él, el paisajista. Él, “yo sé pintar”. Él, “los demás estudiantes, ellos no saben pintar”. También él, el que mira por la ventana, el que no se levanta, el que no va al estudio, el que no quiere ver los ojos de su maestro cuando vea su nuevo cuadro. Y ella, Helene. Ella, la joven Helene. Ella, la hija de la viuda señora Winckelmann. Ella, la sobrina del hermano de su padre, el señor Winckelmann. Ella, con su vestido blanco. Ella, con su cabello rubio recogido. Ella, la que toca Beethoven al piano.  Y él, que ha visto el pelo suelto y ondulante de Helene. Y él, rodeando en sus brazos a Helene. Y él, dejándose envolver por la luz de los ojos de Helene. Y ella, con el rostro de él sobre su hombro. Y él, respirando a través de su pelo. Y ella, frente a la ventana. Y él, susurrándole al oído que son novios. Y ella, respondiendo con otro susurro que sí, que son novios. Y la puerta, y los pasos, y la familia. Y Helene, quince años. Y Lars, el pintor, “yo sé pintar”, tan joven. Y las telas. Las telas blancas y negras. Las telas que se mueven. Las telas que dan vueltas. Las telas ante los ojos de Lars. Las telas que lo rodean. Las telas que ondean a su alrededor. Las telas que casi lo rozan. Las telas que se pegan a Lars. Las telas que tienen que dejarlo en paz. Las telas que no se van. Las telas que ahora sí se van. Las telas. Las telas blancas y negras. Y el señor Wincklemann, que le dice a Lars que tiene que irse, que tiene que dejar su habitación, que tiene que mudarse, que le devuelve el dinero del alquiler, que le hace las maletas, que lo echa. Y él, el pintor, Lars Hertervig, en la calle. Y ella, la hija de la señora Wincklemann, la sobrina del señor Wincklemann, Helene, encerrada en la casa. Y Lars, que se va sin irse. Y Lars, en la calle. Y Lars, con sus maletas. Y Lars, el pintor, “yo sé pintar”, camino de Malkasten. Y Lars, el hijo del cuáquero, que nunca había estado en Malkasten. Y Malkasten, donde van los pintores, donde van “los demás estudiantes, ellos no saben pintar”. Y Alfred, y Tastad, y Bodom, y Adne, y Müller, y la camarera, y la mesa redonda, y las risas de los demás, y la cerveza, y las maletas, y el círculo, y Helene (¿ha venido Helene?, ¿dónde está Helene?, “Tú eres yo. Sin ti no soy más que un movimiento, sin ti no soy más que una agitación vacía, un giro. Un giro hacia ti. Un movimiento hacia ti”), y Lars, y su traje de terciopelo lila, y las telas, las telas blancas y negras, y los pechos de la camarera, y las risas, y las maletas, y el círculo, y “yo sé pintar”… 

Y el sanatorio de Gaustad. Y las gaviotas, las gaviotas que graznan, las gaviotas que planean. Y el mar azul, y el cielo azul, y las gaviotas. Y las olas. Y la bajamar. Y los cantos rodados. Y la nieve. Y la sexta cama, la sexta cama contando desde la puerta. Y el guardián Hauge. Y Lars, Lars el loco. Lars, el que no puede pintar, el que no debe pintar, el que escucha las gaviotas, el que contempla las gaviotas. Y Lars, el que retira la nieve. Y Lars, el que se toca. Lars, el de la mano en la entrepierna. Lars, el que piensa en Helene. Lars, contra la palabra de Dios. Lars, contra las indicaciones del doctor Sandberg. Lars, bajo el edredón. Lars, en la sexta cama. Lars, la mano allí abajo. Lars, la mano entre las piernas. Y “yo sé pintar”. Y “soy pintor y quiero pintar”. Y Helene (¿ha venido Helene?, ¿dónde está Helene?, “pronto volveré, muy pronto”, “y entonces estaremos juntos, entonces volveremos a ser novios”). Y el guardián Hauge. Y el doctor Sandberg. Y la nieve. Y las gaviotas. Otra vez las gaviotas. En la oscuridad del dormitorio, las gaviotas. En el cielo, las gaviotas. En los ojos del guardián Hauge, las gaviotas. Y Lars, el hijo del cuáquero. Lars, el pintor. Lars, el que se toca entre las piernas. Lars, ¡son las seis!. Lars, echado en la cama. Lars, en la sexta cama. Lars, “yo sé pintar”. Lars, el de la Real Escuela de Arte y de Dibujo de Christiania. Lars, el del taller de Edmund de Connick.  Lars, el que vivió en Tollbodgata. Lars, “tengo que ser pintor”. Lars, el del traje de terciopelo lila. Lars, el del traje de terciopelo lila bajo la ropa de paño basto del sanatorio de Gaustad. Lars, “yo sé pintar”. Lars, “pero no me dejan pintar”. Lars, “soy pintor y yo quiero pintar”. Lars, “no quiero retirar nieve”. Lars, “yo no soy retirador de nieve”. Lars, y el guardián Hauge. Otra vez el guardián Hauge. Siempre el guardián Hauge. Y Helene (“oigo a Helene pronunciar mi nombre y me vuelvo, y veo a Helene de pie delante de la ventana y ella me sonríe”). Y Helene (”pronto, muy pronto, te iré a buscar”). Y Helene (“no te vayas todavía”). Y Helene (“espera un momento”). Y el guardián Hauge (“déjalo ya”). Y el guardián Hauge (“basta ya”). Y la nieve. Y la pala para retirar la nieve. Y Lars, el pintor Lars. Y Lars, Lars el loco. Lars, el que no puede pintar. Lars, el que no debe pintar. Lars. Y las telas. Las telas blancas y negras. Las telas que se mueven. Las telas que dan vueltas. Las telas ante los ojos de Lars. Las telas que lo rodean. Las telas que ondean a su alrededor. Las telas que casi lo rozan. Las telas que se pegan a Lars. Las telas que tienen que dejarlo en paz. Las telas que no se van. Las telas que ahora sí se van. Las telas. Las telas blancas y negras. Y Lars. Y el sanatorio de Gaustad. Y Lars, “yo sé pintar”… 

Y ella, Oline. Ella, en Stavanger. Ella, la hermana de Lars. Ella, la hermana de Lars Hertervig. Ella, la hermana del pintor. Ella, la hermana del pintor loco. Ella, sola y vieja y en su pequeña casa blanca con la puerta pintada de rojo. Ella, sucia. Ella, que casi no puede caminar. Ella, apoyada en el bastón. Ella, y el dolor constante, y el desgarro, y los tirones. Ella, que descansa en el retrete. Ella, y el dibujo de Lars, el dibujo del caballo, el dibujo hecho con carbón y agua. Ella, y el dibujo que cuelga en el retrete. Ella, y el pescado. Ella, y el pescado colgado del gancho del retrete. Ella, y los ojos del pescado. Ella, y los gatos. Ella, y el pescado comido por los gatos. Ella, que casi no puede andar. Ella, la hermana del pintor. Ella, la hermana del pintor loco. Ella, sin bragas. Ella, que descansa en el retrete. Ella, y aquellos años. Ella (“y un buen día seguí a mi hermano en la isla en la que vivíamos, sí, así era, se llamaba Borgoya, eso recuerdo, Borgoya”). Ella, cuando Lars volvió. Ella, cuando Lars volvió de Düsseldorf. Ella, cuando Lars se volvió a ir (“mataré a casi todos los pintores, dice”). Ella, y la montaña negra. Ella, y el cielo negro. Ella, y la oscuridad de Lars. Ella, en Stavanger. Ella, ahora. Ella, vieja y sola y sucia y el pescado y el retrete y casi no puede andar. Ella, Oline. Ella, la hermana de Lars. Ella, en Stavanger. 

1853. 1856. 1902. Lars, Lars Hertervig. Lars, el pintor. Lars, “yo sé pintar”. Lars, el loco. Lars, el pintor loco. Lars, el hijo del cuáquero. Lars, el hermano de Oline.

De algunas novelas sólo puedo escribir desde dentro, desde la propia novela, desde su lenguaje, desde su cadencia, desde una música repetitiva que es monólogo, y introspección, y circunloquio, y conjuro, y repetición, y ritmo, y contorsión, y repique de palabras, y pensamientos encadenados, y flujo de conciencia al galope desbocado. De Melancolía, la novela sobre/con/desde el pintor Lars Hertervig, sólo puedo escribir sumergida en lo más hondo de su narración, desde la concatenación de frases del colapso mental de Lars y la patente demencia de Oline (y ahí, quizás, el yugo de la herencia genética, la misma que, quizás, fue la espita de la locura de Lars).  

Jon Fosse (Noruega, 1959), Premio Nobel de Literatura 2023, escribe una no-biografía del pintor Lars Hertervig, paisajista noruego del siglo XIX de escenas tan melancólicas como visionarias y sombrías, quien, atrapado por la enfermedad mental, muere en la miseria tras ser internado en un psiquiátrico. Fosse, con tres episodios que suceden en un día de diferentes años más una coda (aunque no en este orden), se sumerge en la interioridad del alma torturada del pintor, y describe sus angustias y obsesiones, su visión perturbada e inquietante de la realidad, la oscuridad que el pintor transita, con una prosa tan extraña como hipnótica, absolutamente conmovedora y cargada de trascendencia. Estilo indirecto en presente, analepsis, oraciones concatenadas y ausencia de puntos y aparte, espirales disquisitivas y monólogos ininterrumpidos, coexistencia de tiempos cronológicos, huecos de silencio, austeridad lingüística, sensorialidad lírica…, su innovación formal es un rugido de fondo y forma danzando al son de la enajenación y la demencia. Con ecos de Bernhard y Beckett, Melancolia es una honda inmersión en el binomio creatividad y locura, en la soledad emocional del artista, en la metafísica wittgensteiniana de la introspección y del cuestionamiento elíptico sobre nuestra mortalidad. 

El tríptico del retrato de Lars Hertervig se complementa con el impacto que su pintura tiene en Vidme, un escritor “más bien fracasado, prematuramente envejecido”, que en una lluviosa mañana de 1991 entra en la Galería Nacional de Oslo para resguardarse de la lluvia. Allí un cuadro atrae su atención: De Borgonya. Frente al cielo azul pintado por Hertervig, Vidme se estremece, sus ojos se llenan de lágrimas y vive una experiencia epifánica. El escritor, pariente lejano del pintor, decide escribir una novela sobre la pintura de Hertervig, pero su falta de convicciones religiosas ante su visión fugaz de lo divino le impiden aceptar esa clarividencia e iniciar la escritura por lo que, en una lluviosa tarde de otoño en 1991 (de nuevo un único día), camina bajo la lluvia para encontrarse con una pastora de la Iglesia noruega y, tal vez, volver a unirse a la misma (“Ahora Dios tendrá que mostrarse clemente para que él pueda escribir”). ¿Es Vidme un trasunto de Fosse? ¿Es la necesidad de consuelo espiritual de Vidme un reflejo de la conversión al catolicismo del autor, de su cosmovisión religiosa? ¿Es el epaté místico frente al cuadro de Hertervig equiparable al fogonazo previo al derrame de la escritura en Fosse? ¿Es la inseguridad frente a su creación (en Lars, en Vidme) la expresión trascendente de la incertidumbre creativa del propio autor? 

Las cuatro escenas de Melancolía (como cuatro actos teatrales, no en vano Fosse también es dramaturgo) abruman por el efectismo formal esquizoide de las voces narradoras que recorren de manera frenética los caminos del orgullo, la soberbia, la vanidad, el enamoramiento, la posesión, los celos, el escarnio, la alienación, la bipolaridad, el trauma, el abatimiento, la consternación, el tormento, el pánico, la soledad, la impotencia, las turbulencias, el declive, el abandono, la confusión, la vejez; en definitiva: la herida. Las digresiones obsesivas, las visiones autodescriptivas y el dolor por la percepción de la realidad, convierten Melancolía en una narración absorbente próxima al trance, un martilleante y magnético abismo al que yo, como lectora que se estrena en la literatura de Fosse (al igual que el hombre frente a las brumas de Caspar David Friedrich, coetáneo de Hertervig), me rindo, me adentro, me lanzo.  

Coda 1: Basándose en su propia novela, Jon Fosse escribió el libreto de Hertevig, una ópera, que con música del compositor austriaco Georg Friedrich Haas se estrenó en 2008 en la Ópèra de París. 

Coda 2: Según el Diccionario de la lengua española de la RAE: 

Melancolía. Del lat. tardío melancholĭa ‘atrabilis’, y este del gr. μελαγχολία melancholía.
f. Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada.
f. Med. Monomanía en que dominan las afecciones morales tristes.
f. desus. Bilis negra o atrabilis.


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