La vida enmascarada del señor de Musashi, de Junichiro Tanizaki (Satori) Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala | por Juan Jiménez García
A uno le gustaría pensar que Junichiro Tanizaki es uno de esos clásicos de la literatura que no es ni tan necesario presentar. Como uno de los grandes escritores japoneses, podría ser incluso evidente, pero seguramente no es así. Además, Tanizaki hasta hace nada era uno de esos escritores (japoneses, a menudo) que se traducían de cualquier manera, desde otros idiomas, como si no fuera ya bastante complicado traducir, como para echarle agua al café. Los tiempos han cambiado, han pasado los años y Tanizaki acabó en Satori, que es el paraíso encontrado para la literatura de aquel lugar remoto. Tras Sobre Shunkin y La historia de un ciego, ahora le ha llegado el turno a este La vida enmascarada del señor de Musashi, esperando que la cosa no siga ahí. Y cada nuevo encuentro con el escritor es como algo diferente anclado, sin embargo, profundamente en unas constantes.
La vida enmascarada del señor de Musashi nos cuenta la historia, podríamos decir que en tres entregas a modo de turbio tríptico, de Terukatsu. Tanizaki se hace valer de variadas fuentes para reconstruir a este samurái inexistente, y en realidad cada una solo pretende ofrecer no un fragmento de historia, sino de intimidad. Entre las derivas de la Historia (que en Japón pasaban por estar en un constante estado de conspiración y guerra), nosotros nos sumergimos en la ambición mundana de un niño, de un joven y de un joven menos joven, convertido ya en ese señor de Musashi. Terukatsu es entregado como garantía por su padre al señor de Ikkansai. Será en su castillo de Ojika donde se criará y formará, más allá de su condición de rehén. Será también allí donde se despertarán sus instintos más primitivos y aquellos que marcarán su vida: su valor como guerrero y su sexualidad.
Como guerrero y siendo un crío, sufrirá el asedio del castillo. Y allí, como en Gogol, su mundo se verá sometido a una nariz. También a la experiencia de las cabezas femeninas, o esas mujeres acicalando las cabezas cortadas de los muertos en batalla. A partir de ese momento y sin ser aún consciente, su vida quedará marcada por una acción que no dejaba de tener mucho de azar entre todo el atrevimiento.
En su novela, Tanizaki vuelve sobre temas conocidos. El hombre entregado a la mujer, la mujer como obsesión que lleva al hombre a la entrega, el sexo como motor del mundo. Terukatsu vive su vida como una forma de encontrar el camino hasta Kykyo y todos sus actos convergen en ella, consciente o inconscientemente. Como si todo lo que ha hecho estuviera llamado a encontrarla y, una vez encontrada, entrega a su presente al pasado de ella. Terukatsu llevará una vida escondida, una vida en sombras, en segundo plano, pero siempre estando ahí. Será invisible para todos excepto para aquella que le quiere ver (el objeto de sus deseos más inmediatos). Para Tanizaki, detrás de todo clan hay cuestiones más mundanas (y uno no deja de pensar en las películas de Akira Kurosawa, como Trono de sangre o Ran, con aquellas mujeres moviendo los hilos y la sangre) y esas, en su juventud despierta a todo, es lo que verdaderamente le interesa y por lo que está dispuesto a entregarse.
Usando un falso historicismo, atravesando toda su narración con un cierto humor, un tono jovial no exento de ironía, Junichiro Tanizaki se entrega a un trepidante ejercicio que, tras una reconstrucción de una época ficticia, realmente solo oculta un puñado de vidas entregadas a la pasión por vivir o las pulsiones del deseo. Humano, tan humano.
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