La historia de un ciego, de Junichirō Tanizaki (Satori) Traducción de Aiga Sakamoto | por Juan Jiménez García

Junichirō Tanizaki | La historia de un ciego

Hay momentos en los que la historia, incluso esa que se escribe con hache mayúscula, encuentra una cierta intimidad, entre estremecimientos y temblores, entre las convulsiones de una época entregada a la destrucción. La destrucción como una manera de despedirse de los tiempos precedentes para abrazar otros. Estamos tentados de pensar que todo esto responde a complejas causas geopolíticas, a ambiciones desmesuradas o causas más grandes que la propia vida. La unificación de Japón, por ejemplo. Pero a veces, demasiadas, las causas son tan mundanas, tan carnales, como una mujer. El deseo como motor que mueve el mundo, como complejo engranaje de un misterioso reloj. Algo de todo esto está en La historia de un ciego, editado ahora por Satori. Un ciego que siente la vida alrededor suyo como una tragedia más.

Yaichi queda ciego a los tres años. Poco después, también queda huérfano. Con todo su destino le lleva, como a tantos otros en su situación, a convertirse en músico y masajista. Con esa condición entrará al servicio de la dama Okichi, hermana del poderoso señor Nobunaga y esposa del no menos poderoso Nagamasa. Nagamasa podía haber estado destinado a acabar con los innumerables señores feudales y territorios dispersos y construir un único Japón, alejado de las interminables disputas, pero las circunstancia y sus carácter, demasiado bueno para lo que requieren los tiempos, acaba con él. El triunfador será Nobunaga, pero en estos tiempos todo es efímero. Y más efímero que cualquier cosa, la vida. Se muere fácilmente.

Tras Nobunaga llegará el ascenso de aquellos que estaban bajo su mando: el señor Katsuie y el señor Hideyoshi. Una multitud. Pero entre ellos, por encima de todo, estará la disputa acerca de la dama Okichi, joven viuda y objeto del deseo, que sigue vagando por el mundo trasportando su incomparable belleza y a sus tres hijas, además de un montón de terribles recuerdos. Y de Yaichi, ese ciego que cuenta su historia y, de paso, la historia del mundo. La historia del mundo desde la vida personal de sus protagonistas.

Todo es cierto. O casi. Tanizaki nos trasporta a finales del siglo XVI, en los momentos finales de un Japón que se dirigía hacia el shogunato Tokugawa (que duró prácticamente trescientos años), en una reconstrucción hasta el último aliento de los años precedentes y del quién es quién que los habitó. Pero tras aquellos hombres, tras aquellas batallas, castillos tomados, suicidios rituales, las llamas y el humo, el escritor nos quiere decir que entre aquellos hilos movidos vertiginosamente estaban las mujeres. La historia de un ciego irá desplazándose sutilmente de lo general a lo particular, como si tras asistir a una inmensa representación, llena de ejércitos y muerte, pasáramos al otro lado, a aquello que hay tras el escenario o en los camerinos. A una visión general, amplia, le sucede una visión particular, cerrada, próxima.

Junichirō Tanizaki escribe una crónica histórica desde los sentidos. Que su protagonista sea un ciego es significativo. Primero para poder acercarse a esa dama Okichi sobre la que se concentran todas las pasiones. Después, para mostrarnos una época entregada a los impulsos y poco dada a la contemplación. Y entre todo, las contradicciones, que para el escritor japonés tienen mucho de mujer (frente a esa rigidez ceremonial de los hombres). Como diría Marco Ferreri más tarde, el futuro es mujer. Desde hace cientos de años (tal vez siempre) hasta ahora.

[…]

Si no quieres perderte nada, puedes suscribirte a nuestra lista de correo. Es semanal y en ella recordaremos todo lo publicado durante los últimos días.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.