Su cuerpo habla, de María García Zambrano (Vaso Roto) | por Francisca Pageo

María García Zambrano | Su cuerpo habla

Leer poesía requiere un estar atento a la metáfora, al nexo de unión entre lo que se lee, lo que se escucha y lo que se piensa. Con este tercer poemario, Su cuerpo habla, de la trilogía La hija y Esta ira, el cual lo cierra, María García Zambrano ahuyenta la tesitura de la palabra directa y la palabra dicha. Aquí lo no dicho se vuelve cuerpo, el cual se vuelve lengua y se vuelve lenguaje. 

La autora nos habla de la hija como habla de ella misma. Hace uso de una voz que no sale de ella, sino del cuerpo de la hija, que con sus gestos y su propio lenguaje infantil encumbra lo así llamado metafórico. Crece así una lengua del significado, de lo que aún no se ha dicho y lo que está por decir. El cuerpo es aquí el contenedor y la brújula de la palabra. Habla el cuerpo como habla quien piensa estos poemas. La metáfora va más allá, de manera críptica María García Zambrano se omite a sí misma. Hay, como una elipsis que cierra cada metáfora que se da y que se expande. Crecer en el vientre y crecer afuera. Da el pecho la madre y la madera se tambalea.  Hay una búsqueda del propio lenguaje aquí; los versos danzan, cambian de sitio, de página. Esa búsqueda no es más que la materia viviendo, la materia bailando por el espacio, como lo hace el cuerpo que vive. 

Como ya he dicho, leer poesía requiere un estar atento, un prestar atención a lo que las palabras nos quieren decir. Hay que estar muy concentrada, pues nuestra mente siempre tiende a divagar y con estos poemas no logramos encauzar nuestra mirada. Así que la mirada también baila, como baila la niña, baila la hija, bailan las palabras que la poeta escribe. Hay una bondad en estas palabras que se rige por la querencia del amor, de lo que no es posible decir y solo el cuerpo puede hacer su abandono. Un cuerpo crece, otro decrece, la niña canta sus gestos de amapola. La contraposición entre lo que se desea y lo que vivimos, entre lo que buscamos y lo que encontramos. No hay puntos medios en este poemario que late fuerte como el cuerpo de un bebe recién nacido. Pero lo que encontramos es el deseo mismo, es lo que buscábamos, es el lenguaje y la lengua hecho vida. Pues quien habla, vive. Y quien vive, metaforiza la realidad hasta hacerla cuerpo. 

El cuerpo no es más que un dialecto de la vida, de lo sagrado en ella. Sacralizar el cuerpo y el gesto es amasar las heridas y lo que va creciendo alrededor. Ponemos la realidad a nuestro antojo, al nivel propio que nos es dado. El nivel de la autora es fuerte y es alto, pues utiliza la palabra en su pureza máxima. Crecer es algo muy puro en este ámbito. Crece la amapola, frágil, y crece la hija y crecen las palabras aquí dadas. No hace falta explicarse, solo hay una necesidad de sentirlas dentro, donde yacen los impulsos y los dialectos que el cuerpo intenta expresar por sí mismo. Es este poemario, así, un dialecto propio del nacimiento del gesto, del nacimiento de la expresión, del nacimiento de una vida que se va haciendo a sí misma en su centro y alrededor. 

Leer este poemario no es una tarea fácil, así como comprenderlo tampoco. Es necesario y se hace necesario ponerse en las propias palabras, coger sus significantes y significados, darles la voz que la autora les ha dado. No hablan estos poemas por nosotros, hablan por la hija y por su voz. Voz de llanto voz de leche. Voz que vive entre el dar el pecho y dar la luz. María García Zambrano ha sabido enhebrar la aguja en las palabras, dándonos un cuerpo que habita lo indecible, lo que yace bajo la metáfora y el propio lenguaje. Aquí todo habla como a su vez todo enmudece. Quien busca, encuentra las palabras. Y la autora ha buscado muy bien qué decir y cómo hacerlo. 

Iluminar
como brillan las raíces
de un bosque
           sin palabras.


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