Tres habitaciones en Manhattan, de Georges Simenon (Anagrama, Acantilado) Traducción de Núria Petit | por Juan Jiménez García

Georges Simenon | Tres habitaciones en Manhattan

Encontrarse en la noche para perderse no solo en ella, sino también uno en la vida del otro. Cambiar derivas, vértigos, miedos. Ver aparecer y desaparecer esperanzas, como islas entre bancos de niebla. Sin futuro, con un pasado por olvidar, todo es presente. Inevitablemente presente. Y también un combate por ese tiempo, por permanecer. Frank encuentra Kay una noche. Él no lo sabe, pero ella le está esperando. No a él necesariamente, pero sí, está esperando a cualquiera. Cualquiera que la saque de ese pozo profundo y oscuro. De toda una historia que pesa. Pesa tanto… Lo de él es algo más reciente. Huye de todo aquello que dejó en Francia. Se esconde en Manhattan de sus fantasmas. Pensaba que sería fácil. Él, un actor reconocido, un actor que no tendrá ningún problema para trabajar en los Estados Unidos. Primero California. Hollywood. Pero nadie le espera y nadie quiere saber de él. Luego Nueva York, donde tampoco encontrará nada, más que una desoladora habitación, un refugio, desde el que escucha la conflictiva relación amorosa de sus vecinos. Y eso es todo. Poco. Nada.

Entonces, se encuentran. Él ni tan siquiera se llama Frank y ella es algo más que Kay, pero con eso es suficiente para entenderse. Incluso para que surja una relación que podría ser amor y que sí, es amor, un amor complicado, porque él desconfía de esa mujer encontrada ahí, en ese bar, en esa madrugada, con esa canción una y otra vez sonando en el jukebox. Eso y los celos, esos celos que duelen, en los que cada historia que conoce, cada cosa que le cuenta, son como agujas que se le clavan ahí, en la cabeza. Pobre Frank. Georges Simenon escribe una novela sobre una pasión y uno espera un asesinato. Cómo entendernos… O cómo no entenderlos… Una noche sigue a otra noche. Las palabras medidas, los desbordamientos, las dudas,… Todo lo que les aleja les atrae, hasta ese aire de fatalidad. Y ahí, en la fatalidad, es dónde decide instalarse el escritor francés. En unas derivas que se anticipan en muchos años a las de Jeanne Moreau en Ascensor para el cadalso, la película de Louis Malle (Marcel Carné adaptaría Tres habitaciones en Manhattan).

La deriva, la noche, el fracaso. Todo lo que puede unir a dos almas perdidas, definitivamente perdidas, para ellos y, seguramente, para los demás. Kay no piensa que haya vuelta atrás. Sus treinta y pocos años la convierten en demasiado vieja. Frank sí. Aún cree. Todavía. Tal vez solo Simenon podía ser capaz de escribir una novela de amor como esta, al borde de un abismo. Un abismo de interminables avenidas y bares siempre abiertos para recoger a esos restos de la humanidad. Una novela en la que los sentimientos están siempre amenazados, como ese barco borracho de Rimbaud. No sé porqué pienso ahora en Adiós al macho, de Marco Ferreri, con ese King Kong caído, ese Nueva York al fondo, ese hombre perdido, pero no derrotado. Sí, decía Ferreri: el futuro es mujer. También para Frank, François. También.


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