Poesía completa (1988-2022), de Chantal Maillard (Tusquets) | por Francisca Pageo
Escribir sobre la poesía de Chantal Maillard es una cosa ardua que no ha de tomarse a la ligera, pues su poesía no es una poesía fácil. Es transcendente y profunda y no se sostiene sobre las aguas, va cayendo y cayendo hacia el fondo, por su propio peso, por su solemnidad y sobriedad. Tusquets nos reúne su poesía completa, la que va desde 1988 hasta 2022, la que va desde Benarés, desde la India, pasando por Bélgica, por Roma, por Málaga y Grecia y Barcelona. Estamos, así, ante un libro cumbre en la poesía española, de la historia de la poesía del S.XX y XXI.
Este libro, al reunir todos sus poemarios y poemas inéditos, nos adentra en la poética de Maillard de una manera plena y apabullante. Hemos de leerlos despacio para que entren en nosotros, pero son tan potentes sus palabras que entran a toda prisa en nosotros sin que lo queramos. Leído a lo largo de una semana, puedo anticiparme con esta edición a que quizás es de lo más profundo que se pueda leer editado este año. Me gusta la picardía de Maillard al escribir sus poemas. Hay algo de rebeldía, de ponerse delante de todo lo que nos importa e ir a por ello sin dudas ni curvas. Es un ir recto hacia la esencia de las cosas, de la vida. Como pasa con su poemario La herida en la lengua, la lengua inventa expresiones, inventa palabras y lenguaje para hacernos ver que el lenguaje es un arma de doble filo. Que en el lenguaje habitamos y también nos coaccionamos para seguir hacia adelante. Veo en Maillard a una luchadora de la palabra, de la que habita sin ella quererlo. Podemos presenciar cómo su lengua es afilada como la de una serpiente, podemos sentirnos cohibidos frente a la intespetuosidad de sus palabras. Quiero nombrar evocaciones que me han venido al leerla, como el amor, como la paz, como la guerra, como la bondad del dar y dar y no saber medir. Quiero encontrarme en estos poemarios como me encuentro con mis seres queridos, y lo hago. Habitar el lenguaje de Maillard es habitar lo sagrado y lo divino, pero también la posibilidad, lo que puede ser y lo que no puede ser. Leo estos poemas y es como si ella mismo los recitara. Imagino su voz, voy danzando de palabra en palabra y veo las estrellas, veo los países, los ríos, las ciudades, las cuevas que habita y que nos hace visitar como esa caverna de Platón para iluminarnos con otro tipo de sabiduría. Porque la hay de varios tipos, y la de Maillard es una de lo sagrado, de lo mítico, ahí tenemos a Medea, inundándonos.
He vuelto a poemarios que ya había leído antes y he vuelto con una mirada nueva. No es lo mismo que ya leí antes. Es otra cosa. La poesía avanza conforme nosotros lo hacemos, va creciendo con nosotros, va transformándose en otra cosa, quizá transparencia, quizá transcendencia. Leo la poesía de Maillard y me veo indefensa ante sus palabras. Leerla es como asistir a batallas de poemas entre poemas. Un poema libra la batalla a otro. Leerlos también es escuchar a Maillard, es lavar nuestro cuerpo más superficial con aquello que importa, que nos limpia el alma. Quiero creer que las palabras y los poemas de Maillard no se quedan en meras palabras, que hay una melodía, una sintonía subyacente que las propicia de un ritmo lento y apaciguado, y a la vez tembloroso, incandescente. Leer a Maillard es leer sobre la verdad, sobre la justicia, sobre lo indecible y lo que subyace bajo las almas.
Hay una libertad primera:
la de estar callado.
Y otra tal vez más alta:
la de permanecer muy quieto
escuchando el murmullo de todo lo que vive.
Hay abismo –––¿abismo?––– hay vértigo.
Tan humanos los pájaros
Su estruendo de ocasos y amaneceres.