El desayuno del vagabundo, de Richard Gwyn (Pre-Textos) Traducción de Jorge Fondebrider | por Juan Jiménez García

Richard Gwyn | El desayuno del vagabundo

El curso del tiempo, que siempre recorre extraños caminos, quiere que Richard Gwyn sea también el hombre de un santo galés, que fue, como nuestro escritor, maestro y poeta, de modo que esta podría ser la leyenda de otro santo bebedor contemporáneo, un camino hacia la liberación de uno mismo a través de todos los martirios y las sombras, más y más oscuras, que le muerte iba arrojando sobre él. Porque la vida de Richard Gwyn (no aquel que vivió en el siglo XVI, si este), ha sido una sucesión de abismos y las torturas no eran por mano de otros, sino por enfermedades y miseria, en un eterno vagabundeo que nada, ni los extraños momentos de felicidad o tranquilidad, podían detener. Desde aquel Gales, inicio y fin, pasando por Grecia, Francia, España o Italia, por pueblos y ciudades, vagar, beber, morir siempre un poco, creer (en la vida, no en la esperanza), esperar, esperar un nuevo hígado, un nuevo destino, otro amanecer. Escribir con la insistencia con la que se vive. Y dejar de hacerlo cuando todo se viene abajo, aún más abajo. 

Richard Gwyn repasaba sus viejos cuadernos de los ochenta y pensaba en todo el tiempo perdido en los lugares más destartalados, pero quién podría mirar hacia atrás y no encontrar grandes lagunas de nada, inmensos vacíos. Cierto, su existencia fue una constante herida, una lucha infinita contra sus circunstancias. Unas circunstancias que por agotamiento, por fatiga, podrían llevarle a la inacción, los brazos caídos, el paso de los días, demasiado parecidos. El desayuno del vagabundo no es un libro, con todos los argumentos para serlo, triste. Al contrario. Es una celebración a gritos de sobrevivir, de vivir, de estar. De contar nuestra historia para afirmar que hay que seguir, una y otra vez, una y otra vez, permanecer, insistir, contra la enfermedad, contra las circunstancias o contra uno mismo, poco importa.

Cita a Montaigne: Cada día me despojo de lo que tengo. Y este libro es su abrumadora manera de arrojar las cosas, todas esas cosas que fueron sucediendo, incluyendo la hepatitis C que lo convierte en un borracho que hace años que dejó de beber, otra forma de tinieblas que ya no le abandonará pero en la que él busca siempre algo de luz, esa búsqueda que le marcará durante años, tantos. El desayuno del vagabundo podría ser las causas de una víctima, a veces determinadas por el azar o el destino, otras por elección, pero Gwyn, con esa forma de fragmentos de vida que se abren sin llegar nunca a cerrarse, superponiendose de algún modo, nunca elige el lamento, ni la tristeza ni tan siquiera la melancolía. Eso fue todo y todo fue eso. Y la escritura, vivaz, despojada, despejada, le acompaña en ese sucesión de ascensos y descensos, que es donde estamos todos. Su libro es de una humanidad tan abrumadora que solo podemos pensar en seguir. Hacia delante, siempre hacia delante, de derrota en derrota hasta la victoria, como escribía el poeta, Guillaume Apollinaire.


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