La insomne felicidad. Antología poética, de Pier Paolo Pasolini (Galaxia Gutenberg) Traducción de Martín López-Vega | por Juan Jiménez García
En un siglo, dijo Alberto Moravia en el entierro de Pier Paolo Pasolini, no hay tantos poetas. Dos o tres. Y Pasolini era uno de ellos. Fue tantas cosas que su centenario nos alcanzó sin haberlo olvidado. y su vida y obra siguen presentes. Veo algunas exposiciones romanas de estos días y él sigue ahí, intacto. Pienso en el viaje de Nanni Moretti hasta su tumba, aquel trayecto en el que la playa de Ostia se adivinaba tras los contenedores de basura y esa Valencia romana. La emoción sigue intacta. En sus ensayos, entrevistas, películas, imágenes, narrativa, poesía,… Un mismo aliento que lo atraviesa todo: aciertos y errores, porque solo en el riesgo se puede encontrar la vanguardia. Y él era un vanguardista, no necesariamente por su obra (que también), sino por ese estar en una primera línea. Como artista y como hombre. La madre y el padre, como señala Andrea Zanzotto citado en el prólogo de Martín López Vega. La madre era la poesía en friulano, dialectal, agarrada a la tierra, al hombre. El padre era el italiano, una lengua con la que llegar más lejos, de una función civil, tan importante en el poeta, en el escritor, en el hombre. El poeta y el hombre. El hombre entre hombres.
El friulano es la lengua de La mejor juventud, con esos poemas que crecen del terreno como las plantas y los árboles y que vienen de siglos atrás, de un mundo viejo aún presente. En Los confines, llama a un poema Nostalgia del tiempo presente. Pero en Pasolini, el tiempo presente viene de la noche de los tiempos hasta ahora. Es algo que se puede tocar. Está en los cuerpos, en la materialidad del paisaje. Ha descendido hasta nosotros y está entre nosotros. La ciudad lejana o en otra parte. Ser y haber sido. En El ruiseñor de la Iglesia Católica, se encuentra la religión como un rito, como una iniciación al misterio. Pero el rito y el misterio están en todo, también en la juventud. Su poemario más importante llegará en 1957, con Las cenizas de Gramsci. Gramsci, figura política esencial de la Italia de la posguerra, sobre la que giró el Partido Comunista. Como ocurrirá en el conjunto de su obra, las capas se superponen. No son una sucesión de temas y preocupaciones, sino una acumulación, a la vez que una conversación. El Hombre no tiene más que la violencia de los recuerdos, no la libre memoria. Y también: No queda más remedio que comprender y actuar. Eso será todo un programa de vida y obra. Entre la nostalgia de un presente, la decidida apuesta por la esperanza.
En La religión de mi tiempo, el poeta civil, polemista, busca interlocutores. Ya no se trata de sentarse junto a la tumba de Gramsci, sino que ahí está el Papa o la poesía y los poetas. Se dirige a ellos buscando respuestas, pero su único deber es dejar las preguntas. Y entre todo, rompen los versos como olas contra el espigón. Un sueño doloroso, que no traerá dulzura o paz, sino nostalgia y reproches, la tristeza de quien ha muerto sin haber vivido. Y escribe: nunca hay desesperación sin un poco de esperanza. No está en paz y busca esa paz y en su poesía se reúnen todas las inquietudes de su tiempo. El tiempo de los hombres y el tiempo del hombre. En Pasolini, todo parece formar parte de una continuidad. Su escritura, las diversas formas de su escritura, su cine, sus polémicas,… Hay una correlación, un progresivo oscurecimiento, una progresiva ocultación. No porque él se esconda, sino porque su lenguaje se vuelve más complejo. Desde el pueblo, desde Casarsa, llega a la periferia de la ciudad, a los restos, físicos y humanos, arrojados por esta, como excrecencia. Y él, sin olvidar la retaguardia avanza hacia la primera línea. Poesía en forma de rosa adopta una forma diarística para alcanzar esos días. Esos días son también los de El Evangelio según San Mateo. Quisiera gozar de aquel calor en que respiraba el mundo. ardiente, en su vieja esperanza de una esperanza nueva. Esa desesperada vitalidad va haciéndose más presente, como la política, aunque la revolución no es más que un sentimiento. Pasolini envejece y piensa en una vida perdida, pero ahí está la belleza evocadora y esperanzante de Las bellas banderas.
Con Transhumanar y organizar llegan los años setenta, que también serán sus últimos años. Libro más anclado a su tiempo y, tal vez por eso, más críptico, más oscuro, si podemos hablar de oscuridad en la poesía del escritor. Dicen que el que peor ha envejecido por una mayor autoconciencia de Pasolini como Pasolini, Nunca me saciaré de nuestra vida: nunca puede agotarse algo que es único en el mundo. Y ese poema, Análisis tardío. ¿Cómo pensar que se iba hacia un final, hacia una muerte, hacia una asesinato horrible? Y con él, se iba uno de esos dos o tres poetas que decía Moravia. Pero no solo se marchaba ese poeta civil, ese poeta enraizado no ya a una tierra sino a una sociedad, con la que compartía tiempo y temores. En estos últimos meses sus imágenes se repiten, se multiplican, convirtiéndolo en un icono. Corremos el riesgo de perder las palabras tras las imágenes, por aquella absurda creencia. Y entonces es necesaria la poesía, su poesía, para encontrar un equilibrio. Para abrir puertas y ventanas e incluso derribar paredes. Y dejarlo ahí, despojado e intacto. Listo para el encuentro de aquello que buscó incansable: el otro.