Els irredempts, de Cristina García Molina (LaBreu) | por Gema Monlleó

Cristina García Molina | Els irredents

“Una herida despide su propia luz
dicen los cirujanos.
Si todas las lámparas de la casa se apagaran
podrías vendar esta herida
con el resplandor que de ella surge.”

La belleza del marido, Anne Carson

Hay libros-trama, hay libros-estilo y hay libros-bisturí. Cristina García Molina (Granollers, 1975) no sólo ha escrito un libro con Els irredempts, ha practicado una operación a corazón abierto a la literatura cuyo resultado es un tríptico de historias que bombean felices ante la mirada del lector, a pesar de la aflicción y la casi-total-desesperanza que contienen.

El hilo que une las tres historias es la condición común de sus personajes, los irredentos del título (del latín in y redemptus, participio pasado de redimĕre: “redimir”): los no liberados, los que permanecen sin redimir. Personajes en los márgenes (voluntariamente o no), cautivos que no se conforman con su condición, que no llegan a rendirse pero tampoco consiguen despegar(se) de un-su mundo-entorno asfixiante. Personajes en los que permanece una constante mirada de extrañeza, como si palpasen lo raro-inquietante y quedasen irremediablemente marcados en la piel por pigmentos baconianos deformados.

Solar, Linòleum, y Moll son los tres títulos del tríptico (del griego τρίπτυχος tríptychos “plegado tres veces’), denominación-homenaje para 1.Pintura, grabado o relieve distribuidos en tres hojas, unidas de modo que puedan doblarse las de los lados sobre la del centro. 2.Libro o tratado que consta de tres partes.” (“Els meus pares es van conèixer davant d’un tríptic de Francis Bacon. Era un tríptic sobre la crucifixió. Primer es van trobar al panell dels carnissers. Després al llit on el cos en contorça. Després al tórax invertit que davalla de la creu”). La contorsión baconiana es una constante en las historias, la contorsión para encajar o para escaparse, la contorsión para deformar(se), la contorsión-transformación en un continuo non-stop

Solar (“La nostra escola era un solar. Un rectangle a l’extraradi. Un paissatge de fuita. El croquis d’un desert”) contiene intrínseca una polisemia maldita: el solar en el que se puede edificar, lo relativo al sol (luminosidad), y el solar del linaje (casi cinismo en un texto sobre desarraigados: “érem pura provisionalitat (…) Fills de setembres roncs. Fills de setembres repetits”). Una historia social, el solar con módulos prefabricados para una escuela-frontera, la escuela de los inmigrantes recién llegados, los que son inventariados en los informes administrativos con la misma frialdad que Bolaño inventarió los nombres de las mujeres muertas en el desierto de Sonora (2666): “material combustible, material inflamable, còssos pneumàtics, però només eren nens”. Un estallido contenido (“infart categòric”) en el que profesores y alumnos, impotentes (“vam caure de genolls a la banda de la impotència”), mienten como Pino Pelosi (el asesino de Pasolini) intentando construir una realidad a medida (“no érem capaços de sobreviure tots precisamente perquè cada día perpetràvem una plétora de mentides?”) desde la que resistir (“Fora de nosaltres, els llimbs. Els afores. L’univers larval”). Profesores y alumnos irredentos, pero que como el rinoceronte de Ionesco (ese Solar como teatro del absurdo), deciden que no capitularán y se conjuran para ello: “Ho jurem. Per Al·là, per Déu, per Rama. I per Txékhov”.

En Linòleum (“1.tela fuerte e impermeable, formada por un tejido de yute cubierto con una capa muy comprimida de corcho en polvo amasado con aceite de linaza bien oxidado”) el nudo de argamasa es la familia, la familia por acción, la familia por omisión. El Padre (“impetuós i infatigable, feia servir paraules desgraciades: ataraxia, moral, impertorbabilitat. També llegia libres desgraciats. Contemplava obres d’art desgraciades (…) Als homes bons els fascina la crueltat”), la Madre (L’hermetisme i la severitat del rostre. La gràcia inaccessible. Una corona feta de peces provisionals. Un nucli de silenci. Un cos fluid. Imprevisió. Emergència”), y dos hijos gemelos: Bosco (“Va arribar al món inmadur i boquejant. Era un Vell precoç, un discordant. Va costar mesos amarrar-lo a la vida”) y ella, la innominada que cuenta, la que habla, la que recuerda, la que de niña “llegia per anèmia i per manca d’oxigen”, la que quería salvar y salvarse con/a-través-del conocimiento. Una familia extraña (“Nosaltres podíem arribar a ser fastigosament realistes. No ens agradaven les llegendes. No ens agradava la fantasía. No érem els seus destinataris. Només sabíem que l’existència podía pesar. Amb això n’hi havia prou”), lastrada por el abandono materno: cometa al viento con cita de Txékhov (otra vez Antón Pávlovich) en la cola: “Un gos afamegat només pensa en la carn”. Una familia (“tragedia àtica”) tan deforme como los personajes del tríptico de Francis Bacon frente al que se conocieron los padres (“no pots dir al passat què ha de fer”).

Moll, otro juego polisémico entre 1.Obra de piedra, hierro o madera, construida en dirección conveniente en la orilla del mar o de un río navegable, y que sirve para facilitar el embarque y desembarque de cosas y personas. 2.Pieza elástica dispuesta de modo que pueda utilizarse la fuerza que hace para recobrar su forma natural cuando ha sido modificada por presión. 3.Adorno compuesto de varios relicarios que las mujeres de distinción llevaban pendiente a un lado de la cintura”. Moll, la historia de un jubilado voluntario en el Museo Civico (“Soc un cos marginal. Un cos en combustió. La meva esquena és una paissatge circumflex. Sota els ulls hi tinc amfiteatres. Davant el mirall, saludo al còmic depressiu”) quien, a través de la contemplación de una mujer (“L’observo. Soc un fanàtic. Intento desarticular l’artefacte. És freda com un racisme nou. És melancólica. És la veu d’un cantant mort en un accident. És un bus que busseja sense escafandra”), lucha contra su mismiedad, en un deseo de cambio, de ser otro, de modificar su vida (“obligar-se a somniar és la máxima de les perversions”) consciente de sus infértiles paranoias (“la barbàrie comença en un mateix”). Ella, triptinómana, (“Visita el Civico una estona cada matí. Mira els tres passis del documental, un després de l’altre, en els tres idiomas”), con un relicario invisible a la cintura, ajena al anonidismo vital de él, es sólo una excusa, un motivo para palpitar, un deseo de deseo: el de él por germinar, por alejarse de cierto animalismo básico y gritar “Rilke ens estima!”.

Tríptico de anhelos incumplidos en el que los momentums se intensifican hasta rozar la (auto)combustión. Microcosmos de plomo, de pesos que lastran pero no ahogan. Radicalismo sutil en esta Bíblia baconiana venerable. Lectura sensorial, en la que el mundo del arte se desborda sigilosa y discretamente (con referencias explícitas e implícitas a Matisse, Pasolini, Derek Jarman, David Wojnarowicz, Pina Bausch, David Bowie o Nick Cave) provocando un impacto estético más allá del literario. Prosa lírica en la que la exactitud, el mínimum expresivo, la condensación, son la singularidad del libro y, a la vez, rasgos que la autora reconoce como propios (Solar: linaje). “Cristina escribe como quien huye” (en palabras de su editora), y sí: el houdinismo es empíricamente palpable en la obra. 

¿Novela, relatos, actos teatrales, poesía? Regreso al principio: libro-bisturí, libro-afilado, libro-disección-continua: “Parlem molt de la mort però ningún no ens prepara per la poesía”. Después de leer Els irredents, yo me siento un poco más preparada para ambas.

(*) Definiciones extraídas del Diccionario de la lengua española de la RAE.


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