Bielorrusia. La última república soviética, de José Ángel López Jiménez (Báltica) | por Juan Jiménez García

José Ángel López Jiménez | Bielorrusia. La última república soviética

En estos últimos tiempos, hemos tenido que desempolvar nuestras bolas del mundo para encontrarnos aquellos lugares, perdidos en la inmensidad del tiempo y los caprichos de la Historia. También lugares que dormitaban entre nuestra indiferencia (prácticamente la humanidad en su totalidad) esperando que alguna catástrofe nos los devuelva a los telediarios. Porque los telediarios solo nos anuncian el fin del mundo, un mundo ahogado en catástrofes, guerras, guerras y guerras y algún fenómeno extremo meteorológico. Y así, un día, apareció Bielorrusia. Y con Bielorrusia, un personaje que nos gustaría pensar singular, Aleksandr Lukashenko, y que lleva desde hace casi treinta años haciendo lo mismo y de la misma forma sin que nos importara nada, hasta que, de repente, había que hablar de él. No mucho, un poco. Y es que Bielorrusia es como un parque temático del comunismo. La Unión Soviética desapareció y, con ella, llegó el fin del homo sovieticus, como escribía, precisamente, la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, pero no era cierto. Quedaba una no muy pequeña aldea gala, en la que por sobrevivir sobrevivió hasta la KGB. Un lugar que no supo que nunca supo muy bien qué hacer con su independencia, porque (aquí podemos asombrarnos) ni tan siquiera eran nacionalistas e independientes. Eso solo les afectó unos pocos años.

Así, todo les quedaba un poco grande. Mientras lo que siempre hubo se hundía a su alrededor, ellos eligieron no solo seguir mirando hacia el hermano mayor, Rusia, sino elegir un dictador como presidente. Un hombre sin escrúpulos, que desmontó las frágiles estructuras constitucionales que se habían dado (un par de años) y aprovechó esa nostalgia de un pasado que apenas lo era y el desinterés por el futuro. Y ahí siguió y ahí sigue, mientras las revoluciones pasaban a su alrededor. Las elecciones dejaron de ser transparentes, los poderes del estado se supeditaron todos a él, las libertades ni se valoraron como posibilidad (Bielorrusia no forma parte de las organizaciones más básicas, ni tan siquiera) y el tiempo se detuvo, en ese sopor. Solo en el 2020, con las últimas elecciones, con la prepotencia que da no solo inventarse ganar sino inventarse ganar por el 80% de los votos, Lukashenko atrajo la atención. Era solo el principio. Los oponentes políticos habían sido enviados a prisión y se presentaban sus mujeres o colaboradoras, que acabaron también en el exilio o la cárcel. En su atrevimiento, poco le afectaron las sanciones de la Unión Europea, mientras quedara ahí Rusia, que siempre es un aliado peligroso (y más en su caso) pero oportuno. Y por atreverse, se atrevió incluso al secuestro aéreo. Nos quedaron las imágenes  y las palabras de las protestas que siguieron a aquellas elecciones. Veinticinco mil detenidos, sometidos a prisión, a torturas, y luego, bueno, luego el olvido. Otras guerras, guerras y guerras. 

Bielorrusia. La última república soviética, es todo esto y mucho más. Un libro que nos permite entender cómo se puede llegar ahí, cómo se puede permanecer y cómo los tiranos aún pueden tener su espacio, con mucha perseverancia y aprovechando las condiciones necesarias. Como dice José Ángel López Jiménez, el populismo, después de todo, es prometer cosas que nunca se darán. Y de eso ya entendemos mucho, en esta vieja Europa. En la colección de Báltica de ensayo, hemos ido hasta la nueva Rusia, los viejos Balcanes, las inquietudes húngaras y esta Bielorrusia anclada en un punto de la Historia que ya solo le pertenece a ella. Y, como en las piezas de un rompecabezas, de un rompecabezas siempre incompleto, no dejamos de encontrar demasiadas cosas que nos remiten a nuestro presente. Tal vez para decirnos que no somos ninguna excepción, y que lo que aquí ocurre no dejan de ser ecos de ruidos que llevan años resonando en otros países, lejanos pero cercanos.


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