Salvé a la muerte, de Lucie Faulerová (Huso) Traducción de Kepa Uharte | por Juan Jiménez García

Lucie Faulerová | Atrapadores de polvo

Cuando escribí sobre el primer libro de Lucie Faulerová, Atrapadores de polvo (igualmente editado por Huso), pensaba que había salido airosa de todos aquellos riesgos tomados como escritora primeriza. Y ahora, un libro después, ya no hay esa sensación de equilibrismo superado y de escribir al límite, sino la constatación de que es una escritora a seguir y perseguir, con una estilo que, jugando a lo particular, encuentra, de algún modo, lo universal. Que buscando trocear, interrumpirse, tropezarse, construirse en fragmentos, fluye, como un torrente, entre descensos abruptos a los abismos de la protagonista y una cierta ironía triste, tan y tan praguense. Porque ¿cómo escribir un libro sobre la muerte, sobre el suicidio, sobre las pulsiones mortales y que sea un libro atravesado por la felicidad? Sí. Igual es una palabra excesiva y hasta ofensiva, pero es así, porque la protagonista cree que después de todo algo hay, aunque no renuncie a los accidentes. Esos accidentes que no dejan de mutilar su cuerpo, mientras construye un tratado universal del suicidio. Un recorrido sobre modos y maneras, sobre víctimas, sobre arrepentimientos, vestimentas, estadísticas. Y es que la hermana de la protagonista se suicidó.

Con el suicidio de Madla, algo se rompió. Una cuerda que ataba a Mari al mundo de alguna manera, como aquellos protagonistas de Dolls, de Takeshi Kitano, que caminaban sin separarse sujetando cada uno el extremo de una cuerda. Ahora, ella arrastra el cuerpo de su hermana, y con él arrastra el suyo propio. Un cuerpo cada vez más mutilado. Dedo, ojo, lengua. Un universo de torpes caídas y accidentes que ya no engañan a nadie. Y aunque de pequeña rescatase del río a Morana, la muerte (a su representación en forma de muñeco), que da paso a la primavera (y con ello quedará en ese eterno invierno de su existencia), sigue, de alguna manera, buscando el encaje de todas las piezas que deberían formar una vida. Otra vida, no esta de ahora o antes, cada vez más y más ininteligible. Toda la muerte que encuentra a su alrededor (y, después de todo, su incapacidad para quitarse del medio, definitivamente) no logran escapar a esa esperanza, profunda esperanza que anida en ella.

Lucie Faulerová consigue que todos estos contrarios, todas las necesidades de Mari, su protagonista, no solo no colapsen entre sí, sino que encuentren, de algún modo, un acomodo, un encaje. Las pérdidas se suceden, tanto físicas como morales, y los encuentros son escasos, pero pueden ser suficientes para sustentarse, e incluso capaces de superar ese horror frente a sí misma y la alargada sombra de Madla. La escritura fluye, entre los sonidos del tren, que separan y unen esos destellos (entre la tímida luz y la oscuridad). Fluye como esa vida en los márgenes, una vida con notas a pie de página pero sin notas finales. Todo sigue. También Mari.


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