La muerte de Belle, de Georges Simenon (Anagrama, Acantilado) Traducción de Núria Petit | por Juan Jiménez García

Georges Simenon | La muerte de Belle

En 1952, Georges Simenon sigue en los Estados Unidos. Había abandonado Francia impulsado por las turbulencias del pasado y allí pasará una década, recorriendo el país, y dejando escritas cerca de medio centenar de novelas. La muerte de Belle es una de ellas, como lo eran Tres habitaciones en Manhattan y El fondo de la botella, recientemente aparecidas en este nuevo intento de colocar en nuestro país al escritor como lo que es: uno de los grandes del siglo pasado. Hay algunas constataciones en ese recorrido americano: la confusión de su lugar de escritura con el lugar en el que transcurren, pero (y pese a ello) la confirmación de que el lugar geográfico solo es un espacio. Un espacio de un valor singular, como lo tienen los lugares en la narrativa del escritor belga, difícilmente trasladable. Pero, a la vez, comprobar que los lugares cambian, cambian los ritos de paso, y, sin embargo, algo permanece. Un hilo que nos atraviesa. Un común denominador de instintos y temores.

La muerte de Belle es emblemática en esto. La magistral construcción de una atmósfera, de una lenta deriva de consecuencias inesperadas. La deriva de Spencer Ashby, un profesor aficionado a trabajar la madera, que ocupa su tiempo libre encerrado en un cuartito que se ha hecho en el hueco de la escalera. Un lugar-refugio. Una noche, mientras su mujer se encuentra fuera jugando al bridge, una joven que tienen de invitada regresa, sin que él le preste mucha atención. Será su última noche, porque aparecerá muerta, estrangulada, en su habitación. Él no ha oído nada, no sabe nada, pero la policía da vueltas en torno a él, desconfiada, igual que los periódicos. Su existencias se convierte en un cuerpo extraño, un cuerpo que altera esa vida llena de certezas, de repeticiones, de momentos convenidos. Una vida que irá sacando, como ropa guardada en un viejo baúl. Pero no solo él. También los demás: la prensa, la opinión pública. Los demás esperan de él que sea el asesino y la falta de alternativas y de pruebas agudiza esa necesidad, mientras le van arrinconando. La verdad no tiene importancia. Solo las impresiones, las apariencias.

Todo es tan actual… Igual porque nada tiene que ver con una cuestión temporal. Los juicios paralelos, las expectativas, el lento pero insistente derribo del otro… Demasiadas resonancias, demasiados ecos de nuestro tiempo de posverdades o mentiras sin más. Aquí, allá. Entonces, ahora. Georges Simenon trazó como pocos esa nueva comedia humana, esos personajes capaces de llegar, intactos, hasta nuestros días. Esas atmósferas que tienden hacia el cero. lentos derrumbes, ligeras pendientes por las que ir rodando en un lento pero inevitable descenso.  Pienso en El noviazgo de Monsieur Hire como podría pensar en otras tantas caídas de la inocencia al vacío, empujadas por la miseria humana, una miseria que todos compartimos pero de la que no nos sentimos nunca responsables. Nunca.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.