Historia de Tönle, de Mario Rigoni Stern (Pre-Textos) Traducción de César Palma | por Juan Jiménez García
Podríamos pensar que la historia de Tönle es la historia de un hombre, desde su juventud hasta su muerte, un hombre que atraviesa estaciones, allá, en unas lejanas montañas, cuando las fronteras solo existían para delimitar pero no para levantar muros y alambradas. Pero pienso que, más allá de eso, su historia es la historia de la humanidad, entendida la humanidad como conjunto de seres humanos. Una historia de la humanidad que se contrapone a la Historia, que es cosa de poderosos, de unos pocos, de exaltaciones puntuales y acotadas en el tiempo, pero no del paso de los días, de la sucesión natural de vida y muerte y de lo que queda entre ella, que podría ser vivir o sobrevivir, según los casos e incluso las épocas. Un mundo, cierto, en el que lo que progresaba eran las estaciones y los días tenían la duración que tenían. Lejos de trazar un elogio de la pobreza, de lo que se trata es de intentar alcanzar la justeza, el equilibro, la confusión de todas las cosas hasta ser solo una. Un hombre que no busca imponerse a su entorno si no que busca estar en relación con él.
La historia de Tönle Bintarn empieza siendo este un contrabandista, cruzando la frontera entre el Imperio Austro-Húngaro e Italia, atravesando las montañas. Al escapar hiere a un carabinero y esto le lleva a la clandestinidad, con el fin de evitar una segura prisión. Se marcha del país y empieza su periplo por esa vieja centroeuropa de finales del siglo XIX, acompañando primero a un vendedor de grabados y luego ejerciendo cualquier oficio que le permita seguir lejos del Véneto. Un Véneto al que cada año no puede evitar volver para pasar el invierno en casa, en su tierra, oculto de las fuerzas del orden que no del pueblo, esperando algún indulto. Y cada año, con la llegada de la primavera se vuelve a marchar, en una sucesión de tierras, oficios y nuevos hijos que encuentra cada año a su regreso. Tiempos en los que las fronteras no se interponían entre los hombres y en los que el aire era libre, el agua era libre y por tanto también debía ser libre la tierra. Son palabras del escritor.
Pasan los días, los años, pasa el siglo y llega la guerra. También aquellos lugares lejanos en los que parece que no hay nada que ganar, más que un plato de polenta. Tönle Bintarn ya es viejo. Algunos de sus hijos acaban en el ejército. Otros no, porque se marcharon a América y no piensan volver para participar en esas disputas. Tönle solo pretende sacar el ganado y fumar. Seguir acompañando el curso del tiempo. Pero la destrucción llegará ante él y su mundo se verá alterado, esta vez de forma abrupta, para llevarle una vez más al otro lado de esa línea fronteriza para él irrelevante. Para entregarle de nuevo a la confusión de lenguas: su lengua antigua, su mundo antiguo, que llegaron hasta él y que solo ha continuado, como siguen los caminos, los ríos, de nuevo las estaciones. Allá, en el pueblo vacío, vaga de casa en casa como vagaría de pueblo en pueblo si toda la humanidad hubiera desaparecido. Guardián de una memoria que no está hecha de recuerdos precisos, sino de sensaciones, de gustos, de olores, de palabras, cantos, imágenes, árboles, plantas, animales, padres de padres, padres de esos padres, madres de esos padres y de esas otras madres, e hijos, muchos hijos. Viento, lluvia, agua, fuego. Todas las cosas primigenias, todas las cosas inconcretas que con dificultad se pueden trasladar sin la experiencia de haber formado parte de ellas, de su conocimiento.
Muchos años después, Mario Rigoni Stern escribió un libro que hablaba de él, Estaciones. No tenía ningún rebaño que sacar a pastar, de modo que sacaba sus impresiones, sus trastos. Pero después de todo, no andaba muy lejos de su Tönle: solo era un alguien más que venía a suceder a esos otros y que será sucedido por otros tantos. Pero perdida la inocencia (porque quién puede ser inocente en estos años) quién les sucederá, quién será capaz de sentir los días tras las noches que suceden a otros días…