Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y otras novelas, de Mario Levrero (Debolsillo) | por Juan Jiménez García
Mario Levrero encogió. Primero sus libros eran grandes, luego fueron más pequeños, luego los libros pequeños no se reeditaban, finalmente quedó solo uno. Esa es su historia en España. El libro que quedó tiene un bonito título: Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y otras novelas. Es un título que invita a llevárselo a casa y cuidarlo, como un pájaro exótico de coloreadas plumas. Las otras novelas son dos: La Banda del Ciempiés y Dejen todo en mis manos, y son tres novelas negras. Tres novelas negras con distintos tonos de negro.
La primera es negra pero es en color como las novelitas pulp y los cómics de superhéroes. El superhéroe es Nick Carter, pero no vuela ni hace cosas raras. Es súper porque no es normal, y es un héroe porque es súper. Un fulano que se llama Lord Ponsonby le encarga una misión pero nuestro amigo tiene una cierta tendencia a la dispersión y va saltando de acá para allá, un poco a su bola. Sus luchas más intensas son con su secretaria, que es ninfómana y le quiere. También tiene un enemigo con nombre mitológico: Watson. Y un ayudante que lleva en una bolsa de mano. Él quiere resolver el encargo del fulano, pero está siempre saltando por dimensiones paralelas, en especial sueños especulares. El caso es que hay una mujer que no le quiere bien (no como esas viejas sin dentadura que se deslizan por debajo de su mesa): es un bichejo y se llama Arácnida. Lleva un disfraz, colmillos falsos y una pegajosa (a base de pegamento) tela de araña. Levrero, por si no se ha entendido, coge un montón de cosas y referencias, las mete en una coctelera, le añade una mecha, la enciende y nos la lanza a la cara. Nos quedamos hechos trizas y avanzamos casilla.
La segunda novelita es negra, como aquellas americanas de los años catapún (los buenos años catapún). Aquí no hay superhéroes y el héroe es un poco ridículo, porque no es que no dure ni un asalto sino que ni logra subirse al ring. Entonces salta otro. O un montón. La Banda del Ciempiés en un grupo dedicado a aterrorizar a la ciudad. Se mueven como un dragón chino y arrasan con todo, dejando muertos y heridos a su paso y un poco de destrucción. Su propósito es desconocido. La solución sería el detective Carmody Trailler, pero este no puede hacer nada si alguien no le contrata. Lo contrata una jovencita violetera justo antes de que la secuestren y la cosa se complica. A falta del detective, que se pierde en atascos y aventuras varias, tenemos a su ayudante de apellido ilustre, Angus McCoy. Con el resto de sus compañeros se emplearán a fondo, en una historia de osos violadores, chicas de striptease y bueno, de todo un poco. Levrero en realidad escribió un folletín. Y escribió un folletín porque era para ir saliendo poco a poco en el periódico, y eso hizo. Tiene el ritmo trepidante de los folletines y es divertida, sexual y barata. Es menos loca que Nick Carter… , pero mucho más loca que la media de novelas locas que se escriben. Y entre medias, aún le quedaba otra.
La tercera novelita es negra, pero tirando a gris. Gris como el protagonista, que es un escritor panzudo en horas bajas que juega a detective porque le pagan. En su editorial ha aparecido un manuscrito de un escritor estupendo que interesa mucho a los suecos, pero el tipo no puso remitente y hay que dar con él. Allá, hasta Penurias (pongamos que se llama así el lugar) se marcha nuestro hombre en su búsqueda. Y debería ser una cosa fácil, pero uno no escribe novelas policiacas con cosas fáciles (si eres bueno, claro; a los mediocres les vale cualquier cosa). Al escritor no lo acaba de encontrar, pero a cambio encuentra una puta de ensueño y un compañero de colegio de pesadilla. Entre unas cosas y otras se encuentra a sí mismo. E incluso a un tipo extraño de aires místicos y habla ridícula, de esos que hacen revelaciones. Levrero, que se divierte con todos los disfraces, vuelve a hacernos creer que es otro, igual de bueno que los dos anteriores, con sus cositas y algún guiño, ahora que ya nos conocimos.
Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y otras novelas es, después de todo, una brillante reunión de cosas que uno encuentra cuando se le caen los libros de las estanterías al suelo y aprovecha para hojearlos y construir uno nuevo. Nos hace pensar en Osvaldo Soriano no por proximidad geográfica (no somos tan fáciles) sino más bien por esa escritura trepidante y feliz, una escritura que no se improvisa y que es fresca y loca. Mario Levrero es ese escritor que se hizo pequeñito y casi desapareció, pero solo físicamente. En lo demás está bien vivo aunque agonice y sus lectores asesinados se lo agradecemos. Eternamente.