Las fechas exactas, de Mario Amadas (La máquina) | por Remei González Manzanero

Mario Amadas | Las fechas exactas

Si definiese en una palabra Las fechas exactas de Mario Amadas, sería lúcido: a partir de una experiencia de sesenta días en Ghana, la obra combina una narrativa envolvente con perspicaces reflexiones. Inicialmente, podría pensarse que se trata de un libro de viajes, pero no lo es, aun siéndolo en mayor o menor medida, ya que narra cronológicamente la experiencia de un viaje, mejor dicho, de una estancia, en una ecoaldea en Ghana, donde el protagonista desempeña labores de voluntario y donde “desaparecen las fechas exactas en este limbo extraño”. Sin embargo, esto es únicamente el punto de partida y lo que constituye la armazón del libro, pues en la narración de sus impresiones se intercalan también análisis y reflexiones agudas y profundas, tanto sobre su experiencia en Ghana en sí misma como sobre aspectos que trascienden la particularidad de tal estancia.  

Esta tercera obra de Amadas destaca, entre otros aspectos, por su capacidad de universalizar la experiencia individual del protagonista y de extender en forma de consideraciones sagaces la experiencia del viajero voluntario. A través de sus vivencias, el autor logra capturar las sensaciones de los individuos de una generación a la que se le abrió la oportunidad fácil de viajar, y así lo ha hecho cuando ha podido y querido, y de explorar lo que acontece más allá de sus fronteras geográficas y mentales. Resuena a lo largo del texto una de las frases del principio del libro, “En ocasiones, quedarse puede ser mejor”, recordándonos que todo viaje se construye con el contraste entre uno mismo y la realidad concreta circundante, por un lado, y, por el otro, la imperiosa necesidad u opción de tratar de comprender, de aprehender aquello que se vive. Hay implícitamente una suerte de universalización a través de la experiencia individual y de una propuesta epistemológica de penetrar en la realidad mediante la reflexión y la escritura. En este sentido, fascina cómo la lectura del libro invita al lector a revivir los propios viajes, estancias o desplazamientos, incluso para aquellos que no suelen adentrarse en la literatura de viajes porque no han descubierto todavía que leer este tipo de literatura es, en sí mismo, un tipo de viaje. 

No todos los libros de viaje coetáneo logran tal hito. Las impresiones y experiencias descritas, como, por poner un ejemplo distendido, la rotura de una chancla que lo hace ir medio descalzo, poseen el potencial de actuar como espejos de nuestras propias vivencias ora de un modo más transparente, ora de un modo más translúcido, es decir, tanto por similitudes como por contrastes, y nos invitan a resignificarlas. Si en algún momento de la obra se enfatiza lo que de modo global tiene en común la humanidad, en lugar de centrarnos en la diferencia entre seres humanos, este espejo ilustra precisamente esta idea. Leyendo la obra, uno puede sentir una especie de nostalgia por las propias vivencias pasadas o incluso admiración por haber sido capaz el autor de cristalizar en palabras tantas experiencias almacenadas en diarios personales. Esta obra inspira a considerar la prosa autobiográfica como medio vigoroso de expresión. 

Hay autenticidad en el rico estilo de Amadas. Su narración es necesariamente seria, con un claro dominio del lenguaje, a la par que entremete expresiones coloquiales que le imprimen agilidad a la lectura. Estas expresiones de lenguaje común junto con lo que se describe o la forma de vivirlo provoca en ocasiones ciertas risas críticas, especialmente por el salpicado de frases de indignación, muchas veces usadas para remachar un párrafo, y se perciben como parte integral del encanto de su estilo y de la dosis de humor que el libro contiene. Hay asimismo autorreformulaciones, reflejo directo del pensamiento, que añaden autenticidad y espontaneidad a su voz. Por otra parte, hay una especie de escisión entre, por un lado, el narrador serio que relata con soltura y con notable destreza lingüística un conjunto de realidades difíciles de compartir por su multiplicidad y por las limitaciones del lenguaje para describir lo indecible, y, por el otro, el personaje que narrando eso intercala esas frases de registro coloquial, las cuales parecen acercarte al sujeto de carne y hueso que las escribió y contrastan con esa voz más seria que intenta comprender describiendo sus observaciones, sin dejar de ser esas frases, claro está, también parte del narrador. 

Ya dijimos que la narración es cronológica. La estructura del libro, como no podía ser de otro modo, dividida en tres partes, antes, durante y después de la estancia, está lograda. Es antes del viaje físico cuando empieza el viaje, previamente al tránsito que te desplaza del origen al destino. El inicio del libro, por coherencia, no podía ser in medias res —sería como si el periplo del héroe se iniciase adentro de lo desconocido— y registra las cavilaciones previas y el propósito del autor, algunas de las cuales podrían haber surgido bien de travesías anteriores, bien de su vida anterior a esta experiencia, más que de lo que antecede inmediatamente a este viaje. El epílogo es particularmente brillante, escrito realmente a posteriori tras la estancia y al inicio del “lento, progresivo desprenderse” de su experiencia. ¿Son algunas de las observaciones de dicho epílogo, la manera tremenda en que Amadas describe cómo se registran las estancias en la memoria y las sensaciones, la antesala de su próximo libro?

El libro aborda críticamente temas sobre la vida y la manera de obrar en Ghana, así como sobre las inconsistencias e incoherencias en la ecoaldea en la que el autor realiza el voluntariado, lo cual requiere un admirable coraje, sin caer en una perspectiva meramente occidentalizada ni europeísta. Muchas de sus reflexiones giran en torno a las condiciones de trabajo en un marco de opresión y a las interacciones humanas. El autor posee la valentía de incluir o de no eliminar aquellas reacciones e impresiones propias de un occidental europeo que se sabe de paso. Esto lo lleva a cabo sin caer en términos sociológicos para darle una delicada solvencia que poco de literario añadiría y, vaya por delante, habiendo establecido diáfanamente la diferencia entre un viaje y una estancia; en esta última, parafraseando al autor, uno construye una rutina propia en integración con las rutinas locales y se compromete con el lugar de destino, no con el de partida. “Pero hay que escoger de qué lado de la verdad te pones”. Subyacen en sus reflexiones los distintos tipos o maneras de permeabilizarse de una experiencia de tránsito en un lugar distinto al del origen, siempre desde la honesta modestia epistemológica del que ve, observa y reacciona, y decide escribir (“no puedo no escribir sobre lo que veo”),  haciéndolo desde su sustrato cultural y asumiendo no saber nada y con la plena conciencia de las múltiples capas de realidad de lo que únicamente puede describir, lo cual, junto con lo dicho anteriormente, otorga legitimidad a su acto de coraje. 

Llama la atención que en su narración de la estancia Amadas incorpore las referencias a sus lecturas y películas del momento, quedando integradas como parte fundamental de la historia o de la experiencia de vida. El proceso de escritura del propio libro hace interesantes apariciones en la obra a base de comentarios metatextuales. La inclusión de estas cavilaciones sobre el acto de escribir, aparte de poner de manifiesto que tanto este como el hecho de cavilar sobre ello forman parte de la experiencia, hace que uno se cuestione sobre sus propias notas de viaje y diarios, sobre esos apuntes inéditos de tantos que nunca llegaron a cristalizarse en una narrativa completa, y ponen en valor el haber hecho de su estancia también un proceso de creación in situ, en noches de “recapitulación” en una etapa en la que “todo es un avance continuo pero escribir es frenarlo”.

El lector de esta reseña puede haber notado que no he calificado al libro ni de novela, ni de diario, ni de autobiografía novelada, ni mucho menos de crónica; en definitiva, no le he asignado subgénero literario, más que la pertenencia a la narrativa. Si antes comentaba que el libro viene a captar las impresiones de las vivencias que una generación ha tenido posibilidad de experimentar, un lector ajeno al contexto que se describe y narra podría tanto dar por sentada su naturaleza autobiográfica como asignarle más componente de ficción del que quizás pudiera poseer. Si bien nos inclinaríamos por una experiencia de viaje autobiográfica novelada, poca importancia tiene en este momento determinar a qué subgénero literario se circunscribe; valga decir que la obra se adhiere a la forma precisa para dar cabida al tránsito y saltos de pensamiento que son reflejo del vaivén de cómo se va procesando la experiencia de la estancia.  


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