Bucarest. Polvo y sangre, de Margo Rejmer (La Caja Books). Traducción de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek | por Juan Jiménez García

Margo Rejmer | Bucarest. Polvo y sangre

Momentos estelares en la vida de una nación. Rumanía, fin de los años Ceaușescu. 25 de diciembre de 1989. En aquel comienzo del invierno, el país despertó de su pobre letargo. Cogió al matrimonio que había dirigido sus vidas durante tantos años (tal vez todos los que recordaban o tenían) y lo fusiló, en un juicio transmitido por la televisión (ahora a disposición de cualquier curioso). Luego abolieron la pena de muerte, se acabó el comunismo y a otra cosa. Bueno, tal vez no sea todo tan simple. No lo es. Nunca nada es tan simple. Tras aquello, todo lo que parecía tener que interesarnos de aquel país se acabó. Seguramente al día siguiente ya estábamos en otra cosa, abatiendo a otro tirano o poniendo uno nuevo. Y, al despertar, Rumanía seguía allí. Luego Rumanía se ha convertido en un país que nos evoca muchas cosas. La inmigración rumana, el nuevo cine rumano,… Incluso la extraña (y feliz) cantidad de literatura rumana que se publica en nuestro país. Bucarest. Polvo y sangre, escrito por la periodista polaca Margo Rejmer, es una buena oportunidad para ponernos al día y también para volver la vista a atrás.

Margo Rejmer escribe su crónica a través de dos grandes bloques con un breve interludio de Entreguerras. Los años del comunismo y los años de lo que ella llama contemporaneidad forman esos espacios por los que discurrirá la Historia y la historia. Países y personas. Desde que le dieron el Premio Nobel se ha convertido en un lugar común (por cómodo y clarificador) relacionar cualquier crónica que implique los testimonios de estas personas sometidas al curso del tiempo y los caprichos de los demás (la tragedia de vivir) con Svetlana Alexiévich. Sí, tal vez. En Margo Rejmer está esto desde una visión más actual, más juvenil (qué palabra tan peligrosa… y sin embargo es eso: una óptica de alguien que ve un pasado que no vivió desde un presente al que ya ha llegado cansado, agotado). Rejmer no es una aventurera (aunque tenga sus encuentros con los perros de las calles rumanas), ni tampoco esa persona que escucha. Interviene, está ahí. Recoge los fragmentos de aquellos años en que el comunismo lo era todo y ese todo era el matrimonio Ceaușescu. Años en los que una consigna te destruía la vida, como la prohibición del aborto para dar más hijos a la nación (aunque luego no hubiera nada con lo que alimentarlos). O un proyecto megalómano arrasaba con la ciudad de Bucarest, como la construcción del siempre inacabado Palacio del Parlamento Rumano (ahora orgullo de la nación, en ese movimiento tan humano de olvidar lo malo y quedarse con lo bueno, mucho o poco).

Frente a ese pasado reconstruido a través de algunos hitos y algunos mitos con pies de barro, Rejmer se queda en su presente más inmediato, para intentar entender que es esa Rumanía de hoy en día. Una Rumanía que ni tan siquiera es superviviente de aquella otra, porque la distancia ya es lo suficientemente amplia como para que la otra sea un fantasma más. Un inevitable fantasma al que una actualidad nada gloriosa empieza a recordar como otra cosa. Aquello no estaba tan mal. Y es que cuando tantas cosas van mal es difícil recordar que en otro tiempo fueron peor. Un mecanismo de autodefensa que nos hemos impuesto para sentirnos mejor o, al menos, diferentes. En estos tiempos de nacionalismos, de fronteras y muros, todo sirve para reivindicarse como diferente (y, por lo tanto, otro). Los dacios, los perros, la muerte.


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