King Mob. Nosotros, el Partido del Diablo (La Felguera) | por Juan Jiménez García
En el empeño de La Felguera por construir una historia de rebelión (la última revolución fue la francesa), llena de seres extraños que creían en cosas extrañas, hacían cosas extrañas y acaban de extrañas maneras, la última parada es King Mob, es decir, Inglaterra. Y debemos decir que es una efímera parada (algo más de un año) que nos invita a muchas cosas. Entre ellas darle un poco de vueltas a la cabeza, fundamentalmente porque ya no es que tras Santa Claus se escondiera un subversivo listo para ser detenido por la policía, sino que alrededor de él se construía una nueva utopía, entendida como se entienden las utopías en estas últimas décadas: no como un lugar al que llegar, sino como el recorrido que hay que hacer para no llegar a ningún lado, en una especie de insatisfacción permanente (pero necesaria: es más, imprescindible).
Pero recapitulemos un poco. King Mob sería algo así como un puñado de situacionistas ingleses que no acaban de ser entendidos por los franceses. O un puñado de dadaístas cuando ya nadie sabe qué es ser dadaísta. O un puñado de primeros surrealistas cuando ya hace tiempo que murió el último. O, por usar una expresión que los precede, jóvenes furiosos. Pero furiosos de verdad, no como los del free cinema y literatura correspondiente, que más bien estaban hartos y perdidos. Entonces, hicieron lo que se suele hacer en estos casos. Ya que no puedes con ellos, haz pintadas en alguna pared. Ya que no puedes liarte a bofetadas con la gente para despertarlos de este sueño eterno en el que vivimos, publica revistas para ser expuestas treinta años después en la vitrina de algún museo. Ya que no puedes llegar a las personas, di cosas que puedan ser impresas en camisetas para vestir a los adolescentes del mañana.
Oh, sí, suena un poco triste, pero lo dicen ellos mismos. No todos. Dave y Stuart Wise, que escriben El fin de la música, ese extenso texto que cierra el libro y que podría ser como El desencanto, ya no de una familia venida a menos sino el de una generación, tras otra generación, enfrentada a la absorción continuada de la rebelión por las formas de las que se rebelan, como si el capitalismo (pero también el comunismo, porque a nadie perdonan nada ni nada debe ser justificado), creara continuamente los anticuerpos necesarios para asimilar esas enfermedades inevitables, en forma de estornudos juveniles que rara vez llegan a gripes. Y como ejemplo nos dan el punk (que surgió contemporáneamente a King Mob… incluso Norman McLaren andaba por allí) o el reggae, y cómo ambos acabaron perfectamente asimilados, ya fuera por la posibilidad de hacer dinero, ya por su asimilación en el sistema contra el que cantaban (o ni tan siquiera eso). Es decir, llevamos siglos esperando el fin del mundo tal como lo conocemos, pero este nunca llega.
La historia de King Mob, aun en su fugacidad, no es especialmente sencilla, seguramente porque no se vivió para ser escrita, sino más bien para ser pintada en un muro o gritada en algún lado. Tal vez solo sea una (breve) historia de la rabia, una rabia que el tiempo volvió frustración. Su historia, en este libro de La Felguera, es ejemplar. Desde su ubicación en el tiempo, espacio y palabra a cargo de Servando Rocha, pasamos a sus textos, a su material teórico-combativo, con textos de nombres tan significativos como Las escuelas de arte están muertas o La disputa por el desconsuelo, para acabar precisamente con ese texto, El fin de la música, que es el realmente una desesperanzada reflexión sobre cómo todo se pudre, hasta las mejores intenciones. Entre todo, podríamos pensar que tendremos el retrato de una época, y sí, es así, pero es más que eso. Es la extraña sensación de que cambian los actores pero la obra es la misma, que hemos caído en una extraña trampa que hace que se repitan las mismas cosas con los mismos resultados, como si el mundo fuera ese disco que Jean-Luc Godard volvía a reiniciar una y otra vez en El signo del león de Eric Rohmer.
Nos quedaron las palabras, los eslóganes, las portadas de revistas de pocos números, las imágenes de cosas ardiendo, de cosas que se derrumban, las fotografías, todo ese material iconográfico recogido en el libro y que son los escombros de aquel tiempo en el que una vez más, todo cambió para quedar igual. O tal vez no.