Un alma gótica, de Jiří Karásek (Caleidoscopio) Traducción de Héctor Federico Santiago Pérez | por Juan Jiménez García

Jiří Karásek | Un alma gótica

Decadencia melancólica, larga, interminable,… Así define el héroe protagonista el camino que se abre ante él. En realidad, se podría decir que no sería un nuevo devenir, sino un continuar. El flujo de su conciencia es así. El protagonista sufre de melancolía, de delirios místicos, de un tortuoso camino que parece no tener fin para él. Jiří Karásek era decadentista, año mil novecientos. Sin embargo, hay en él un ordenado descenso dentro del torbellino de imágenes propio de esta tendencia. Hacia abajo, siempre hacia abajo. La caída. Pero como en la ciudad praguense, todo convive en equilibro, en armonía. En un momento de una belleza convulsiva, escucha el sonido de las campañas de las iglesias, desde San Vito hasta aquellas otras campanas que ya desaparecieron. En ese ruido de campanas, reales e imaginadas, está encerrada la vida del protagonista y la obra misma. Lo que es frente a lo intuido frente a lo febril frente a los soñado. Transitar la oscuridad, que todo sea noche. La imposibilidad de encontrar una tranquilidad, un punto de equilibrio, va dejando espacio al miedo de sí mismo. Sus acciones, los pensamientos que se precipitan hacia las paredes de su habitación, que sobrevuelan Praga, que caen sobre la ciudad desde el monte Petřín, que recorren iglesias y sinagogas, la imagen se su tía, la madre de su primo suicidado, punto de partida hacia el último lugar, la sinrazón, la pérdida de la razón. En su caso, la pérdida de la razón no produce monstruos, sino que es el producto de estos, de él mismo. Su camino mental transcurre entre la vida y la muerte. Los límites son confusos, camina a través de un abismo de sensaciones. Convive con el misterio oculto de las cosas. Busca una revelación, la revelación llega, algo como una revelación llega, y con ella se entrega a la locura, cae prisionero del error. Balbucea disculpas, súplicas. Desciende algunos escalones más, demasiados. No ha dejado de hacerlo. Dice que el propósito de la vida es buscar, no encontrar. Ahí también está la escritura de Karásek y del decadentismo. Torbellinos que arrasan cabezas, vuelan ideas, saltan las imágenes, todo se tambalea, sin que haya ninguna necesidad de llegar a ningún sitio, como no la había de partir de ningún lado. El decadentismo es un viaje sin solución. Vivir tan solo de sus sueños. Es decir, de sus pesadillas. Quiere encontrar a alguien. Tal vez su salvación sea encontrar a alguien. Un otro. Un otro al que sujetarse, anclarse, detener esa corriente de pensamiento que le ahoga más y más, alguien capaz de ver en su interior. Dice. Ver en su interior, atravesar esa niebla espesa, a través de la que camina tanteando, sin tan siquiera ser consciente de tener un cuerpo. Solo alma. Aunque ama a la gente, elige la soledad. Elige la soledad porque no le gusta la realidad del mundo y, conviviendo ambas cosas, gente y mundo, a él solo le queda ese espacio que cree gobernar, esa habitación. Entre todo ese flujo de conciencia, no logra advertir que se encuentra en el vacío y que fuera de él, todo es silencio. Fuera del ruido furioso que habita en su cabeza, no hay nada o bien poco. Todo tiene un final, un fondo, una vuelta a la tierra. Incluso el abismo. Un alma gótica es la búsqueda de una salida, el encuentro de esa nada, el producto de un mundo que gira y gira, un mundo en espiral. Un reloj cuyas manecillas giran hacia atrás, tan praguense. La abstracción de la música.  


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