El sabor a sangre no se me quita de la voz, de Javier Santiso (La Huerta Grande) Ilustraciones de Lita Cabellut | por Gema Monlleó
“El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del sueño.”
La leyenda del tiempo, Federico García Lorca
Descubrí a Lita Cabellut (1961) hace unos años, gracias a una exposición en la Fundación Vila Casas de Barcelona. Acudí tras leer en el periódico sobre sus retratos de una de mis obsesiones: Frida Kahlo. Efectivamente los cuadros de Frida eran imponentes y majestuosos, retrataban el halo de la pintora y me conmovieron profundamente. Pero mi sorpresa, el impacto en el alma, el casi vahído, llegó con los retratos de Camarón de la Isla. Hipnotizada ante las pinturas de Cabellut casi escuchaba los acordes de La leyenda del tiempo, la voz “herida por un rayo” del cantaor y el eco de un zapateado.
Hace unos días me volví a topar con una de esas imágenes. Camarón sentado, las palmas a punto de arrancarse, la cabeza inclinada, cogiendo aire para levantar la mirada, sostenerse e iniciar su cante. Camarón en una portada de un bello libro de la editorial La Huerta Grande. Camarón parafraseando en el título, El sabor a sangre no se me quita de la voz, una de las citas de otra de mis obsesiones (sí, tengo unas cuantas): Francis Bacon y su “El olor a sangre no se me quita de los ojos”. El texto lo firma Javier Santiso (Saint-Germain-En-Laye, 1969), escritor y fundador de la editorial La Cama Sol (sobre la que escribiré próximamente) y las ilustraciones (porque -albricias- hay más de una) son reproducciones de los cuadros camaronianos de Lita Cabellut.
Algunos libros comienzo a hojearlos con cuidado, como una tímida niña pequeña, temiendo (o deseando) que las imágenes y las letras me abracen. ¿Es este libro una biografía de Camarón? No. ¿Es este libro una hagiografía de Camarón? Tampoco. ¿Es este libro un compendio de entrevistas? No. ¿Es este libro un estudio sobre el cante flamenco? Tampoco. ¿Es este libro un ensayo antropológico del arte gitano? No. ¿Es este libro un conjunto de escritos autobiográficos? No, tampoco. No y no. ¿Entonces? ¿Este libro qué es? Este libro es Camarón. Este libro es una ouija ficcionada. Este libro es una mirada voyeur a algunas escenas de su vida. Santiso escribe desde Camarón sobre Camarón. Santiso se deja poseer por Camarón-el-hombre y desde su propia voz pone palabras a su infancia, a sus amores, a la necesidad del cante, a sus viajes, a las flores que le salen por el pecho. En apenas 60 páginas Camarón por vía interpuesta, Santiso por vía camaroniana, es pasión, aire agitado, jazmín, guadaña, olas y potros, vuelo y labios, vino, nostalgia, vocal pisada, raíz y cielo, vacío y desgaste, saqueo y tripas, crin, piedra, cincel y hueso, azafrán y pájaro, lagartija, herida, espada, tomillo y clavo, lance, bulería, sangre quemada, caseta y agua dulce, girasol y vientre, naufragio y anzuelo, pellizco, berreo, peñón, manantial, telaraña, cardo y zarza, rosal y verbo, soleá y mandíbula, muslo y cráneo, color, paraíso, “cantando voy, volando voy, después de desnacer, antes de desmorir”, cerradura y reja, cenizas y amapola, granito y yerbabuena, revolcón y estrella y remolino, apagón y bala y caricia y molinete, requiebro y pellizco, chispa y furia y gloria y volante y cola de seda, tarara y relámpago, hacha y tijera, hambre y frío y lumbre y nísperos, hilo y alas, orilla y escenario, huerta y tablao, misa y barranco, estocada y gateo y nana y cebolla, llamarada y velero, velatorio y fuente y roto y balbuceo, agujetas y hocico, ruina y viento y belleza y primavera, y pan, y olor a madre, y sacudida, y verbo, y “somos nosotros los que nos quedamos, el que pasa, el que se va, es el mundo”.
La leyenda sostiene que, pese a su muerte, Camarón vive. Y leyéndolo “hablar” desde las palabras de Santiso parece evidente que la leyenda es cierta. Desde el barrio de “Las Callejuelas” en San Fernando (Cádiz) donde un grupo de pilluelos se escurre “entre los chalanes y las señorías” hasta las tres noches seguidas de actuación en el Cirque d’Hiver de París “Por aquí, en esta ciudad, estoy tiritando de frío, por aquí le llaman la petite mort, me vine aquí llevándome todas las bóvedas puestas encima, para poder seguir mirando al cielo”. Desde el primer “descubrí que se podía moler, machacar, darle puñetazos a las palabras, golpear duro, que no todo era ser malo con los puños, que podías ser bueno con la garganta, y eso me gustaba, era como si un imperio se me echara encima” hasta el postrer “pienso en el caballo loco que se sacudía las crines cuando me metía la blanca por dentro, sé que no volveré a ver el mar, no lo volveré a ver menear las caderas, dándome lengüetazos, azules, rubios, sol y sal, el mar enroscándoseme hasta la carótida”. Desde su “me gusta ese instante, menudo, breve, manso, enorme, eterno, bravo, cuando se pellizca un milímetro el silencio” hasta su deseo de llegar al último día “totalmente reventado, por haber vivido siempre hasta el límite, y todavía seguir teniendo en la voz sangre, tener la garganta llena de tripas, de gasolina, entrar en combustión”. Desde la beneficencia del Liceo y la fragua donde ayudaba a su padre “lo único que tengo son estas venas que me salen por los ojos, las venas del cuello que se me hinchan como si fueran veleros” hasta las tabernas y la estación del tranvía “había de todo, mocillas con sus blusillas de seda y sus delantalillos de encaje, pero sobre todo había, em lo hondo, subiendo como un tiburón hacia la superficie, el cante bravo, la voz que seguía con sus arrancadas, con la cabeza en las nubes, la voz buscando cornear la misma luna”. Desde la Venta de Vargas “la voz es entonces una navaja que se rompe, se quiebra, y se vuelve a levantar, cruza todo el aire, hasta el muslo, y allí entra como un puño cerrado, como manos que se despiertan dentro de otro cuerpo, y así mi sangre aprende a cantar en la muerte” hasta el tablao de Torres Bermejas donde conoce a Paco de Lucía “de eso se trata, amigo, cantar mugiendo, cantar sin bultos, cantar con todas las entrañas, con todas las tripas que te quedan, dejarse reventar hasta las costillas, perder la vida en cada palmada, de eso se trata, amigo, arrojarse con la boca entera al fuego”. Desde su boda con Dolores Montoya, La Chispa, “pensando en ti cuando me echas la piel encima, y nada más hacemos en nuestras vidas que morirnos así, hora a hora, día a día” hasta el enamorado hedonista y existencial “y así llenándome de tu vida, así bebiendo toda mi sed, apiñando todos mis labios contra los tuyos me dirás, somos el tiempo que nos queda”.
Santiso enumera desde la piel de Camarón, desde la pasión del arrebato que no puede silenciarse, desde “las redes de la voz” del maestro, desde las riendas desbocadas a las que les “puede el hambre”, desde el “o de las frases” y las “lágrimas roncas”, desde un arpón “en la diana de la muerte”, desde el cuerpo en tierra “quemando todavía en la garganta”. Santiso se mimetiza en el Camarón que dibuja Cabellut, en los retratos psicológicos que congelan el instante previo a la descomposición de las caras a la manera de Francis Bacon o Lucien Freud. Cabellut muestra a un Camarón con cicatrices (aunque estas no se vean), el cuello de piel abierto de su abrigo, el cigarrillo entre los dedos, el gesto en la mano del “va por ustedes”, el pañuelo granate-sangre al cuello, las sortijas chocando, el quejío que escapa del cuerpo, las palmas, la camisa blanca, las venas. Cabellut es liturgia y retablo. Cabellut es piel de Camarón en sus retratos, dermis agrietada en gris y fucsia y lila y blanco, latigazo por fandango o seguidilla. Cabellut es delirio camaroniano con sabor a la Quinta del Sordo. Cabellut es poesía lorquiana, el brillo de la navaja en la luna, faralaes en tela de araña. Cabellut afirmó en una ocasión “Ojalá pudiera pintar como canta Camarón” y yo, jota, jaleo y bulería, me atrevo a decir que sí, que en los retratos de Camarón Cabellut pinta como Camarón y que en la prosa de Santiso es Camarón, lírica y oleaje, quien escribe.
“Y así vestido, con la blusa abierta y la mandíbula agrietada hasta las mejillas, canto a rabiar, con todas las muelas, con los tobillos, volteado sobre la silla, tensando a cada copla todos los muslos.”
* «Voy a cortar las puntas de la vida / como unas uñas demasiado largas”, Roberto Juarroz. Epígrafe en el segundo texto de El sabor a sangre no se me quita de la voz.