El hombre que caminó a la luna, de Howard McCord (Volcano) Traducción de Blanca Gago | por Gema Monlleó

Mark Richard | Howard McCord | El hombre que caminó a la luna

“Me llamo William Gasper”. Esta es la frase que más repite el protagonista de El hombre que caminó a la Luna, aunque con esta frase apenas nos indica nada más que su nombre. “Me llamo William Gasper, y no me dedico más que a vivir”.

¿Quién es William Gasper? Poco sabemos de él. Llegó hace años a Sterns (Nevada), alquiló un cajón de embalaje a Mary-Gail Henry, la dueña del bar del pueblo, para guardar sus pocos enseres y vive la mayor parte del año caminando a/en la Luna, una montaña tosca y árida (“la Luna estaba situada a cuatro mil cuatrocientos treinta y ocho metros sobre el nivel del mar y formaba parte de los llamados Lost Fourteeners, porque nadie sabía si se había subido alguna vez, y a nadie le importaba”). ¿Es Gasper un ermitaño, un solitario? “Un hogar es algo demasiado precioso para perderlo. Sin embargo, a algunos nos lo han arrebatado bruscamente, ya con rapidez, ya con crueldad, o bien por una cuestión de abandono, y somos reacios a volver a sentir ese vínculo de apego”.  ¿Es Gasper un asceta? “Come saltamontes u hormigas, o las dos cosas. Antes comíamos lo que pescábamos y despellejábamos, pero es que él se lo come todo: pelo, piel y caparazones agrietados de escarabajo” y bebe té hecho de nieve deshecha. ¿Es Gasper un escéptico? “No siento tanto una atracción por el escepticismo cuanto una falta de dignidad en la convicción profunda”. ¿Es Gasper un loco? “Un hombre sin familia ni amigos, un solitario que rara vez se cruza con otro ser humano, puede legar a cuestionar su existencia de muchas formas, más allá de las habituales”. ¿Es Gasper un cínico nihilista? “El único valor que he sido capaz de mantener toda mi vida se sustenta en la emoción por la supervivencia, e incluso esta corre el riesgo de convertirse en una mera adicción a la adrenalina”. ¿Es Gasper todo ello y nada más? ¿O es Gasper todo ello y algo más? No sigo, sería spoiler. “Me llamo William Gasper, y no me dedico más que a vivir. Prefiero caminar solo antes que consagrarme a cualquier otra actividad. Sin duda, semejante vocación revela una personalidad marcada por la inadaptación”.

Cambio de opinión. Pequeño, pequeñísimo spóiler. Sí, a medida que avanza la narración vamos viendo que Gasper es algo más, que no es, además de lo ya dicho, sólo un naturista, un flâneur de montaña, un discípulo de Thoreau. A medida que avanza la narración vemos que quizás la naturaleza, más que una opción, ha sido una escapatoria. Y que el poco atractivo de la Luna, un territorio hostil que, en ocasiones, nos remite al ejército, es un escondite ideal. Porque, ¿Gasper se esconde? Ahí sí que no sigo, sería spoiler. “La Luna es la montaña de ninguna parte, ignorada por quienes la tienen cerca, así como por aquellos que, en uno u otro momento, pueden quedar fascinados por la dificultad y el aislamiento que encierra”.

Pero, pese a las apariencias iniciales, Gasper no está sólo en la Luna. Gasper, quien presume de no pelear con su pasado (“la memoria es tan útil como un texto e igual de traicionera (…) Yo he hecho las paces con la mía a costa de exigirle poco y no empeñarme en corregirla”), lleva a Gato (gato Palug, mitología celta) y Cerridwen (diosa pagana de origen galés) constantemente con él. Son sus fantasmas, personajes-espectro que a ratos parecen reales, físicos, que dejan huellas en el polvo, que le acompañan, guían o acosan. Gato persigue. Cerridwen dialoga y lleva la guadaña. Intuimos, casi sabemos, desde cuando están ahí, no ahí en la Luna, ahí en su mente, ahí en su soledad, ahí en su exilio voluntario. A medida que vamos conociendo a “Me llamo William Gasper” las piezas encajan y el trasfondo aparece cada vez en un primer plano más nítido. ¿Hay alguien más en la Luna? No sigo, sería spoiler.

Gasper es culto, sabio y leído. Menciona con frecuencia a Wittgenstein, Rilke, Junger, Schopenhauer, Nietzsche, Christopher Smart (poeta), Ed Sanders (poeta), Edward Dahlberg (filósofo), Mahler, artículos de la revista Nature… Gasper habla (escribe) en primera persona aunque, en ocasiones, rompe la cuarta pared y dialoga con el lector (interpela al lector): “Sois lectores, cerebros en blanco, escoria solo por debajo de los escritores, los cuales, en esta vida, se limitan a declararse masturbadores públicos y echar el resto”. En sus monólogos, Gasper, pese a la voluntad de aislamiento, a veces también se descuelga con ensoñaciones sexuales de lo más literarias: “imagino su vagina como una suerte de vacío estelar, frío hielo sacudido por un millón de soles”. Gasper va y viene en sus pensamientos “El pasado es real sólo en la memoria, y la memoria es una pequeña corriente eléctrica, más frágil que una telaraña”. Gasper, crítico y desencantado con la sociedad (¿con algunos estamentos de la sociedad?), tiene sus propias opiniones: “El Deber, la Justicia, Dios, el País o el Honor no son sino meras vanidades”. Gasper, polifónico a veces, poliédrico siempre. Y no sigo, sería spóiler.

En paralelo a sus caminatas sabemos que le buscan. Sabemos que distintas personas en distintos momentos llegan a Sterns preguntando por él. Y sabemos también que a Mary-Gail Henry, quien le alquila en cajón que paga puntualmente una vez al año, no le gusta esta búsqueda (¿persecución?). Ella no ha visto nunca peligro en Gasper (“no es lo que se dice un perturbado. Simplemente, es raro. A veces tiene una mirada mezquina, o fría. Lo mejor es dejarlo tranquilo”), respeta su necesidad de soledad y, desde su desconfianza hacia los forasteros, lo protege. Intuitiva Mary-Gail Henry. Muy intuitiva. Pero no sigo, sería spoiler.

En El hombre que camino a la Luna resuenan Samuel Becket y Tim O’Brien (Persiguiendo a Cacciato). Y en el último tercio del libro (atención, ahora sí: spóiler) hay pasajes de la mejor y más clásica novela (¿grit lit?) negra. Circular, como la luna, la historia nos permite ver los 360 grados de Gasper, sus aristas, sus contradicciones, sus convicciones, sus miedos, sus acciones meditadas y sus reacciones instintivas: “Soy algo así como el nivel del mar: una constante en plena agitación cuyo examen nunca otorga evidencia alguna”.  Y una vez conocido (aprehendido) el personaje, con mis prejuicios en los bolsillos y reequilibrando las concepciones del bien y el mal, un deseo se queda flotando en mi mente: las ganas de caminar y escalar la Luna, de llegar al punto más alto de la cima, al peñasco de granito en el que, encogida, dormir, y al amanecer ver, que “en todas direcciones, la Luna caía como los pliegues de un inmenso vestido…”. Aquí no hay spóiler, las vistas desde la Luna tienen que ser bellísimas.


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