La cancelación y sus enemigos, de Gonzalo Torné, en colaboración con Clara Montsalvatges (Anagrama) | por Gema Monlleó

Gonzalo Torné | La cancelación y sus enemigos

“Preferiría no hacerlo”
Bartleby, el escribiente. Herman Melville 


Vayan por delante los siguientes dos apriorismos. Primero: soy fan de Clara Montsalvatges, uno de los personajes de las novelas de Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) quien, aunque secundaria a veces, provocó en mí un
épaté la femme desde el primer momento en que leí sobre ella (no hay tuit del autor que se inicie con el acrónimo C.M. que yo no aplauda). Segundo: creo que si hay una colección de libros que recoge, desde la síntesis y el rigor, las particularidades de nuestro presente son los Nuevos Cuadernos Anagrama.  

Tras esta confesión bicéfala paso a comentar (que no analizar) La cancelación y sus enemigos, un libro escrito por Gonzalo Torné en colaboración con Clara Montsalvatges. ¿Es esto posible? ¿Pueden escribir un libro a cuatro manos un escritor y su personaje? ¿Resulta creíble? ¿Estamos ante una actualización de los diálogos platónicos sobre el controvertido tema de la epidemia de la cancelación? A todas las preguntas la respuesta es sí. 

Si la cancelación se apuntala en cimientos de justicia (¿puede haber término más subjetivo) vs crítica vs censura y suele cerrar con un portazo el diálogo sobre el tema/autor cancelado, Torne en este ensayo hace todo lo contrario. Hay una posición de partida del autor, una cierta enmienda a la casi totalidad por su personaje y un recolocar los conceptos de nuevo tras el intercambio epistolar. Nada más anti-cancelación que la duda, la firmeza en el cuestionamiento hamletiano, la escucha (lectura) activa, el repensar(se), abominar del inmovilismo y relegar al baul de las (buenas/malas) intenciones el concepto de lo políticamente correcto en la creación artística. 

En el mundo actual, bautizado por G.T. como “la Edad de Oro de la libertad creativa”, los autores gozan de una libertad completa que no se ve cercenada por la censura que hoy ya no ejercen los Estados (excepto en situaciones de dictadura) y, en pos de la competencia que el capitalismo defiende, los creadores pueden acudir a cualquier medio si reciben una negativa inicial a su propuesta (no confundir “pulso de criterios” con censura). Los lectores y espectadores, a su vez, disponen de todo tipo de medios para articular un juicio sobre una obra y difundirlo. A este hecho, empírico para G.T., y que define como ”la emancipación de las audiencias” C.M. responde que el término utilizado “suena imponente pero tiene algo de brochazo”. 

A partir de aquí el intercambio de criterios entre ambos es un diálogo construido sobre la base del respeto por las opiniones ajenas (C.M.: “te confieso que antes de enviarte la carta he dado algunas vueltas a tus argumentos y a los míos, y supongo que es uno de esos casos donde cuesta tomar partido sin reservas por una de las dos posibilidades”) no exenta de pullitas de cariño (C.M.: “He leído tu texto y sí, me he reído con los chistes y también con la absolutamente innecesaria sobrada final”). Ambos matizan, analizan, refuerzan y rechazan parte de sus propios argumentos con el propósito (conseguido) de ampliar el campo de discusión. Así a las “audiencias emancipadas” C.M. añade la “representación correcta de las minorías”, hecho que puede derivar en una creación orientada a “cumplimentar un cuestionario” y convirtiéndose así en una peligrosa “cancelación positiva” (“la expresión tiene ecos de “discriminación positiva”, pero es más bien una variación siniestra, en la medida que los más beneficiados no siempre serán los escritores que pertenezcan a minorías infrarrepresentadas”).  

El buenismo, el “contenido precocinado”, la psicología del victimismo, la (mayoritaria) hipocresía de la creación “de denuncia”, sobrevuelan la carta de C.M. que finaliza con una nueva denominación para el (wo/man)splaining imperante (sobre todo en la dictadura de la queja): “¡currutacos!” (según la RAE: 1adj. coloq. Muy afectado en el uso riguroso de las modas. 2f. El Salv. Diarrea.”. Conociendo a C.M. podemos apostar por la polisemia). 

Por su parte G.T. pone el foco en la “cancelación interior” destacando que pese a que “el escritor nunca ha sido tan libre para escoger el tema y el tono, el escritor nunca se ha sentido tan presionado para escribir de manera “correcta” sobre temas “correctos”. He aquí la paradoja del momento actual difícil de resolver para el público (“las audiencias emancipadas”) teniendo en cuenta que hoy “estorba el retrato complejo”.  

En este ensayo no hay propensión a sentar cátedra, leyéndolo he sentido que se iban abriendo distintas capas de argumentos, distintos caminos, y que las baldosas amarillas tal vez no existen o tal vez pueden ser naranja o rosa o crema o mostaza o ocre… G.T. se despide diciéndole a C.M.: “esta carta no es tanto una respuesta como una incitación a seguir hablando” y si algo hay de subversivo en el libro es justamente esto: cancelar el inmovilismo, cancelar las indignaciones sobreactuadas, cancelar la tramposa dicotomía entre elitismo vs cancelación, cancelar la banalidad del uso del término censura, cancelar las “bullangas” (según la RAE: 1f. Tumulto, rebullicio.), cancelar la “separación artificial entre lo “estético” y lo “moral”, hija de la pereza y fuente de tantos equívocos”, cancelar la simplificación, cancelar el corsé del canon, cancelar “dirigir el tráfico disfrazados de repollo” (C.M., obviamente), cancelar la creación como un concurso de buenas intenciones. En definitiva, cancelar a ofendiditos y currutacos.  

Quiero destacar que en La cancelación y sus enemigos el foco de G.T. y C.M. está puesto en la obra, en su contenido, y no en el autor (que a veces es cancelado por su “comportamiento” eludiendo el análisis artístico). El posible escándalo (C.M.: “qué palabra, ¿verdad?, es imposible pronunciarla sin agitar la melena”) de las acciones personales queda, entiendo que deliberadamente, al margen en este intercambio epistolar.  

¿Existe la obra incólume? ¿Existe la obra moral y poéticamente perfecta? ¿Existe un “medidor de perfecciones” aplicable a cualquier momento histórico (también a los venideros)? ¿Existe un punto de vista universal, una deontológica audiencia emancipada, desde donde analizar la representación artística? Coincido con C.M. cuando afirma que “graduar la injusticia es un asunto endemoniado” (y añado: si es que ello es posible) y cierro este texto con las palabras de G.T., quizás las que deberíamos tener en cuenta antes de que el mazo de la (in)justicia caiga sobre una obra exclamando ¡cancelada!: “La ficción es un sismógrafo de lo cambiante, expresado con intensidad suficiente para que reaccionemos, movidos por nuestra curiosidad hacia lo distinto y perecedero. La verdad de la ficción está manchada de dudas e incertidumbres, y su belleza confundida con estremecimientos e inquietudes”. 

La cancelación y sus enemigos, Gonzalo Torné en colaboración con Clara Montsalvatges. Anagrama, 2022. 

(*) Damnatio memoriae es una locución latina que significa literalmente “condena de la memoria”. Era una práctica de la antigua Roma consistente en condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre. (Fuente: Wikipedia).


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