El pan a secas, de Mohamed Chukri (Cabaret Voltaire) | por Ferdinand Jacquemort
Contad, hombres, vuestra historia, tituló a uno de sus libros Alberto Savinio. Sí, pero ¿qué historia? ¿Qué historia entre todas las historias posibles? Mohamed Chukri contó en El pan a secas la suya, y fue una historia del hambre, no porque la pasara siempre, sino porque ese hambre, como el frío, se le metió en los huesos desde pequeño y no le volvió a abandonar.
Su familia deja el Rif para marchar a Tánger, en una época “de sequía y de guerra”. Su padre, un tipo alcoholizado y violento que reprocha su suerte a todo lo que le rodea, su madre, su hermano enfermizo y él mismo, empiezan (continúan) un viaje a través de la miseria, atravesando lo más bajo de la existencia. Ya en las primeras páginas asistimos a la muerte del hermano a manos del padre, estrangulado. La escena no puede ser más prosaica, el entierro más vacío. La tumba quedará sin nombre y la vida seguirá. Chukri irá a regarla, robará las flores de los vecinos. Eso será también su primer libro: escribir para que su historia no quede sepultada por el tiempo, en un rincón anónimo, entre tantas otras. Escribir para que la vida no sea como esa tumba, para que su hermano tenga un lugar donde estar eternamente.
De Tánger marcharán a Tetuán. En realidad, el lugar no importa. El hambre y la muerte van con ellos. El padre no cambiará: acabará en la cárcel un tiempo por problemas con los españoles, vendrán otros hermanos, morirá alguno, quedará algún otro. Chukri busca por las basuras, roba en los huertos de los demás, trabaja de criado, de camarero, de cualquier cosa. Poco a poco, el mundo se van construyendo alrededor de él. La vida siempre estará en otra parte, como las mujeres, a las que empieza a observar y desear. En su escritura, las cosas no tienen el mismo peso: la muerte del hermano, en su importancia, ocupará mucho menos que su deseo, sin que esto responda a un verdadero orden. Él cuenta. Al leerle, nos sentimos más cerca del instante en que la oralidad dejó paso a la escritura, se convirtió en ella. Chukri era analfabeto (cuando se tiene hambre, solo se puede ser eso: alguien con hambre). La novela terminará precisamente con su decisión de marcharse a estudiar, a aprender a escribir. Tenía veintiún años. Chukri cuenta en español El pan a secas a Paul Bowles, que lo transcribirá pasándolo al inglés. El libro no se editará en árabe hasta mucho después, revisado por el escritor (y esa es la edición que nos trae, maravillosamente, Cabaret Voltaire). Así, la escritura se despoja de lo superfluo, de los adornos. Como el pan, se queda desnuda, sin más, abandonada a su suerte.
La familia va dejando lugar a los encuentros fortuitos. Convertido en un crío de la calle, uno más de esos vagabundos hambrientos dedicados a cualquier cosa que les permita llevarse algo a la boca, el callejeo, el sexo (fundamentalmente las putas), irá ocupando un lugar en su historia. Incluso la Historia, esa que se escribe con hache mayúscula, encontrará sitio, con una matanza organizada por los españoles para minar el poder francés en la región. Todo se va confundiendo. Todo, en realidad, está al mismo nivel: ganar dinero prostituyéndose, comer pescado cogido del suelo o comida de la basura, trabajar para contrabandistas (a eso dedica buena parte del libro, su segunda mitad), las calidades de los distintos burdeles y prostitutas, el padre (al que odia más que ninguna otra cosa en el mundo), la madre (como refugio), la ciudad (Tánger, fundamentalmente), el miedo, trabajar de sirviente para una familia francesa, fumar kif… La vida es eso. Vivir es eso. Tánger, para él, no puede ser la ciudad cosmopolita y abierta al mundo, aquel lugar de encuentro para escapados de todos los rincones de la tierra. El hambre, de nuevo, no produce imágenes idílicas y rara vez convive en armonía con aquellas cosas. La ciudad que muestra el escritor marroquí es un lugar amenazador en el que atravesar una calle de noche puede ser mortal, como los encuentros fortuitos.
Chukri nunca pudo liberarse de su libro (¿cómo liberarse de aquellos años de su vida?, por otra parte). La vida seguiría y también sus memorias. Llegó Tiempo de errores y Rostros. Persistencia de los malos tiempos, de los peores recuerdos. Cuando yo era solo un crío, un pajarillo entró por la ventana. Mi abuelo lo cogió y lo mató golpeándolo contra le mesa. Con la cara desencajada, le pregunté por qué lo había hecho. Dijo que aquellos pajarillos se comían las cosechas. Mi abuelo hacía muchos años que ya no tenía ninguna cosecha que cuidar, ninguna huerta que vigilar. Con aquel gesto, solo mataba su pasado, y en aquel triste animal, a todos aquellos otros que se habían escapado y aquello que él había pasado, que era mucho. Leyendo El pan a secas, lo he recordado. Contad, hombres, vuestro hambre.
Mi enhorabuena por el artículo. El pan a secas es la segunda obra rescatada de Chukri. Cabaret Voltaire ha inciado un merecido rescate. Espero que le haya gustado la nueva traducción.
Rajae Boumediane El Metni
Traductora de El pan a secas y Paul Bowles, el recluso de Tánger.
Nos ha encantado la traducción. Y seguramente no era un libro fácil de traducir (o un autor), intuimos. La verdad es que es un lujo no solo contar con estos libros de Chukri, sino contar con ellos en las impecables, maravillosas ediciones de Cabaret Voltaire. Muchas gracias.