Interrogatorio de la máscara, de Jean Starobinski (Alpha Decay) Traducción de Javier Guerrero | por Israel Paredes Badía

Jean Starobinski | Interrogatorio de la máscara

Jean Starobinski publicó “Interrogatorio de la máscara en 1946, cuando contaba veintiséis años y era ayudante de literatura francesa en la Universidad de Ginebra. El texto permaneció inédito hasta 2014, cuando se preparaba la exposición Masques, mascarades, mascarons (Máscaras, mascaradas, mascarones), que se celebró en el Louvre entre junio y septiembre de ese año, y colaboradores en la organización informaron a los editores francés de su existencia y lo recuperaron, con ayuda del propio Starobinski, que revisó y el texto que, junto el texto introductorio para el catálogo de la exposición, “Los poderes de la máscara” y “El disimulo trágico”, publicado en la revista Sphera en 1992, componen este volumen editado en castellano por Alpha Decay. Los tres textos componen un acercamiento singular al tema de la máscara, desde una visión filosófica muy personal, con unos textos que, a pesar de la distancia temporada en su escritura, conforman un conjunto coherente, que se complementa y amplía entre sí a la hora de pensar sobre la máscara.

Cuando publica el texto, en 1946, en la incipiente posguerra, Starobinski reflexionaba sobre la práctica del carnaval y del disfraz para pensar y comprender el arte contemporáneo y la crisis de identidad: tras seis años de guerra puede que fuese un momento propicio para que Starobinski reflexionase sobre la máscara, sobre la identidad, sobre lo que oculta la máscara y, a su vez, sobre aquello que revela, que expresa sobre quien la lleva. Mediante un texto tan ensayístico y especulativo como narrativo, Starobinski plantea unas reflexiones que alcanzan a la literatura, las artes visuales, la música, la medicina… utilizando la práctica del carnaval y del disfraza para poder comprender la crisis de identidad y del arte contemporáneo. Así, Starobinski hace un repaso histórico a momentos determinados -asegura, por ejemplo, que la Revolución Francesa se preparó con máscaras tras adentrarse en representación trágicas -que usaban la máscara para exorcizar las fuerzas amenazantes- o la comedia -que las usaban de manera crítica e irónica, a la par que lúdica-. El libertinaje de la ilustración usó la máscara para esconderse y experimentar una libertad nueva en la que los límites se pierden.

Starobinski se plantea si, quizá, la única realidad es la apariencia y si la máscara no ocultará bajo ello más que el vacío. Ahí aparece, entonces, el romanticismo para ensalzar el disfraz y, por extensión, la máscara, como verdadera capaz de profundidad del ser. Así, lo que parece algo azaroso o lúdico o superficial -ponerse una máscara- es para Starobinski un acto que puede resultar tan cobarde como subversivo a la hora de esconderse o de reescribirse, si bien, en ambos casos, en el fondo, se puede apreciar una pulsión, o deseo, parecido: ponerse una máscara para no ser nosotros mismos porque necesitamos algo que complete nuestro ser: tras la guerra, mediada la década de los cuarenta del siglo XX, Starobinski está hablando de una profunda crisis de identidad social, no solo individual producto de las consecuencias de una guerra y de unas ideologías que han dejado a la sociedad occidental traumatizada y en camino de una reconstrucción bajo una profunda crisis que pone de relieve que quizá hay inherente al ser humano a tener que estar reinventándose constantemente.

En los textos, más recientes, que completan el libro Starobinski podría haberse detenido a hablar de la máscara contemporánea: imagen virtual, los selfies o la imagen pública que creamos a través de las redes sociales. En cambio, el autor ofrecer reflexiones más personales sobre su relación con la máscara que amplia y complementa el primer texto, y principal, del volumen. Ahora bien, esto no implica que Starobinski no esté, en verdad, hablando de nuestro presente: aunque no mencione la virtualidad de nuestra realidad, no es complicado usar las reflexiones de Starobinski para pensar en el presente: más allá de las relaciones que se pueden estar estableciendo entre épocas, la máscara está cada vez más presente, aunque ya no es necesario, más allá de celebraciones puntuales, su uso físico. Ahora la máscara consiste en esconder bajo el anonimato para poder expresar lo que se piensa y no tener problemas, sean del tipo que sean estos; o, por el contrario, la máscara surge a rostro descubierto, sin necesidad de esconder la identidad real, pero construyendo socialmente un ser, un discurso, una identidad, que epate y que consiga atraer a quienes nos interesan para aprovechamiento propio. Starobinski lo tenía claro: quizá sea consustancial al ser humano querer siempre ser otro, lo que diferencia en cada momento, en cada época, es la pulsión, el deseo o la necesidad, de ese querer ser otro. De usar una máscara u otra. Y ahora, por desgracia, poco queda para lo lúdico, para el juego, en una absoluta mercantilización del yo que conduce, por ejemplo, a adultos a transitar las redes sociales en busca no tanto de compartir como de pedir -suplicar en el fono- que alguien les haga caso. La máscara como forma de atraer o de repeler, pero siempre bajo unos intereses más o menos parecidos.


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