El Giro de Italia, de Dino Buzzati (Gallo Nero) Traducción de David Paradela | por Juan Jiménez García
Aquellas tardes viendo vueltas, tours, giros, por la televisión… Es curioso ser un espectador del mundo del ciclismo. Aunque las etapas duran horas, solo podemos ver a los ciclistas a su paso, a pie de carretera, durante unos breves segundo. Por televisión tampoco hay mucho que contar. Pasan los minutos, pasan las horas, y las bicicletas siguen atravesando obstinadamente paisajes, pueblos, ciudades. Sí, de vez en cuando ocurre algo. Entonces es una historia de tiempos, de cuánto se llevan unos a otros, escapados y perseguidores. Y mientras tanto, los comentaristas siguen hablando de todo un poco, viejas historias. Porque el ciclismo, después de todo, también es un cuestión de tiempo. Un tiempo vacío, pero también un tiempo épico. Esos momentos de grandes montañas, de grandes cumbres, en las que esos hombres quedan detenidos, en los que todo queda ralentizado en su aire de tragedia. Sí, están aquellas tardes viendo embelesados todo eso. Ahora bien: si ya tiene su aquel seguirlo por televisión, ¿cómo escribir sobre ello? Cómo evitar volver siempre a los mismos adjetivos, los mismos tópicos, los mismos lugares comunes, día tras día, crónica a crónica. Dino Buzzati, en aquel Giro de 1949, dio alguna que otra lección sobre ello.
A Dino Buzzati es inevitable conocerlo por El desierto de los tártaros. Seguramente esa fue su cruz particular. También es cierto que tuvo una larga trayectoria como cuentista, bien reconocida. Pero no es menos cierto que su carrera como periodista no es muy conocida, pese a ser el trabajo de toda una vida. Gallo Nero arroja algo de luz sobre ella al traernos El Giro de Italia, libro que recoge sus crónicas para el Corriere della Sera, periódico al que estuvo ligado buena parte de su vida. Hay que decir que para entonces ya había escrito sus libros más conocidos.
Buzzati se toma el reto de escribir sobre ciclismo como una novela. Como una crónica literaria al menos. Si no nos interesa el ciclismo no hay que preocuparse demasiado: hay capítulos que ni tan siquiera tratan sobre él. Si nos interesa el ciclismo, encontraremos una pasión sin límites, ya no por los grandes momentos, sino por los más pequeños detalles. El escritor italiano en realidad tiene dos preocupaciones (preocupaciones es un decir, porque todo despide un cierto aire de felicidad, de un crío atravesando embelesado cuatro mil kilómetros): el lado humano (ya no solo de los grandes campeones, como Coppi o Bartali, sino también del último de la clasificación o de aquel ciclista que nunca será nada porque no puede ser nada) y el ciclismo en sí mismo (su misterio).
Estamos aún en los tiempos de la posguerra, esperando milagros económicos. Italia aún se lame sus heridas y el Giro es una buena oportunidad para mirar hacia otro lado, imaginar otras Italias posibles y, de paso, distraerse. Está el duelo entre Bartali y Coppi. El viejo campeón (Bartali), aquel al que cantó Paolo Conte, y el nuevo campeón, el joven Coppi. La batalla entre lo viejo y lo nuevo (más aún si pensamos que del mito Bartali se apropió el fascismo, siempre necesitado de héroes, aunque él no fuera fascista; incluso a su muerte se supo que formó parte de una red destinada a salvar a judíos). Para Buzzati esto tiene aires mitológicos y a ello, a la mitología, se entregará. Buzzati no es un observador imparcial y amable, sino que puede ser realmente cruel. Como un niño, se empeña en decirnos aquello que ve, despojado de los silencios o las palabras amables de los mayores. Sus apasionadas descripciones de las etapas de los Dolomitas y los Alpes, allá donde se decidió todo, no están exentas de un cierto regocijo por el destino de estos ciclistas, aun con palabras de simpatía para el viejo león caído. Los tiempos han cambiado y sí, las personas permanecen, pero más viejas, más cansadas.
Fuera de esos días, el Giro discurrirá tranquilamente, indolentemente, a través de las carreteras de Italia, entre los encuentros fugaces con la afición, los gritos de ánimo dirigidos a otros, las miserias cotidianas, la vida. Buzzati describirá los momentos de calma con el mismo entusiasmo que aquellos épicos. En él está el gusto de contar y contar no entiende de cosas grandes y pequeñas. Todo se confunde. Las escapadas con el último del pelotón, que aspira a conseguir un jugoso premio en metálico, a costa de una eterna espera a que llegue a la meta. El ciclista que montó una banda de música, instrumento a instrumento, con el sudor de su frente, a la Italia garibaldiana. Coppi y su hermano, ciclista poco dotado que parece tener como única misión sostener anímicamente al campeón.
No, seguramente ya no sería posible escribir como escribe Buzzati sobre el Giro. Han pasado más de cincuenta años y el gusto por la palabra ha dejado paso al gusto por la inmediatez. Buzzati se preguntaba sobre el futuro del ciclismo, de esos hombres subidos en sus máquinas, tan anacrónicos, pero se debería haber preguntado sobre el futuro de la crónica periodística. Los ciclistas siguen rodando, pero aquella escritura que les acompañaba… Por unas horas, deliciosas, Buzzati hará volver para nosotros aquellos “viejos tiempos del pasado”. No es poco.