8×11 sueños. Un homenaje a Cirlot (Fantasma) | por Juan Jiménez García

8×11 sueños. Un homenaje a Cirlot

Sueños. Soñar. Cuando, no hace mucho, escribí sobre La identidad de las noches, de Julio Monteverde, escribí mi pequeño tratado sobre mi pequeño mundo onírico. Un mundo pequeño no por inexistente sino por irrecuperable. Mis sueños desaparecen con el despertar, se desvanecen, se convierten en una nada más. Tomando notas sobre 8×11 sueños. Un homenaje a Cirlot, escribí, que los sueños son una herida en la página en blanco de la noche. Pero ¿hasta llegar ahí? El comienzo es el prólogo del propio Julio Monteverde, para mí uno de los que mejor ha entendido los sueños y su escritura. Este prólogo, al que ha llamado Pasar el mensaje, un cierto delirio, es una pieza más de su relato. En ella nos habla de cómo los sueños se han convertido en algo íntimo, que ya no es revelado porque la religión primero y el capitalismo después, los han convertido en una cosa sin sentido o, peor, sin utilidad. Ay, la utilidad de las cosas. Nos sentimos mal por soñar, porque soñar carece de valor. De nuevo, la importancia de las cosas que perdemos, de lo infraordinario, por encima de ese mundo visible, cada vez más y más aburrido, hasta el punto de que podrá ser reproducido, sin fallas, por la inteligencia artificial (que se alimenta de la estupidez universal). Una breve historia de los sueños y de su escritura. Y también, la relación irrompible entre sueño y poesía. En ese punto, nos encontramos con Cirlot. Se cumplen cincuenta años de la edición de su 88 sueños. En 1951 había escrito y publicado los primeros ochenta. Luego estos alcanzaron su número final. Ahora, reunidos por Diego Luis Sanromán, también uno de ellos, ocho escritores escriben once sueños. 

Creo que escribir sobre un libro de sueños es una frivolidad. Sin embargo, ya he escrito sobre unos cuantos. Es una frivolidad porque nos da la sensación de estar buscando en ellos alguna revelación y, más aún, nos convertimos en psicoanalistas o algo peor, porteras de novela de Georges Simenon, por ejemplo. Esa manía de buscar un significado. Pero ¿no hemos leído ya sobre la relación íntima de la poesía y el sueño? ¿No debería entenderse estos como una forma de la otra y la otra como una forma de estos? Vasos comunicantes. Entonces. ¿No sería entregarnos a un ejercicio vano por innecesario? La única solución a un problema inexistente es renunciar a ello. Pero, sin embargo, apunté ciertas unas pocas cosas. Como siento atracción por el abismo, y nunca me preocupó equivocarme (hasta nuestros errores son perfectos, escribía Bohumil Hrabal), ahí van, en un ordenado desorden: 

Raúl Herrero. Entre lo grotesco y el tumulto está lo inquietante. Me gusta el último sueño porque empieza con la llegada de la hora de dormir. Rodrigo Martín Noriega. Sueños cinematográficos que se narran a sí mismos. Aventuras del inconsciente escritas desde la consciencia. Diego Luis Sanromán. Asombro, asco, miedo. La presencia del otro como alguien que comparte vida y, por tanto, sueños. En un sueño hay un “fundido”. Justo. Ángel Zapata. Destellos, pequeños actos dislocados, encuentros con el azar. Lo raro, lo extraño, lo ajeno como propio. Ana Gorría. El erotismo, la muerte [estoy leyendo a Georges  Bataille], el yo, los otros, la familia, el temor, la transformación. José Óscar López.  Volar, el cielo, la geografía de lo físico, el espacio en los sueños. Fernando López Guisado. Poemas como sueños. Soñar como una forma de poema. Ella. El sueño convertido en otra cosa, ajeno a sí mismo. Cajas dentro de cajas que contienen otras cajas que contienen… Iván Humanes. El animal y la herida, el animal y la herida. La herida que se instala en nuestro cuerpo. El animal-incógnita que se instala en el hogar, entre los hijos y la mujer. 

Cirlot sigue ahí. De algún modo. Leer.


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