La escritura como un cuchillo, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire) Traducción de Lydia Vázquez | por Gema Monlleó
“Aquí he escrito sobre la escritura, el mundo estaba ausente”
Vivo la publicación de cada nuevo libro de Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) como un regalo, la celebración que me permite añadir una nueva pieza del puzle de su obra, entendiendo su obra como un todo a veces en penumbra al que cada novela ilumina en un sector. En el caso de La escritura como un cuchillo el foco va más allá de un espacio determinado, casi puedo decir que en realidad este libro es el marco del puzle, el que marca los límites del dibujo, el contenedor que permite que ninguna pieza caiga. Voy a los detalles.
La escritura como un cuchillo es la transcripción de una larga conversación por correo electrónico entre Annie Ernaux y Frédéric-Yves Jeannet, escritor y estudioso de su obra. Esta conversación, sin duración definida ni finalidad explícita inicialmente, se produjo entre los años 2001 y 2002. En este diálogo escrito Ernaux argumenta, con sinceridad y precisión, lo que ella denomina sus “razones para escribir”: detalla cómo es su experiencia de escritura, algo que en la lectura del resto de su obra sólo puede observarse (leerse) de manera mínima (“la escritura es, definitivamente, una moral para mí” en Perderse; “escribir sobre la propia madre plantea, a la fuerza, el problema de la escritura” en No he salido de mi noche, “escribir ha sido la manera de salvar lo que ha dejado de ser mi realidad”, en La ocupación).
Mucho se ha dicho y escrito sobre la escritura de Ernaux, especialmente en los últimos años después de ganar premios como el Formentor y en especial el Nobel, pero poco de lo dicho nos llegaba directamente de (desde) ella. Leer ahora esta exploración minuciosa de las interioridades del hecho de escribir, del cómo escribir, del desde dónde escribir, del para qué/quién y, en ocasiones, contra qué/quién escribir, y leerlo desde el hoy (pero escrito entonces) permite ver la compacta cohesión literaria, social y política del proyecto de la escritora. Me atrevo incluso a decir que su discurso de aceptación del Premio Nobel ya estaba en este libro (el desgarro social que desemboca en la necesidad de vengar a su raza y a su sexo, el compromiso político por hacer que lo indecible salga a la luz), tal es la coherencia de Ernaux con su proyecto literario-vital.
Los lectores de Ernaux sabemos a qué hace referencia el cuchillo del título. Si hay una escritora capaz de diseccionar y, lo que es más importante, de diseccionarse en cada libro es ella. Su escritura en pos de la “verdad” (“el nombre que damos a aquello que buscamos”) es clínica y afilada (“la única escritura que yo sentía como “justa” era la de una distancia objetivadora, sin afectos expresados, sin ninguna complicidad con el lector cultivado”) y la exploración de la realidad social pasa indefectiblemente por la realidad íntima, por desollar esa intimidad fuera de la ficción. El “criterio de verdad” es regresar a un antes (un hecho propio del pasado) buscando el momento casi epifánico en el que un detalle provoca “la congelación de la imagen, la sensación y todo lo que desencadena” y desde ahí, escribir, escribirse, escribirnos (donde “nos” es el contexto que performa el acto íntimo): “la finalidad última de la escritura, el ideal al que aspiro, es pensar y sentir dentro de los otros, como los otros han pensado y sentido dentro de mí”.
La entomología made in Ernaux, la autosociobiografía (“no disocio lo íntimo de lo social”), la amalgama vida-obra, el “yo que remite explícitamente a mi persona, rechazando toda ficcionalización”, son la forma que la autora escoge para ponerse “en peligro” (una expiación que, inicialmente, parte de lo que ella considera traición a su clase social) y subvertir “las visiones dominantes del mundo”. Ese “yo” tan marcado es lo que le permite la “transubstanciación, la transformación de lo que pertenece a la vivencia, al yo, en algo que existe completamente fuera de mi persona”. Los detalles literarios, la forma escogida en cada momento, depende de dónde quiere/puede echar el ancla, si en sus diarios personales (“el depósito de la fugacidad”), en sus diarios de escritura, o en el momento en que una necesidad vital se activa provocando la “conjunción paradójica” (expresión de Hélène Cixous) de vivir simultáneamente en dos planos: “el de la vida y el de la escritura”. Todo ello desemboca en lo que Ernaux denomina “la zona en construcción”, el lugar de lo inacabado, de los esbozos, de la exploración primera, del resorte que activa un hecho-tema (“un deseo que se forma y que puede permanecer en estado latente durante mucho tiempo”) sobre el que escribir mientras espera la “tensión extrema” que transformará las “cosas que ve” en palabras escritas, “el ajuste, por una parte, de un deseo y de un proyecto y, por otra parte, de las técnicas posibles de ficción”.
Con La escritura como un cuchillo entramos en lo que podría ser el set de rodaje de una película en el que la magia del cine se está construyendo, pero todavía no es posible ver el resultado. El entramado, las decisiones, el contexto, emergen a la superficie y la compre(h)ensión que nos permite sobre el proyecto literario de Ernaux es total. La crítica (especialmente masculina y burguesa), el feminismo, el origen social y el ascensor de clase por efracción, la libertad creativa procurada por un trabajo al margen (la enseñanza de literatura) son texto y subtexto junto con la explicitación de lo social-político a partir de lo íntimo: “lo íntimo sigue siendo, y lo será siempre, social, porque un yo puro, donde los otros, las leyes, la historia no estuvieran presentes sería inconcebible”.
Afinidades electivas, en la posibilidad de “ver” la trastienda de la escritura, con El viaje inútil (Camila Sosa), La escritura indómita (Mary Oliver), Todo lo que hay (James Salter), Mientras escribo (Stephen King) o, entre muchos otros, Escribir (Marguerite Duras), libros todos ellos escritos desde/con la sombra arquetípica del escritor y que nos permiten completar el retrato del proceso y/o del proyecto literario de los mismos.
El libro termina con dos codas. Una a modo de epílogo y puesta al día escrita por la propia Ernaux en 2011, después de la publicación de Los años (“una autobiografía vacía, es decir, colectiva,sin un yo, solo con se y nosotros”) y El uso de la foto (mi libro favorito de Ernaux) en la que, de nuevo con lo político llamando a su puerta de lo íntimo, explicita la siempre indisoluble necesidad ernauxiana de rebelión ante “acontecimientos personales o colectivos” para seguir tomando “conciencia crítica ante el aumento de los peligros” de un mundo en retroceso. En la segunda coda, otra vez en forma de diálogo con Frédéric-Yves Jeannet, datada a principios de 2021, la visión retrospectiva de algunos de sus libros (varios de ellos no publicados en España: L’atelier noir, Écrire la vie, Le vrai lieu… -desde aquí mi encarecido llamamiento a Cabaret Voltaire para su publicación-) clarifica todavía más la línea del proyecto literario de la autora desde el viaje (metafórico) a sus propios textos pasados y el viaje (geográfico) de Ernaux acompañándolos.
Libro de libros, libro de detalles, libro de entomología sobre el acto de escribir, libro de motivaciones intelectuales y vitales y sociopolíticas, libro de “examen de conciencia literaria”, libro de revelaciones (“hacer surgir del vacío lo que pienso, busco, siento cuando escribo -o intento escribir-, pero que está ausente cuando no escribo”)… Si Ernaux nos tiene acostumbrados a la literaria disección íntimo-social, en La escritura como un cuchillo asistimos a un diálogo de calidad taxidermista sobre sus decisiones literarias (político-literarias) que nos convierte en voyeurs de la escritora ante sus folios (“trabajo en hojas sueltas con rotuladores de punta fina”). Hasta ahora leer a Ernaux era sumergirse literariamente con ella en lo tantas veces indecible, a partir de ahora, para mí, será descender también al acto de la escritura (a su literal acto de escritora) desde donde lo indecible, como asunto político, es narrado.
“Si tuviera que dar una definición de la escritura sería esta: descubrir al escribir lo que es imposible descubrir de otra manera, con palabras, viajes, espectáculos, etcétera. Ni siquiera mediante la reflexión. Descubrir algo que no estaba ahí antes de la escritura. En eso consiste el goce -y el espanto- de la escritura, no saber lo que, gracias a ella, adviene.”