El libro de las despedidas, de Velibor Čolić (Periférica) Traducción de Laura Salas Rodríguez | por Juan Jiménez García

Velibor Čolić | El libro de las despedidas

Está el cansancio. Ese cansancio que no responde a nada en concreto, más que a vivir. Vivir cansa. Poder estar una tarde sin hacer nada, mirando por la ventana el azul del cielo, el vuelo del algún pájaro, el silencio de esa misma tarde, apenas quebrado por algún sonido leve, dudoso. El viento mueve las ramas de dos árboles. Uno algo enfermo, piensas. Sí, vivir cansa. Un cansancio que no puedes explicar, que solo intentarlo, lo agravaría. Es más: no quieres intentarlo. Velibor Čolić desertó del ejército bosnio durante la guerra. Más adelante sabremos que fue cuando su hermano es gravemente herido. Milagrosamente superviviente, añadieron a su sangre otra sangre que tenía escrito el futuro de su muerte, años después, en Suecia. Pero esa es otra historia, y como otras tantas, está contenida en este libro de despedidas. Čolić tiene veintiocho años cuando escapa a Francia. Allí le dan una renta de inserción y una mediateca en la que trabajar. Es decir, un mínimo de subsistencia, una subsistencia física. La subsistencia mental es cosa suya. Entre una y otra, el equilibrio es precario. Es un tipo enorme, que cultiva el alcoholismo, el gusto por las mujeres, el deseo de la escritura, su barriga y su papada, la búsqueda del francés como próximo idioma, la lejanía de Bosnia y la cercanía del exilio. Ser exiliado no se elige, se es. Čolić ha perdido un país y quiere encontrar una lengua. Sus aspiraciones, dice, son simples: quiere vivir y escribir en paz. La paz, como el cansancio, es algo abstracto. El cansancio es algo pegajoso y la paz esquiva. No son ajenos el uno del otro. Un día, Čolić deja la mediateca. Quiere ser escritor, quiere ser un escritor en lengua francesa, quiere publicar en Gallimard. Caer, caer aún más, para luego encontrar algo, allá en lo alto. 

Sus días pasan entre sus voluntades, el alcohol, sus encuentros con mujeres deseadas, dibujadas o existentes, o todo esto a la vez. Las mujeres son otro país, otra geografía más, otro exilio, un territorio encontrado. Dar con la escritura, ser aquel que creemos intuir, entre esos escritores con los que mantenemos un diálogo, desde tanto, desde siempre. Sus días son una sucesión de fragmentos, de recuerdos, de capítulos que son pasos, pasos perdidos. Avanzar, retroceder. Entre el deterioro, incluso físico, entre el derrumbe, entre alguna pequeña victoria, pasar los años manteniendo unas constantes vitales y solo esas constantes vitales. Es decir, sobrevivir. El escritor bosnio busca al escritor francés. En realidad, eso forma parte de su intimidad. Para los demás es un belga, un irlandés, alguien que habla un francés raro. Pero, bien para él, no es tan diferente. Es blanco, toda una ventaja. Puede pasar desapercibido. Confundirse con el otro. 

En El libro de las despedidas, escrito durante cuatro años, los días, la patria, las mujeres, el alcohol, el tabaco, el hermano, el idioma, tantas cosas, se van quedando detrás. Algunas vienen y van y se vuelven a ir. Otras no volverán nunca. Otras se quedarán. Nos queda la duda, sembrada, de que no todo debe ser cierto, pero llegados a este nivel de proximidad con uno mismo todo es cierto, la inventado y lo verdadero. Todo forma parte de una realidad que iguala los extremos. Se califica de antiguo soldado, de antiguo indigente, de antiguo hombre sombra, y todo esto es cierto. Y en cada una de esas certezas, hay algo escrito para su futuro. Hay un momento en el libro en el que habla de recordar desde el futuro. Es una bonita idea. Quién sabe si los alemanes no tendrán una palabra para ello. O los japoneses. El libro de las despedidas no es un libro sobre la melancolía del exilio. En todo caso, es un libro sobre el cansancio de la distancia. De la distancia que nos separa de nuestros deseos, de nuestra voluntad, de nuestro ser. Las distancias físicas de miden con una cierta facilidad. Las distancias mentales carecen de medida, pero, para un escritor, pueden ser un puñado de palabras, palabras que son frases, frases que son párrafos, párrafos que son capítulos, capítulos que son un libro y un libro que es media vida, una vida, varias vidas. O una sola palabra, una palabra que le gusta pronunciar, que le suena bien en francés y que puede ser el final de algo: amapola. 


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