Querido Pier Paolo, de Dacia Maraini (Galaxia Gutenberg) Traducción de Helena Lozano Miralles | por Juan Jiménez García
Pier Paolo Pasolini. ¿Por qué pienso en su muerte? ¿Por qué en ese vehículo pasando una y otra vez sobre su cuerpo inerte? Convertido en un despojo, lejos de desaparecer, permanece entre nosotros, con una insistencia feroz. Han pasado cien años de su nacimiento y cien años no son nada. Uno de esos números redondos que tanto nos gusta celebrar. Esas celebraciones a menudo rodeadas de olvido. Nos hemos convertido en adoradores del instante, del exabrupto, frente a la persistencia. Pero no, Pasolini permanece. Antes, después. Podría escribir sobre él a partir de sus imágenes. No de sus textos, de sus novelas, de sus relatos, de sus ensayos, libros de viajes, de sus películas. Si no de él, convertido en una presencia ineludible, que no solo no debemos evitar, sino ir a su encuentro, como iba Nanni Moretti en Vespa. Las exposiciones romanas de este verano eran fotografías. Rodajes, su entierro multitudinario, la madre, el trabajo, los amigos, las amigas. También Dacia Maraini, que ahora vuelve sobre él en un libro de cartas que nunca le escribió en vida, en un libro de sueños póstumos, en una sucesión de pensamientos sobre el hombre y el hombre civil. Querido Pier Paolo es una figura poliédrica, la única manera de acercarse a él y a esa infinidad de caras en las que se descompuso su trabajo y su obra. Sin renunciar a los sentimientos y a los sentidos, a la reflexión y a la memoria, a lo que hubo y a lo que pudo ser. Una escritura fulgurante que atraviesa años y cuerpos para andar a su encuentro y que ahora se me antoja como la única biografía posible, la única correspondencia cierta. Ir al encuentro de los fantasmas, de los espectros.
Dacia Maraini es también una autora poliédrica. Escritora, poeta, dramaturga, guionista de cine, compartió sus años pasolinianos con Alberto Moravia, también él uno de sus amigos más próximos, hasta el punto de que llegaron a compartir una casa propia (un proyecto que la muerte truncó, tras año y medio de convivencia). Maraini aparece en algunos guiones de Pasolini y en infinidad de viajes que realizaron a través de África, un continente que les apasionaba y que todavía vivía en una cierta inocencia, lejos, muy lejos, de esa vieja Europa, llena de heridas y de pasado. Aunque en el libro persista esa interrogación sobre su muerte, hasta el punto de ir a visitar a Pino Pelosi, el asesino confeso, pero confuso o mudo, de Pasolini, esa muerte no puede imponerse ante una vida violenta, por utilizar una expresión del escritor, aunque entendida esa violencia como una necesidad de vivir urgentemente, siempre atento al ruido del mundo, siempre intentando encontrar respuestas, acertadas o equivocadas, pero buscadas. Como en un escritor como Leonardo Sciascia, encontramos que el error, el equivocarse, siempre será un mal menor frente al silencio.
La escritora entrelaza vida y sueños para llegar a un Pasolini entre tantos otros. No se trata de reconstruir una relación, poner orden en un puñado de recuerdos, sino de entrelazar los hilos de la memoria con aquellos de la intimidad, de los pensamientos, las dudas, las palabras, los gestos y acontecimientos que vuelven a ella afirmativos o interrogativos, que se mueven entre las luces y las sombras y que ella recorre como una tentativa de traer al presente aquellos días pretéritos. Una sucesión desordenada (como lo son nuestros pensamientos) pero reveladora de instantes de vida que, finalmente, nos entregan a ese hombre de cuerpo atlético, de infinita dulzura, su relación con Susanna, la madre, pero también con otras mujeres, como Maria Calas, enamorada de él, y, claro, su homosexualidad, los ragazzi de vita, la escritura y el cine, la búsqueda de un mundo pobre pero sincero, que se pierde en la noche de los tiempos. Una sucesión de puntos suspensivos sin ningún punto final. Querido Pier Paolo es un libro bellísimo y de una rara luminosidad. De esa luz que baña las orillas del Mediterráneo pero también esas remotas tierras africanas o arábicas. Una luz que viene de lejos y, como cantaba aquel grupo que nunca olvidamos, una luz que nunca se apagará.