Equívocos árboles caligrafías personas, de David Delfín (Maclein y Parker) | por Gema Monlleó

David Delfín | Equívocos árboles caligrafías personas

“Yo no soy yo. Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.”
Juan Ramón Jiménez 

Hay libros de poemas, poemarios y libros-poema. Equívocos árboles caligrafías personas de David Delfín (Málaga, 1968) pertenece a esta última categoría. El título, con su enumeración sin comas, ya es toda una declaración de intenciones del cosmos por el que vamos a orbitar (“celebran soledades los cosmonautas”) y el Preámbulo explicita la finezza del poeta lúcido: 

“oculta como las raíces que los glaciares arrastran en su lentitud: existencia no desprotegida y amor imaginación de mil años,
instinto y razón de armonizar
equívocos árboles caligrafías personas.” 

¿Es el poeta un médium del ayer? ¿Es el hoy una constatación de lo perdido? ¿Hay en el vagar inter-tempus una metáfora de la melancolía? Los cuatro elementos de la naturaleza no alcanzan para ser “contenedores de” y Delfín amplía el/su mundo con zigzagueantes viajes atrás y adelante, aludiendo a inframundos, dotando de personificación a objetos y cambiando la etiología de los conceptos (“¿Logra ser / quien no quiere despertarse del todo y para siempre?”). Como en las hojas de un viejo calendario, las palabras caen hacia un tú elíptico: “dices abandono igual que una habitación iluminada se sitúa por encima de la noche sin desalojar borrados anteriores”, y al deshacer imposible de lo ya acontecido, al “ya fue” inmutable, se contrapone el deseo del hoy en el que ¿calladamente? incidir (“el caballito de mar manteniéndose erguido sin decir por qué se aleja”). 

“Inútilmente esta crónica
como un fósil reside en lo desvinculado. De las veces que logran ser más nuestras, la amplitud pulmonar que nadie pensaría, que nadie, salvo Lewis Carroll, incomprensible.” 

En los poemas de Delfín encuentro gozosa la tinta del calamar, la mancha in crescendo de términos que mutan su naturaleza original por verbigracia lingüística (mucho más que metafórica, ¿tal vez metafísica?), tinta de calamar sobre un lienzo de seda que se extiende anárquica y libre (“las manchas de residir”). La tinta, su tinta: “En unidades de inteligencia, la embestida”. Push. ¿Empujamos un poco más significados y significantes? Push. Pessoa, Fray Luis, Unamuno y Les Luthiers desfilando en la “Supervivencia Fashion Week”. Push. ”Quieres la fotosíntesis que pueda desbordarse con la misma sonoridad de los helicópteros”. Push. 

“¿Con qué desenvoltura
y hasta cuándo puede silenciarse el dolor pegado a tus otros nombres?” 

Realidad y desrealidad. Anacronismos vs la inevitable deriva casi nihilista del estar en el mundo contemporáneo: “Mientras te bañas con Nessum dorma como si se tratase de un champú geográfico”. Delfín arroja instantes precisos-concretos-históricos a sus poemas y los hace bailar con la música onírica del trance sostenido, de la casi-mística de la lucidez absoluta: Juan Ramón en Estocolmo (1956, recogiendo el premio Nobel de Literatura), “Marco Tulio con esposas, furgón de luces y sonidos de Playmobil, año 63 a. C.”, #entelequiahome, Orwell y Cortázar en aquel “secreto París detrás de lo aparente”, Aureliano Buendía en un inabarcable Macondo sin pescaditos forjados en oro y “hurgando en los contenedores de la basura cósmica”, “Hay odas que resisten para siempre a la desposesión del ayer, me dijo Neruda”: le dijo Neruda en esa intersección del tiempo entre el nacimiento de Delfín (1968) y la muerte del poeta (1973). Érase una vez poesía, “érase una vez dioses”. 

“El detective
              reparte tarjetas de visita
                           subido a una ciclomadrugada.” 

Comparto las palabras de Jesús Aguado en el prólogo, cuando califica Equívocos árboles caligrafías y personas como “un catálogo de fragilidades. Un collage de fragilidades”. Fragilidades a veces concretas, a veces borrosas (“esta afección ensayada del vértigo”). Fragilidades con ruido, con eco (“vas dejando pósits en las marquesinas”). Fragilidades rayuelianas (“para Oliveira, que halláramos -ustedes tan chicos- una buena historia entre tachaduras de papel afortunadas era como darle un beso al amor y comprender su falso enigma”). Fragilidades heterónimas (de Reis a “cómo es no ser don Quijote”). Fragilidades geográficas y con fecha, fragilidades de los 11s de septiembre (Rostropóvich entonando su cello por Bach en Berlín 1989, Víctor Jara en el Estadio Chile en 1973, el de Nueva York en 2001). Fragilidades “contra su propio making off”. Fragilidades desperezándose en el Soneto 137 (“los bordados de tu jersey sin ganas de pensar qué ponerse”). 

En un guiño metaliterario entre autores cuánticos veo la sombra de la gran bola de vinilo de El libro de todos los amores de Agustín Fernández Mallo (autor del epílogo Cómo se puede decir algo así) en la (Comunidad) de Delfín: “Hubo un tiempo de impresores y manteles sobre los surcos antiguos de las casas”. Y es Fernández Mallo quien afirma que el poeta crea en esta obra (deudora de las/sus anteriores: aquellos silencios, aquellos matemáticos, aquellas fábricas) una cosmogonía propia: “un planeta para habitar y dejar que te habite”. Releído varias veces este libro-poema no puedo estar más de acuerdo: hay aquí un Big Bang que estalla en cada lectura (“Alejándose de pertenecer, reside dentro el instante”), una posibilidad constante, una cartografía energética que late y se construye y se transforma y se culmina y que, ontológicamente, deviene divina entre delicados matices y jamás se rompe.  

“Y el mundo, entonces, acercándose como un mundo no encontrado, esponja marina absorbiendo el tiempo desvivido, estéril, como la distancia entra a preguntar no por los daños, sino por los equívocos, los árboles o las caligrafías pendientes”.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.