Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia, de Grafton Tanner (Alpha Decay) Traducción de Albert Fuentes | por Óscar Brox

Grafton Tanner | Las horas han perdido su reloj

En Magma, la estupenda novela de Lars Iyer, aparece una pequeña reflexión que no dejo de citar últimamente: “encuentra la expresión vórtice de impotencia particularmente motivadora de pensamiento, dice. Describe toda mi existencia: acción e ineficacia, movimiento y parálisis: esa extraña combinación de desesperación y frenesí”. Estas palabras no resultarán ajenas a un lector de Mark Fisher, sobre todo, si se ponen en relación a una de las cuestiones que surgen permanentemente en sus textos: ¿Podemos imaginar el futuro? Una pregunta que Fisher recoge de Fredric Jameson, que resuena también en la obra de Franco “Bifo” Berardi y que, de alguna manera, flota en el aire de la crítica cultural de la segunda mitad del Siglo XX. Una pregunta, además, que conecta muy bien con aquello que dejara escrito Michel Foucault: “debemos producir algo que todavía no existe, y sobre lo que no podemos saber cómo y qué será”. 

Sin duda, el capitalismo, el neoliberalismo y la autoexplotación constituyen esa hidra contra la que no pocos críticos culturales han centrado sus reflexiones; más aún, desde que la vida digital se ha solapado a la vida a secas, estableciendo una serie de patrones y costumbres que, tal vez, han acelerado su penetración o, simplemente, nos ha hecho más conscientes de la fatiga que se arrastra de una generación a otra. 

Por eso, resulta tan pertinente encontrar libros como No seas tú mismo, de Eudald Espluga, o, para el caso, este Las horas han perdido su reloj, de Grafton Tanner. En uno y otro caso, ambos autores peinan el campo semántico de una palabra -aquí, ay, la nostalgia- y evitan conclusiones simplificadoras para proporcionarle al lector algo más que un bálsamo contra la ansiedad. De hecho, una de las cosas más interesantes del texto de Tanner es que reformula esa pregunta por la imaginación del futuro para plantearnos si, en verdad, podemos imaginar incluso nuestro presente. Para ello, propone el tema de la nostalgia desde tres frentes: política, industria y vida. Cada uno con sus matices, nos retrotraen hacia diferentes aspectos en los que se hace evidente cómo la nostalgia ha acabado modulando un tiempo sin tiempo. Y nosotros, mientras tanto, nos hemos quedado atrapados entre las fantasmagorías de una vida suburbial y el encanto retro que dibuja un espacio vital vacío. O, si lo leemos de otra manera, saturado de vacío. 

Algunos apuntes interesantes, a partir de su crítica a la industria del entretenimiento: la visión casi edénica de una época, los 50, convertida en parque de atracciones mediático capaz de erosionar a conciencia la propia memoria de la década imponiendo un modelo que es, antes que recuerdo, interpretación de un recuerdo. O Hollywood como fábrica de un relato -prácticamente, megarrelato- que aún hoy sigue extendiéndose como una mancha de petróleo. Otra idea interesante: la desmitificación del algoritmo como eventual prospector. Lo que nos puede decir de nosotros no acarrea, rara vez, novedad alguna; al contrario, machaca la ratificación de todo aquello que ya sabemos. 

Tanner rastrea los orígenes de la nostalgia, allá por el Siglo XVII, se pregunta si es una emoción sana, describe cómo el Poder la ha introducido en su discurso para perfeccionar su capacidad de penetración y, fundamentalmente, explica que es difícil imaginar algo cuando nuestro presente permanece secuestrado por las fantasmagorías del pasado y, peor aún, por la exigencia del ahora. De la inmediatez. Aquello que Lars Iyer definía como una combinación de frenesí y desesperación. El vórtice de la impotencia. Explica la naturaleza del algoritmo, pero no mira únicamente en dirección al capitalismo de plataformas, sino que bucea en los servicios de genealogías y ADN, incluso en el trabajo en el Departamento de Justicia, para observar hasta qué punto ese barrido gigante de datos proporciona, más que una respuesta concluyente, una tortuosa perversión del pasado. Describe la industria musical -Spotify como punta de lanza- o el auge del bot político que es, en sus palabras, un cadáver balbuceante; no-vida con, paradójicamente, una capacidad de influencia a ratos brutal en la vida.  

Y, como sucedía en el libro de Espluga, no se limita a detectar el problema sino que, también, avanza caminos para nuevas respuestas. Entre otras cosas, porque no busca identificar como mala a la nostalgia, sino desmenuzarla y preguntarnos si hay algo útil, interesante, un contraargumento o una posible escapatoria a lo que el capitalismo ha hecho del concepto. Y para ello no duda en conectarlo con la crisis del antropoceno, las variedades reaccionarias de la nostalgia o el mito del futuro que el pensamiento computacional ha elevado a mantra para toda una generación. Aquí Fisher: “debemos analizar cuidadosamente toda la maquinaria que desplegó el capital para transformar la confianza en abatimiento. Entender cómo funcionó este proceso de deflación de la conciencia es el primer paso para revertirlo”. La nostalgia, tal y como la presenta el autor, es pharmakon, o sea, un veneno y un contraveneno; consecuencia de nuestro presente y defensa contra él. Desesperación y frenesí. Algo lo suficientemente inestable como para no solo desdibujar los contornos del futuro, sino directamente de nuestro tiempo. Tanner lleva a cabo un recorrido exhaustivo por algunos de sus hitos para alcanzar una conclusión parecida a la que dejara escrita Milan Kundera: “una realidad, tal cual era, ya no es; su restitución es imposible”. De ahí, pues, que el trabajo estribe en arrancar al pasado de la nostalgia entendida como marca registrada por el capitalismo (no, como bien señala el autor, como añoranza que fluctúa de tanto en tanto en nuestra memoria); abandonar ese horizonte de realidades perdidas que repetimos, parodiamos o sublimamos hasta la náusea; y poder ver entre todo ello apuntes, otras direcciones, que pueden cuajar en un futuro. 


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