Reunidos por Gene van Troyer y Grania Davis, siguiendo los pasos de Judith Merril, los quince relatos que conforman Japón especulativo nos entregan una visión fascinante de la narrativa de ciencia ficción y fantasía japonesa. Fascinante, en primer lugar, por desconocida. En segundo, porque una vez establecido ese conocimiento, aquello que parecía ser es otra cosa, y, de nuevo, nuestras distantes observaciones y nuestras suposiciones chocan con la realidad de las cosas. Las recopilación tiene algo de pionera, en el sentido de que cuando se realizó (pensando en los lectores anglosajones) poco o nada se conocía, más allá de algunas cosas sueltas. Y también por su aproximación a la traducción del género, algo nada sencillo. De todo eso dan cuenta prólogos y epílogos, así como de la vida y obra de los escritores aquí reunidos. De modo que nos quedaremos con los relatos, no sin antes advertir que si hay un género que me es extraño es la ciencia ficción, de modo que las distancias se multiplican. Pero, como tantas veces quieren que olvidemos, la literatura es literatura, y la aquí reunida va más allá de cajones y clasificaciones.
A veces tenemos la sensación de que hablar del futuro en Japón tiene algo de incongruente. Ellos son el futuro. Cuando pensamos en esos años que vendrán, la imagen de ese Tokio hipertecntificado aparece instintivamente ante nosotros (y antes muchos cineastas, como bien hemos podido comprobar). Mezcla fascinante de lo viejo y lo nuevo, la ciencia ficción solo puede ser la realidad de sus días. Pero, eso, de nuevo, no dejan de ser impresiones construidas en el aire de nuestros pensamientos. La primera sorpresa que nos entrega esta antología es que para ellos los otros mundos están en este y el futuro es un presente dislocado.
En el mejor relato del libro (tal vez), Yano Tetsu nos enseña que lo extraterrestre puede ser una simple nave espacial de papel (La leyenda de la nave espacial de papel). Apenas un misterio, alrededor de la vida de una pobre loca y de su hijo de innumerables padres (o ninguno). O Kaijo Shinji y su irónica La Caja Universo de Reiko, en el que eso, el universo, queda reducido a un fascinante objeto, desde luego mucho más atractivo que la vida real y el propio universo a escala 1:1. En ellos, todo es normal salvo ciertas cosas. Y esas cosas son las que nos permiten sobrevivir.
También está el camino inverso. En Hikari, de Kōno Tensei, los hombres se transforman en seres de luz impulsados por un triste deseo de perfección general, ante el que solo se puede echar de menos el dolor de la carne (y de ser). Seres no muy distintos de aquel al que aspira el propietario de el extraño artilugio que se lleva nuestros pesares con solo apretarlo (Me desharé de tu pesar, de Mayumura Taku). Hay algo de terrible y premonitorio: en una sociedad que solo aspira a eliminar todo lo malo, todos los pesares, ¿qué nos queda? Ese no es el Japón de las máquinas, ni tan siquiera el de los hombres-máquina, sino el de los hombres que han renunciado a serlo no por superación sino por sustracción.
Las guerras se han vuelto algo necesario, pero no entendidas como ahora sino convertidas en un deporte más (Otro Prince of Wales, de Toyota Arisutne) y cruzarse con un pájaro puede ser cosa de otra dimensión. Los pájaros son otra cosa como son otra cosa las flores de La vida de las flores es corta (Fukusima Masami) o tantos otros personajes que nos encontramos en la página de esta antología. Como la vida de una caja, simple contenedor que solo entiende de plenitudes (Caja de cartón, de Hanuma Ryō). Con todo, relato tras relato, historia tras historia, vida tras vida, se impone que aquel temor que habita en la ciencia ficción japonesa no es ninguna invasión del más allá, ninguna sociedad tecnificada hasta el abuso, ningún mundo dominado por robots o máquinas. Es más bien el de la pérdida del hombre o, mejor, de la humanidad (no como algo colectivo, sino personal). Como nuestros sentimientos serán sustituidos. Con temor o sin él. O, peor, por necesidad.
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