Ensayo sobre la comedia y los usos del espíritu cómico, de George Meredith (Ediciones del Subsuelo) Traducción de Antonio Lastra | por Juan Jiménez García

George Meredith | Ensayo sobre la comedia y los usos del espíritu cómico

Algunos apuntes personales… Una de mis primeras pasiones (y era solo un crío), fue el humor inglés. Las series inglesas, que por entonces eran un buen puñado, porque aún no se habían descubierto los dramas latinoamericanos interminables, preludio de lo que ahora tenemos: unas vidas más tristes y como necesitadas de algo de humor. Ascensión y caída de Reginald Perrin, El magistrado inglés, Los Roper, o, más tarde,  Allo, allo, La víbora negra, La pareja basura,… El poder destructivo de humor iba en aumento. Y entre los escombros, algo parecido a la vida. La de todos los días. Y una certeza: solo no tomándonos demasiado en serio, podremos llegar a entender algo. También en los demás. El caso es que todas estas series las veía con mi padre, que nunca fue muy constante en su relación con la televisión. Y no tardé en darme cuenta de que mi padre, precisamente él, practicaba el humor inglés espontáneamente, como una forma de entender (o de no entender) el mundo. Dicho lo cual, Ediciones de Subsuelo publica ahora el Ensayo sobre la comedia y los usos de espíritu cómico, de George Meredith (del que algo sabíamos porque habíamos disfrutado aquel El general Ople y lady Camper, publicado por Ardicia). Y tal vez nada tenga que ver con nada (o todo con todo), pero el caso es que volvieron a mí aquellos días del pasado.

Curiosamente, tengo la sensación de que cuando Meredith escribió su ensayo el humor inglés no era nada definido y mucho menos definitivo. Más bien era algo en construcción. Sus referencias a la comedia bien más bien del lado francés, Molière en primer lugar. Y, con Moliére, El misántropo, obra que ocupa buena parte de su ensayo, aquella base sobre la que puede construir algo así como un discurso. Junto a él, como no podría ser de otro modo, William Shakespeare, pese a que sus comedias siempre hayan quedado un poco a la sombra de sus tragedias, porque (y ahora es raro, viendo al público reírse durante la representación de un drama… vidas tristes) durante no poco tiempo, la comedia se ha considerado algo inferior. Ni tan siquiera cosa de actores, sino de algo que llamaremos «cómicos». No me he ido hasta el teatro por capricho. Es el propio Meredith el que se instala en él, dado que su ensayo está más fundamentado en el teatro que en la narrativa. Debe ser, de nuevo, cosa de unos tiempos fundacionales. Si en el teatro la comedia era una bajeza, qué decir de lo que era la comedia en la literatura…

Y los motivos, más allá de los prejuicios, no tenían mucho fundamento, si tenemos en cuenta que otro de los referentes que maneja Meredith es el mundo griego y latino. Porque sí: de nuevo, tras las tragedias estaban las comedias. Aristófanes, Menandro, Terencio y compañía ya habían creado, como los autores dramáticos, un fértil terreno a partir del cual continuar, cultivar nuevas especies. Pero lo dicho, la risa parece haber sido siempre algo propio del populacho, lejos, muy lejos del noble arte de escribir. Y qué duda cabe que, precisamente, fue la cultura inglesa la que le dio un impulso suficiente para convertir la risa en algo bien visto, hasta el punto de ser indisociable de “lo inglés” para algunos de nosotros. El Ensayo sobre la comedia y los usos del espíritu cómico no solo es una conferencia reveladora sobre los modos y las maneras, sino un magnífico testimonio, en primera persona y por uno de sus protagonistas, de la construcción de una manera de entender el mundo. Y la vida.

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