Desencajada la mandíbula, en un instante de accidente Francis Bacon arroja un feroz ángulo negro sobre EL violáceo rostro fantasmal. Tormenta de morados y rosas como anillos de Saturno, indirigibles, infinitos, presos. Y brevísimos azules como luz espectral. El corazón en sacudida, violenta elipse su cuerpo. Gira y gira su mano, en tensión, se agita y grita todo su ser en silencio, impregnado de azar, en trance, consumado y consumido, desquebrajado, entregado al Infierno o Paraíso. Pintar se vuelve sinónimo de éxtasis. Vocación maldita latiendo. Tras el último asalto se detiene. Y respira. Exhala lo que queda de ráfaga dentro de sí, de vida en carne viva. La mandíbula encaja de nuevo en su hueco nato, desequilibrándose en ese torpe ascenso del rostro amoratado, recién nacido en el cosmos, que acaba de crear. En ese agujero negro ya palpita el vacío humano.

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Número ocho
Pa(i)sajes: Tiernos bárbaros
Ilustración: Andrea Reyes de Prado

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