Desde hace unos años, el deshielo y la curiosidad editorial han permitido acercar un poco de la literatura noruega contemporánea al lector. Y, con ello, han ampliado la limitada visión en torno a una sociedad petrificada en su rol de responsabilidad, eficacia y diligencia amplificado por el contexto de crisis que ha sacudido especialmente al Sur de Europa. Tan limitada, en fin, que cada vez resulta menos chocante el temperamento volcánico que exhiben los autores noruegos. La falta de piedad o remordimiento con los que evalúan sus pequeñas miserias; incluso, el complejo de culpa que arrastran a raíz de todas esas expectativas que Europa ha depositado en su carácter y en su disposición para la vida. Por ello, tal vez, uno se atreve a aventurar que el tono confesional es, más que una cuestión de estilo, una necesidad de proyectar los rincones oscuros opacados por el éxito con el que el Norte europeo parece gestionar sus recursos. Es probable que la polvareda que levantó en vida Stig Sæterbakken, sobre todo a raíz del affaire David Irving, desdibujase la fuerza que respiran las páginas de una novela como A través de la noche. Novela final, depositaria de un sentimiento trágico de las cosas que su autor pretende trasladar en todos sus detalles. En cuerpo, pero sobre todo en alma.
Karl Meyer atraviesa esa suerte de barrera crítica para la vida del hombre maduro acomodado; la edad en la que empieza a repasar los años, las promesas cumplidas y los anhelos que no ha conseguido materializar. La edad, en fin, en la que los días de rutina pesan en la conciencia. Y ante ese repentino acceso de soledad y miseria, Karl decide romper con su familia y comenzar una relación con otra mujer. El terremoto, de proporciones íntimas, culmina con la muerte de su hijo mayor. Y con ella, con el desvanecimiento de aquella vida tranquila y molesta que Sæterbakken describe con extraordinaria fidelidad. Así, las pequeñas dudas vitales se transforman en un vacío insondable que solo puede llenarse con una mezcla de culpa y dolor. De rechazo, repulsión y vergüenza. De fracaso, también, cada vez que Karl tira de memoria para remontar las aguas de un pasado que él mismo se encargó de borrar con sus decisiones. Su relación con Eva, los pequeños grandes momentos familiares con los que repesca episodios de la infancia de sus hijos, el trabajo en la clínica dentista que le había granjeado una posición dentro de su comunidad…
Para Sæterbakken, el dolor de su protagonista no es tanto síntoma de su profunda mezquindad como símbolo con el que denunciar que algo se ha roto dentro de la tranquila conciencia noruega. Que algo ha dejado de ir bien, pese a la fachada y los disfraces que se le quieran poner. Que algo duele demasiado como para tratar de arreglar con dosis de civismo y responsabilidad social. Y conviene abandonarlo a su suerte, como un animal herido en lo profundo del bosque. Sin que nadie tenga por qué enterarse de su sufrimiento. De ahí, pues, que Sæterbakken preste su oído, y con él su escritura, a un personaje herido. Cuyo sufrimiento se derrama en cada página sin estridencias, pero desde una sensación de soledad tan aplastante que no podemos evitar sentirnos golpeados. Noqueados. Conmovidos, casi con la necesidad de apiadarnos de las desgracias con las que Karl ha acabado con su vida. Y que Sæterbakken amplifica cada vez que se pregunta, que nos pregunta, qué podemos hacer con ese dolor. Qué sacamos de él. ¿Cómo se puede continuar la vida con una carga tan grande a cuestas?
A través de la noche es, más que un relato sobre la soledad y la muerte, un retrato del malestar que las produce. En él, su autor no se recrea innecesariamente en los efectos -pese a la violencia que imprime al texto, la dureza con la que deja que se juzguen sus personajes, Sæterbakken no elude su compasión por una desdicha que probablemente también vivió en sus carnes. Al contrario, trata de alcanzar, entre titubeos e imprecaciones, una respuesta que pueda aclarar un poco el devastador camino que recorre su protagonista. Que le lleva a cortar cada uno de sus lazos, a borrar sus pisadas, huir a Alemania y, posteriormente, acabar en Eslovaquia. Y recalar en una casa, en una habitación, a la que los suicidas acuden para borrar su memoria. O, quizá sería mejor decir, para tratar de vivir ese último instante de felicidad que nunca pudo llegar a ser. En ese bucle doloroso, en el que el mismo momento se repite una y otra vez, de un párrafo al siguiente, todo termina. Con nuestras heridas expuestas. Con la certeza de que una vida acaba, a falta de mejores argumentos para poder continuar. Sin lecciones, pero con la compasión que, sospecha Sæterbakken, sentimos cada vez que no sabemos cómo reaccionar ante el dolor de los demás. Tras ese miedo con el que, tal vez, pensamos que algún día nos pasará a nosotros. Esa sensación de ser un náufrago de tu propio dolor.
[…]
Si no quieres perderte nada, puedes suscribirte a nuestra lista de correo. Es semanal y en ella recordaremos todo lo publicado durante los últimos días.
1 thought on “ Stig Sæterbakken. La herida y el náufrago, por Óscar Brox ”