Tatsumi, de Yoshihiro Tatsumi (Satori) Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés | por Juan Jiménez García

Yoshihiro Tatsumi | Tatsumi

De una forma u otra, de editorial en editorial, la obra de Yoshihiro Tatsumi nos ha ido llegando. Una parte mínima, claro, porque su producción es interminable, como se puedo deducir de su autonota biográfica, incluida en este volumen. Una obra que podríamos decir que comienza con su encuentro, cuando tenía quince años, con (cómo no) Osamu Tezuka, y que iría apareciendo en innumerables formatos y publicaciones, en un sinfín de editoriales, y recorriendo una gran variedad de temas, aunque a los veintidós y junto con otros autores, crearía y daría nombre al gekiga, el estilo que desarrollara hasta su muerte, en 2015, con ochenta años y, finalmente el reconocimiento mundial que merecía. Un reconocimiento también fuera de us país y coronado por una película, Tatsumi, de Eric Khoo, basada en sus historias. Después de la aparición de Una vida errante (por Astiberri, en dos volúmenes) o Pescadores de medianoche (Gallo Nero), Tatsumi (Satori) reúne nueve relatos que realizó a principios de los años setenta y que aparecieron en revistas como la mítica Garo.

El gekiga sería un intento de algunos dibujantes de manga de huir precisamente de esa definición, acercándose más a la que en Estados Unidos se llamó novela gráfica. Una manera de captar a un público adulto o de escapar a los prejuicios. Algo que nos podría llevar, por hablar de autores sobre los que ya hemos escrito por aquí, como los hermanos Tsuge. Entre un relato personal y el drama de vivir. De vivir, en el caso de los relatos de Tatsumi en un Japón que había salido de la guerra y se había perdido entre una masa informe en la que poco espacio (o tal vez ninguno) quedaba para el individuo. Un individuo insatisfecho, frustrado, derrotado a la espera de alguna pequeña victoria, de algo capaz de cambiar el curso de los acontecimientos o, al menos, de algo diferente. Los intentos de rebelión se suceden y, alguna vez, surge algo parecido a la esperanza, como el fotógrafo de Infierno, que, tras las bombas atómicas caídas sobre Hiroshima y Nagasaki, realiza la foto de su vida: la sombra de un hijo dando un masaje a su madre, último instante de vida.

Si hay algo de lo que sus protagonistas están cerca es de la invisibilidad. El oficinista a punto de jubilarse de La primera vez de un hombre, que quiere algo diferente, otra cosa, fastidiar a su mujer, encontrar una amante, ¡algo! El trabajador que no deja de repetir en su cabeza el Who are you?, gritado por un militar americano cuando lo encuentra saltando una verja. Pero incluso (en uno de los relatos más turbadores del libro, Goodbye) el padre de esa prostituta solo para americanos, perdido en la muchedumbre, el juego, la bebida, que acabará por no ser ni tan siquiera eso, un padre. Perdedores que solo reaccionan cuando algo les aturde, como el boxeador de Campana fúnebre, que necesita ser golpeado implacablemente hasta que le surge una extrema voluntad de matar a su oponente. Cuentos crueles, vidas crueles. Siempre la sensación de ya está, ya han llegado al límite, pero no, no existe, se sigue viviendo, pese a todo, como el protagonista de Querido Monkey, que acaba por lanzarse desesperado en dirección a una masa de gente, tan anónima como él mismo. O La montaña de los viejos abandonados en Tokio, un intento de vivir su vida por encima de un Japón tradicional que debió quedar entre los escombros o que ya poco lugar tienen en esas existencias al límite.

El hombre como perro (Cría). Como ese mono de espaldas al mundo que acabará destrozado por sus semejantes a poco que recobre una ilusión de libertad. La habilidad de Yoshihiro Tatsumi para construir en unas viñetas esos mundos desolados sin esperanza, sucios, tristes, pero que palpitan en cada una de sus líneas. Y palpitan porque con todo, quiere vivir. Y ese querer vivir, recomenzar (como el mangaka de Ocupado) adquiere las formas más extremas o absurdas, la búsqueda del aire en esas atmósferas radioactivas. Los perros, el deseo, la muerte, llamó Boris Vian a uno de sus libros, y en algún sitio así se situa Tatsumi. En el hueco entre esas palabras o entre la existencia misma.


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