El hombre sin talento, de Yoshiharu Tsuge (Gallo Nero) Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés | por Juan Jiménez García
Es complicado separar la vida de Yoshiharu Tsuge de la del hombre sin talento que protagoniza su manga del mismo nombre que ahora, felizmente, edita Gallo Nero. Es difícil porque Tsuge dejó pistas aquí y allá para que se le relacionara convenientemente, y también porque por encima de la historia está el tono, ese color triste, ese negro sobre blanco que deja todas las cosas al aire. El dibujante no llevó una vida fácil y acabó por retirarse poco después de su aparición como libro. Los ochenta llegaban a su final y con ellos, por voluntad propia, su carrera. Lo abandonó todo y desapareció. Hasta nuestros días.
El hombre sin talento es la historia de un dibujante manga que no confía demasiado en su trabajo. En realidad, nada. Piensa que ya no tiene nada que decir en un mundo que está hablando de otras cosas. Y también que nadie está interesado en él. Eso le lleva a intentar otros caminos, cada vez más utópicos, más desconectados de su tiempo, convertido este en una mera abstracción. Reparar cámaras fotográficas y venderlas, pensar en montar una tienda de antigüedades en su propia casa, finalmente vender piedras de río. Sus días como vendedor de piedras transcurren junto al lecho, escondido en una tienda precariamente montada. Nadie le compra nada. ¿Quién puede querer comprar lo que está al alcance de la mano un poco más allá? Por mucho que él piense que en la elección de esas piedras y no otras hay un componente artístico, la gente no quiere saber nada. Ni tan siquiera los coleccionistas de piedras: las suyas provienen de un lugar sin valor.
Su mujer sigue esperando algo de él, sumida en la desesperación. Sigue esperando que vuelva a sus mangas al menos, que abandone esos sueños construidos sobre la nada, sobre el vacio. Su hijo acude a buscarlo tras cada episodio, tras cada fragmento de existencia perdido. Pero él ya no pertenece a ese mundo que le rodea insistentemente, sino a un mundo hecho de sueños. No es un hombre sin talento, sino un hombre que se niega. No es un hombre que se niega, sino un hombre permanentemente insatisfecho e instalado en esa insatisfacción.
En el germen de toda creación se encuentra ese sentimiento de insatisfacción. Uno crea porque necesita superar ese estado, ese enfrentamiento con el mundo. Uno crea para destruir algo: un miedo, un sentimiento, una asfixia, una vida. Uno crea para construir algo: una esperanza, un sentimiento, coger aire, una vida. La obra de Yoshiharo Tsuge se adentra dulcemente en esas razones, sin estar exenta de rabia, porque la rabia y la impotencia entre lo que queremos y lo que hay, forman parte de ese proceso. Su protagonista ha renunciado a la acción, ha renunciado a la búsqueda para entregarse a un proceso de disolución, del que pretende salir chapoteando torpemente en un río que le arrastra.
Aunque tal vez entienda, en algún momento de lucidez, que necesita atravesar esa niebla que le rodea, toda ese silencio que le rodea, esa paz que le atenaza, todo aquello que le parece justo pero que no le permitirá ir más allá. Ese negocio de piedras, en el que no hay que invertir nada, es también esa falta de riesgo. Sin riesgo no hay creación. Sin riesgo no hay nada auténticamente nuevo. Sin riesgo, Tsuge no hubiera creado jamás su propia obra, y negándose a asumirlo, su personaje no podrá escapar jamás de su jaula de piedras de río, de toda esa pesada inacción.
El hombre sin talento esconde una profunda reflexión sobre el acto de crear, sobre el autor, sobre el artista. Yoshiharu Tsuge escondió entre sus páginas, entre esas vidas a la deriva con tontos destellos de esperanza, un abrumador viaje seguramente al fondo de sus temores. Tras él había llegado a un punto de inflexión y tal vez estaría bien preguntarse por las respuestas que de él salieron. Pero se retiró. Y quizás esa fuera su respuesta. Eligió las piedras. Esto es: la nada.
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