Despejado,, de Carys Davies (Libros del Asteroide) Traducción de Gabriel Insausti | por Gema Monlleó

Carys Davies | Despejado,

Desde mediados del siglo XVIII y hasta la segunda mitad del siglo XIX se produjeron en las Tierras Altas y las Islas Orcadas y Shetland de Escocia los llamados Desalojos: el periodo durante el cual comunidades enteras de población rural pobre fueron desplazadas mediante un programa de desahucios forzosos y sistemáticos por parte de los terratenientes que querían instaurar, dada la nula protección legal de sus arrendatarios bajo las leyes escocesas, sistemas de agricultura y ganadería extensivas en busca del máximo beneficio. Miles de personas entre 1750 y 1860 fueron desalojadas y obligadas a dejar no sólo sus hogares sino también su medio de subsistencia, convirtiéndose en mano de obra barata tanto para las ciudades industriales a las que muchas se desplazaron como incluso para los propios terratenientes que los contrataban a posteriori por periodos estacionales. 

Este es el contexto en el que la escritora galesa Carys Davies sitúa Despejado, la historia del isleño Ivar y del presbítero John Ferguson y su esposa Mary. Al contexto de los Desalojos se le añade el de la Gran Ruptura de la Iglesia de Escocia, clérigos que se rebelaron contra el sistema de patronazgo eclesiástico de los terratenientes que los elegían con fines políticos y económicos y que fundaron la Iglesia Libre. Esta nueva congregación, a la que John Ferguson pertenece, renunció a sus casas, sus ingresos y a sus templos, y se veía en la obligación de encontrar fondos para formar las nuevas comunidades de feligreses. Este será el motivo por el que Ferguson, a pesar de sus propias convicciones, acepte el trabajo de viajar, enviado por el propietario de la tierra, a la isla (imaginaria) entre Shetland y Noruega donde Ivar vive para notificarle su desalojo.  

A partir de este planteamiento y situado el contexto la trama transcurre por cauces no previstos, y lo que debía ser una historia de confrontación se convierte en un canto humanista que ensalza la amistad, la diferencia y la identidad. Cuando Ivar encuentra a Ferguson herido en la playa cree que este ha sufrido un naufragio y lo acoge y cuida hasta que se restablece. Cuando Ferguson, momentáneamente amnésico (“todos los hilos inconexos de su ser se reunieron de pronto cuando despertó la mañana del cuarto día”), despierta en la cabaña de Ivar descubre a su lado a un grandullón que habla un idioma desconocido (el nórnico, actualmente extinto). Cuando Mary es consciente del peligro que puede conllevar la misión de su marido, al conocer los incidentes en zonas cercanas, decide ir a buscarlo. Tres personajes desubicados, en tránsito hacia una vida distinta, en una situación de desamparo y soledad, que optan por concentrarse en lo que los une y no en lo que los separa y diferencia. La voluntad por comunicarse, a pesar de no hablar el mismo idioma, se convierte en manos de Davies en una carta de amor al poder del lenguaje cuando Ivar y Ferguson compilan su propio listado de equivalencias, un rudimentario diccionario que ilustra su vida en común. Palabras e idioma que también actúan como metáfora identitaria cuando, tras el borrado por el agua del mar del manuscrito en el que Ferguson traducía los Evangelios, se abre ante él la oportunidad de un nuevo bautismo. 

Y es que esta es una novela de detalles mínimos, de pequeños rituales, de acontecimientos breves (el marco temporal son las cuatro semanas que tardará en regresar el barco que debe recoger a Ferguson tras desalojar a Ivar) y de descubrimientos tan fugaces como reveladores. El autocuestionamiento de las propias convicciones, del sentido de la moral y de la responsabilidad en Ferguson, y la incomprensión abrazada a la sumisión por las circunstancias trágicas de la vida en Ivar (la muerte de su padre y hermanos, el abandono de su madre y hermanas), convierten su relación en un desafío sosegado a las estructuras de poder (que no son sólo las económicas sino también las socio-familiares) en el marco de un paisaje espacio-meteorológico tan bello como violento (“llenándose los oídos del chillido de las gaviotas hambrientas y curiosas que se agitaban en invisibles corrientes en lo alto, del batir de las olas y del estruendoso escarbar del agua en la arena, al retirarse”). ¿Podría decirse que Despejado es un crepuscular western isleño en el que Ivar es el indio y Ferguson el trampero? Podría, en la primera mitad de la novela podría. 

Así como Robinson Crusoe tenía a Viernes por compañero, Ferguson y Ivar mutan su esencia robinsoniana según el momento en una historia construida en capítulos breves que oscilan de la interioridad de un personaje a otro (“Era como si nunca hasta ahora hubiese entendido su soledad del todo; como si, con la llegada de John Ferguson, se hubiese convertido en algo que no había sido nunca, o que no había sido en mucho tiempo: en parte hermano y en parte hermana, en parte hijo y en parte hija, en parte madre y en parte padre, en parte marido y en parte esposa”). La dependencia inicial entre ambos (y la de Ferguson con el barco que debe recogerlo) ahonda en los versos de John Donne que bien podrían ser una de las corrientes subterráneas que inspiraron la historia a Davies. Mary, la más audaz del trío protagonista, la que empeña su anillo de bodas para sufragar los gastos del viaje hacia su esposo, aporta una lucidez que da al desenlace de la historia, situada en 1843, una sorprendente apariencia contemporánea (como tristemente contemporáneo es el inevitable paralelismo entre los desalojos rurales escoceses y las intenciones trumpistas e israelíes respecto a la franja de Gaza).  

La prosa minimalista y las descripciones austeras subrayan la adecuación del estilo de Davies a una trama que no requiere de grandes digresiones, una parquedad argumental que se asemeja a la escasez con la que Ivar vive en la isla y a la que Ferguson y Mary se han visto abocados tras su salida de la Iglesia de Escocia. La dimensión del silencio, los grandes espacios en blanco sobre los que el texto respira, la leura (“una pausa, un periodo de breve y poco fiable calma entre tormentas”), dan paso a la música del oleaje que persistía en mi mente durante toda la lectura de la novela. Y es que Despejado es tanto un desafío a la inmutabilidad (“¿cómo es que nunca vemos que se acercan los grandes acontecimientos?”) como un canto a las mareas, un revés a la omnipotencia y a la rigidez de pensamiento, una apuesta por la camaleonización y por el resituar apacible de unas vidas en lugares jamás imaginados.  

(*) Primer verso del poema homónimo de John Donne 


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