Almanaque. Mil novecientos ochenta y siete – mil novecientos ochenta y ocho, de Péter Nádas (Temporal) Traducción de Mária Szijj y José Miguel González Trevejo | por Juan Jiménez García
Tengo la sensación… Escribir sobre Almanaque. Mil novecientos ochenta y siete – mil novecientos ochenta y ocho está condenado al fracaso. Yo. La derrota de no poder atrapar algo que está ahí, página tras página, que surge, fluye, se escapa. Se escapa en ese intento continuado de Nádas de intentar atrapar aquello, en el pasado, en el presente, en la intuición de un futuro. Sucesiones de historias, desde la simple (pero complicada) visión de alguien en una ventana a los tiempos de la Roma antigua, atravesado por esa relación a tres que vertebra todo el libro, como una herida, más tarde como una cicatriz, en su irremediable tristeza, como un abismo. Digo tristeza, podría decir melancolía y así, volver de otro modo a Nádas. No, es tristeza, sin que haya una razón tras ello, porque el personaje protagonista cree en un determinado orden de las cosas, en la razón, incluso, y entonces deja ir a aquella que quiere hacia aquel que también quiere y piensa que las cosas tienen que ser así y no de otro modo. Pero eso, todo eso, sin que él llegue a decir, sin que el escritor húngaro lo remarque, es triste, como todos estos días medio lluviosos, de nubes y luces apagadas, grises, grises y grises. Piensas que no podrías vivir así. Y sin embargo late en ti el corazón de Centroeuropa. No se puede escribir sobre Almanaque porque este es un intento de construir una narrativa sobre sensaciones o unas sensaciones sobre la narrativa. Nos dejamos llevar, como ese tren que atravesaba Europa. Pienso que Almanaque es una escritura en su cruce con la vida. Por tanto, es tiempo. El escritor tiene un concepto distinto del tiempo y de la Historia. Falta un año, dos años, para la caída del comunismo. Podría estar hablando de su presente, pero elige hablar de presencias y ausencias. La política está en algún lado, pero es tan importante como cualquier cosa. Como en aquel poema de Brecht que luego cantaba Milva, el hilo roto puede ser reanudado. Podemos decir que el libro está atravesado por hilos de vida que Péter Nádas va volviendo a atar. En la lentitud, casi en silencio. Entre todas esas páginas, hay mucho silencio. Silencio y ausencia de ruido. Podríamos pensar que es una misma cosa, pero pienso que el silencio es algo que está y la ausencia de ruido es algo buscado (o encontrado), creado por sustracción. Los silencios son los espacios en blanco de la página; la ausencia de ruido está en los espacios en negro. Por qué toda esta abstracción… Una abstracción que es una necesidad, como si solo escribiendo sobre apenas nada, pudiera alcanzar ese todo de la obra. Hay, debe de haber, una palabra encerrada entre todas las demás, que vaya al encuentro del todo. Hay una que se repite: razón. Tal vez no se repite más que otras tantas, pero pienso en ella, luego es justo atribuirle un mayor valor (qué digo…). Las historias de Almanaque no pocas veces se construyen sobre esa razón (entre todo el sinsentido de los años pasados). Razón es una palabra que suena áspera, aunque contenga tantas esperanzas. Los infortunios de la virtud, decía Sade. Los infortunios de la razón, podría decir Nádas, aunque tal vez, con sinceridad, creyera en sus bondades. Volviendo a triángulo central, a esos amores entrecruzados, todos pierden. Cuando frente a una obra literaria nos quedamos sin aliento, cuando no sabemos muy bien qué decir o, peor, cuando pensamos que no debemos decir nada, por pudor, por timidez, para preservar su fragilidad, recurrimos a la poesía. La poesía es el misterio. La poesía, cuando es digna de ese nombre, siempre es un misterio, aunque sus palabras sean claras, aunque no escondan su significado. Dónde leí la palabra ternura… Tal vez aquí mismo, en las páginas de este mismo libro. Ternura es una palabra blanda, toda levedad, ligereza. Quién sabe si no es esa la palabra bajo la que se encierra, se cierra, Almanaque.