La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine, de Yasujiro Ozu (Gallo Nero) Traducción de Amelia Pérez de Villar | por Juan Jiménez García

Yasujiro Ozu | La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine

Entre mis experiencias más notables como espectador de cine (y ya van muchos años… muchos) siempre quedará aquella del ciclo que le dedicó la Filmoteca Valenciana a Yasujiro Ozu. Cuando se tenía aquel afán totalizador y una cierta ambición. Repito: han pasado muchos años. Los tiempos han cambiado y seguramente no a favor de Ozu. ¿Qué tendrá que ver su cine con estos tiempos? Ese cine tranquilo atravesado por todas las tensiones, aquellos bares perdidos y acogedores, aquellas familias siempre frágiles llegado el momento de su disolución, aquellas habitaciones hacia pequeños jardines infinitos. Cada película se parecía a la anterior. La anterior a una anterior. Esa anterior a alguna por llegar. Como tanto cine japonés, se construía sobre la repetición, las ligeras variaciones. Arte combinatorio. Y sin embargo, nada era (ni es) agotador. Siempre volvíamos a ver aquellas historias por primera vez. Hoy como entonces. Sí. Como el título del libro editado por Gallo Nero, es la poética de lo cotidiano. Es decir, una manera de mirar, de ver. Un paraíso perdido. Otro.

Los escritos sobre el cine de Yasujiro Ozu son más reveladores del hombre que del cineasta. Si es que es posible establecer algún tipo de distinción. Tal vez su cine nos devuelva una idea del hombre que tiene poco que ver con él. Un cine de relaciones familiares hecho por un hombre que no se casó jamás y que vivió con su madre toda su vida. La experiencia como fuente de nada. El misterio como origen de todas las cosas. Sin embargo, leyéndole, no hay nada especialmente extraño. Su cine se construía alrededor de una infinita capacidad de observación. Una capacidad que también llevaba a sus relaciones con el mundo que le rodeaba. Sí, el cine está por todos lados. Sus comienzos, sus influencias, su trabajo con otros cineastas, con otros colaboradores, alguna obsesión. Como si el cine es un lenguaje o, más exactamente, si hay un solo lenguaje, una única manera de contar las cosas (o unas pocas) fuera de las cuales todo sería incomprensible.

El más japonés de los directores de cine japoneses. Cuánto triunfó esa frase y que bien quedaba (y queda, porque aún andamos en esas) por todos lados. Aquello quería decir: el más japonés de los dos o tres que conocemos. Además, ¿cómo siendo japonés se puede ser más japonés que otro japonés? Mejor no me contesto a esa pregunta, que me vienen a la cabeza muchas tonterías con las que convivimos cotidianamente, como si fuera lo más normal. Nosotros, observadores distantes, vemos el exotismo donde solo había una vida normal y corriente, o tan normal y corriente como la de sus personajes. Sus intentos se sobrevivir entre lo cotidiano y lo extraordinario. No, ellos no vivían vidas excepcionales como no la vivíamos nosotros ni Ozu, claro está. Así, en su diario, dicen, abundaban los partes meteorológicos, como cuando no tenemos nada que decir. Lo que hizo grande a Ozu, fue encontrar que eso también era bello. Incluso hasta lo conmovedor.

Leyéndole, nos encontramos con un cineasta que no consideraba hacer nada especial, pero que sí que tenía una idea muy precisa del cine. Una modestia de artesano, que aprendió poco a poco entre los demás y que compartió su tiempo y su vida con alguno de los más grandes directores que ha dado el cine y no solo japonés. Alguien que dejaba pasar la vida y, mientras esta discurría ante su mirada, sacaba fragmentos de ningún sitio para convertirlos en obras de una fragilidad conmovedora. Ya empezadas y a punto de partir, de quedar como un recuerdo más.

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