Trastos, recuerdos. Una biografía de Wisława Szymborska, de Anna Bikont y Joanna Szczęsna (Pre-Textos) Traducción de Elzbieta Bortkiewicz, Ester Quirós | por Juan Jiménez García
No hemos vivido. No hemos vivido lo suficiente, no hemos vivido bien, nadie contará nuestras vidas en las que nada interesante ha pasado. Tal vez alguna cosa, para nosotros, alguna pequeña satisfacción, pero demasiado poco para que alguien más se interese en nuestras cosas. No hemos sido héroes ni tampoco villanos, y no estamos dispuestos a hacer ninguna locura para que la historia nos dedique unas páginas. No seremos portada de nada y ni tan siquiera una pequeña noticia en un pequeño rincón de un pequeño periódico. Solo apareceremos si alguien paga el día lejano de nuestra muerte. Si algo echaremos de menos será que nadie escribirá sobre nosotros un libro como el que han escrito Anna Bikont y Joanna Szczęsna sobre Wisława Szymborska. Y la estupenda edición de Pre-Textos. No, todo eso nos perderemos. Teníamos que haber sido más constantes, más brillantes, más algo. Así solo nos queda leer, reconcomidos (impacientados por una molestia moral) este Trastos, recuerdos.
Como Szymborska vivió una vida al revés, su biografía solo podía ser escrita a la inversa. Ya en su poema Cómo escribir un currículum, la poeta polaca establecía toda las cosas que no se deben contar, que, después de todo, son todas las cosas que vale la pena contar. Por eso lo justo a la hora de remontar una vida es mirar en los cajones (¡no, bajo las alfombras, no!), que es el sitio donde siempre metemos aquello que importa y que luego no lograremos encontrar tan fácilmente (porque hay tantos cajones…). Todos esos trastos de nuestra vida, esas cosas que la gente decente tira y los indecentes guardamos esperando la posteridad. Szymborska amaba las cosas pequeñas, las cosas sin importancia. Hacer postales-collage, comprar pacotilla kitsch, cocinar sopa de sobre (austriaca), que la llevaran en coche,… Escribir poemas. No muchos, los justos, porque escribir poemas no es algo fácil, aunque todo el mundo crea poder hacerlo y sea como una especie de acné juvenil. La poeta se tomaba la vida con humor y su vida llena de cosas pequeñas solo pudo ser alterada lanzando sobre su cabeza el peso de un Premio Nobel. Y ella, que había pasado toda su vida encerrada en pisitos diminutos, viviendo la vida a cucharadas (de café), rodeada de amigos (pero no muy cerca, solo a ratos), enredada en su mundo de versos y libros sobre los que nadie quería escribir, ella, decía, tuvo que salir al medio. Se tuvo que dejar ver, querer. Y hasta contrató un secretario que era tan curioso como ella.
Más allá de los trastos, también están los recuerdos. Pero si los trastos eran pacotilla, los recuerdos están guardados bajo siete u ocho llaves, y es difícil pensar a quién pueden interesar las cosas que uno ha vivido más allá de a uno mismo (y solo a ratos). Szymborska no hablaba de ella, ni de nadie, porque creía, con esa inocencia que siempre mantuvo (de ahí que fuera capaz de sonreír tan a menudo), que lo que se tenía que conocer era su poesía y que allí estaba todo lo que quería contar. Las biógrafas tuvieron que rebuscar en el único rincón donde no logró esconderse muy bien: en sus reseñas literarias, que, como las de algún otro, hablaban más de ella que de los libros. Y como siempre le dejaban los libros sobre los que nadie quería hablar, aquellos que se lanzan a piscinas vacías, ella aprovechaba para contarse. De nuevo a pequeños sorbos.
Biografía-collage: poemas pegados, fotografías de su tiempo y vida, fragmentos de las pocas entrevistas que quiso conceder (casi todas después del Nobel), conversaciones que quiso mantener públicamente, recuerdos de amigos, cosas sacadas de este y aquel cajón. Por todas ellas desfila no solo la escritora polaca, sino todo una época, porque ella no era ajena a su mundo, aunque el mundo no siempre la tuviera en cuenta (¡por fortuna para ella!). Trabajo de reconstrucción para hormiguitas laboriosas, lectura entre la risa y el olvido, Szymborska tal vez nos legó que tan solo se puede vivir en una difícil equilibrio con uno mismo sobre la cuerda del mundo, rodeada de una belleza que espera ser revelada (una y otra vez), una tristeza de gato que espera en vano y la humilde coherencia de quien no espera nada, busca todo y encuentra tanto.