La joven durmiente y el huso, de Neil Gaiman (Salamandra) Traducción de Mónica Faerna García-Bermejo | por Alicia Guerrero Yeste
Hallar cualquier conjugación que varíe, aunque sea milimétricamente, cualquier rasgo en su argumento y sus imágenes mitiga por un momento la sensación de no haber leído suficientes cuentos maravillosos que domina a quienquiera que vorazmente los busque. Sucede al descubrir algún viejo libro, alguna de esas antiguas ediciones que recogen cuentos tradicionales, en los que una específica variante local en la narración desvela otra capa de profundidad en alguno de los símbolos y arquetipos que viven en ellos y se siente una convulsión, rendida fascinación ante la fuerza numinosa de su belleza (en su prodigio estético, en su imprevisibilidad).
Puede suceder también al hallar determinadas reescrituras de estos cuentos de orígenes perdidos en el principio del tiempo. Reescrituras en las que se remueve esa fuente primigenia, explorando un costado desde el que surgen otras revelaciones sobre esos símbolos y arquetipos, evidenciándolos inagotablemente vivos e inapresables en una sola interpretación. Aunque quizá por ello sea de alguna manera incorrecta la palabra reescrituras, porque como hicieran Rilke en El que mató al dragón o Angela Carter, ir a un cuento de hadas significa despertar lugares, el interior de cada uno de sus personajes y encarnarse en ellos sin miedo a llegar al sitio hasta el que la imaginación empuje−ese sitio conocido, en el que se sabe que nunca se ha estado corporal ni quizá tampoco oníricamente antes pero del que vuelve una específica certeza de recuerdo−, y no se esté reescribiéndolos sino despertando su presente. Esta cualidad es la que cabe atribuir a La joven durmiente y el huso de Neil Gaiman, un cuento maravilloso donde las variaciones argumentales no son en absoluto (aunque pudieran parecerlo) ni subversivas ni iconoclastas, sino adentramientos en la simultánea luz y oscuridad que hay en la memoria y latido viviente de la imaginación.
Explica Gaiman en la introducción de Trigger Warning (recopilación de sus relatos breves y «perturbaciones» publicada el pasado mes de febrero) que descubrió a los dos años el cuento de Blancanieves, en un libro preciosamente ilustrado que su madre le leía y que pronto aprendió a leer solo. Aquella historia, las ilustraciones, lo fascinaron. Con los años, comenzó a meditar sobre los aspectos oscuros que parecía haber albergados en ella. La Bella Durmiente era otro de sus cuentos favoritos, añade. Adulto, y alentado por la lectura de unos cuantos gruesos best-sellers, elucubró una versión del cuento que descartó por artificiosa, y porque iba a llevarle muy lejos del lugar que quería que fuese su escritura. Tiempo después, cuando recibió la petición de escribir una historia, la idea para crearla surgió de una pregunta en torno a aquellos dos cuentos. Los mantuvo en el espacio del érase una vez y especuló qué habría sucedido si esas dos historias hubieran confluido y sus dos mujeres protagonistas «hubieran sido activas y no pasivas».
La joven durmiente y el huso («The Sleeper and the Spindle») es posiblemente menos poético que su narración hermana Snow, Glass, Apples: Narrado desde la perspectiva de la madrastra, es un texto de oscuridad suntuosa que subvierte, aunque en una tersa ambigüedad, la noción de pureza y bondad virginal de la princesa. Hay en él turbadores elementos eróticos que hablan del abandono de la virginidad, el uso del dominio sexual. Introduce imágenes vampíricas, la poderosa oposición entre la blancura de la nieve (la piel) y la rojura de la sangre.
Es quizá también menos poético que otro relato -incluido en Trigger Warning-, Diamonds and Pearls: la agridulce traslación del cuento de la huérfana maltratada por sus malvadas madrastra y hermanastra (que lleva a preguntarse si aquella idea para reversionar la Bella Durmiente hubiera sido realmente un fiasco creativo) que Gaiman hace a un escenario sucio y marginal de hoy con yonkis, dealers, prostitutas y perros pulgosos. La protagonista es enviada a realizar una tarea peligrosa al bosque y, recompensada por su bondad para con los diferentes seres feéricos que encuentra, vuelve expulsando objetos preciosos de su boca cada vez que habla; un prodigio que se torna repugnante en la hija de la madrastra, a causa de egoísmo y soberbia.
Pero se mueve de alguna manera en un territorio situado entre ambos: en una capa que podemos reconocer vinculada a cierta imaginería pop de los mundos mágicos, recalcada por estas ilustraciones de Chris Riddell que conviene observar muy despacio porque en ellas se condensan los elementos de terror y fantasía que dan poder a esta historia que no teme en absoluto poseer un cierto componente de ironía (tal vez, el de confesarse un devoto friki de estos universos). Frente a Snow, Glass, Apples, que es primordialmente un relato introspectivo y sombrío, La joven durmiente y el huso es una historia de acción en la que la intensa vitalidad de su protagonista -una reina que en un pasado estuvo bajo un hechizo que la mantuvo dormida durante mucho tiempo, protegida por unos enanos- transita con idéntica fuerza entre lo luminoso y lo tenebroso. Podría osarse a hablar de esa madrastra y de esta reina (las dos mujeres jóvenes, valientes y hermosas) como de variaciones de la madurez de Perséfone -la diosa doncella en la que se encarnaba un complejo estadio de lo femenino, guía en las profundas transformaciones de muerte y renacimiento.
El enfrentamiento aquí es contra la insaciable ambición por acumular hermosura de una princesa dormida (en la que resuena la maldad de la Venus celosa que atormentó a Psique; la belleza de procedencia infernal, y de la que es dueña Perséfone, de la que habla una de las pruebas que Venus impuso a Psique). Blancanieves es una heroína con armadura que debe vencer a esa Bella Durmiente que, salvo a una anciana, sume en un extraño letargo a todos los habitantes de su castillo y del reino, manteniéndolos como siervos bajo un estado sonámbulo que, en una vibración contemporánea, sugieren la imagen terrorífica de una horda de zombis.
Cerramos La joven durmiente y el huso con esa euforia de la infancia que seguía al haber disfrutado la aventura narrada en un relato. Esa identificación completa con el personaje principal, que nos alentaba a ser más valientes y libres, a confiar sin la menor duda en la imaginación, en la vida secreta y más real que nos hacen sentir esos símbolos atemporales: las princesas, el menor de tres hermanos, los castillos, el bosque, los senderos difíciles, el huso, el beso, el sueño…