¡Viva Rusia!, de Rafael Azcona, Manuel Hidalgo, Jorge Berlanga y Luis García Berlanga (Pepitas) | por Juan Jiménez García

¡Viva Rusia!

No pocas veces los personajes secundarios reclaman su protagonismo y el mundo se vuelve del revés (o del derecho) y las cosas son como deberían de ser y no cómo uno quería. Cosas de la vida, que es algo que también está las películas. Algo así ocurrió con La escopeta nacional, en la que los Leguineche, padre e hijo, se imponían al vendedor de porteros automáticos y al político  y a la trama de esa transición entre la falange y el Opus. De nuevo, el esperpento triunfaba frente a lo cotidiano, por muy loco que fuera lo cotidiano. Y lo peor era España, esa España que se despedía de algo para abrazarse a otro algo, nos resultaba igual de bien explicada por unos que por otros. Y el tiempo, que acaba por explicarlo todo y a su manera, como si fuera un niño, acabó por dar la razón, porque la corrupción ha sido un signo de nuestro tiempo, pero ay la monarquía y los marqueses y duques. Restos insumergibles de un naufragio que nunca se dió y que aún podríamos discutir como la llegada a la luna… ¿Pero de verdad ocurrió aquello…? La caída y derrota por muerte espontánea del franquismo, quiero decir…

Entre todo, a La escopeta nacional, le siguió Patrimonio nacional y Nacional III, y ya no había duda en los protagonismos y en qué era lo que explicaba alguno de los muchos entresijos de este país. Rafael Azcona y Luis García Berlanga lograron encontrar en ellos el humor necesario para explicar los enredos en los que andábamos. Dicho lo cual, se preparaba Nacional IV cuando en una de esas, murió Luis Escobar, el insustituible Marqués de Leguineche. Y las vicisitudes de todo esto no las vamos a explicar porque ya las explica Manuel Hidalgo (que retomó el guión cuando empezaron a surgir dudas razonables entre Azcona y Berlanga) o, igualmente, Aguilar y Cabrerizo, principio y fin del libro. El caso es que se recompuso lo que había, se aplicó la tijera aquí y allá, y todo aquello terminó en una caja del Instituto Cervantes, que debía ser abierta ahora, a los cien años del nacimiento del director. Y allí apareció, con el nombre de ¡Viva Rusia! y la autoría de Rafael Azcona, Manuel Hidalgo, Jorge Berlanga y Luis García Berlanga.

A mí, ¡Viva Rusia!, más que una continuación me parece una revisitación. Todos nos remite de alguna manera a La escopeta nacional, excepto que nos falta Luis Escobar. Nuestro vendedor de porteros automáticos, acaba enredado en otro lío campestre con cacería (más exótica) incluida y José Luis, el nuevo marqués por poco tiempo (porque le aparece la hermana muerta, regresada de África, y ni el título le deja), sigue a las suyas, que eran las de entonces. Incluso los personajes de aquel principio encuentran su acomodo ahora, años después, y los fracasos de entonces son los fracasos actuales. En definitiva, hay una España eterna y aún hoy, sin ninguno de todos ellos, otros tomaron el timón para continuar esta historia y en tiempo real. Para completar sus despropósitos, nos encontramos a una familia real rusa posible, hemofílicos aspirantes al trono, con su zar incluído, lo cual despierta el instinto chapucero y arribista del personaje de José Luis López Vázquez. Como ya le pasó a Fellini, Berlanga cayó en todo tipo de dificultades para continuar rodando, y sus últimos años y películas fueron más que lo que quería lo que podía. Y en el camino se quedaron tantas cosas, esta una de ellas. Triste signo de los tiempos, unos tiempos, fueran los que fueran, que él siempre logró captar a través de una de las pocas cosas en las que nos sentíamos libres: el humor.


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