Cartas cruzadas, de Dario Jaramillo Agudelo (Pre-Textos) | por Juan Jiménez García

Dario Jaramillo Agudelo | Cartas cruzadas

Pensaba en una historia íntima del inicio del comercio de la cocaína en Colombia (Dario Jaramillo incide en no llamarlo narcotráfico). No la vida privada de los comerciantes cuando aún ni lo eran y solo era un negocio en el que se intuían ganancias desmesuradas que luego, efectivamente, eran desmesuradas, sino más bien la vida de los otros. Los otros son los que les rodeaban e incluso o, fundamentalmente, los que les amaban. Porque Cartas cruzadas es un libro de amor apasionado por amantes apasionados y su disolución, que no destrucción, frente al acontecer de la Historia y los entresijos del dinero. Esperanzas defraudadas y el reemplazo del deseo físico por el deseo material. Todo es tan extremo que no podemos dejar de pensar en la muerte por electrocución de la sociedad colombiana por ese comercio y, algo que parece muy antioqueño, en palabras del escritor, por su aprecio al dinero. Que, tal vez, solo sea una metáfora de la del amor por sus amenazas, que son tantas. Y así, Darío Jaramillo, en un relato de vidas cruzadas, de vidas que se traslucen en cartas intercambiadas entre los protagonistas o en fragmentos de diario, en esa década que va desde principios de los setenta hasta una revisión en la distancia de los ochenta, al hablarnos de la relación de amistad indestructible entre Luis y Esteban, y la relación de amor infinito e inagotable de Luis con Raquel, más todos los que les son cercanos, construye un mundo perfecto pero que en esa perfección lleva el germen de la insatisfacción. Y este, el de la deriva, capaz de mover lo inamovible y acabar ya no solo con los individuos, sino con las sociedades.

Dice Darío Jaramillo que utilizó el género epistolar (o el diario de Esteban), tan en desuso entonces, hace treinta años, porque él no sabía escribir diálogos. Y esa constricción, acaba por convertirse en un elaborado trabajo de escritura, de escritura de distintos yos que reclaman cada uno sus personalidad, no solo sus vivencias, y, la historia se desdobla en distintos puntos de vista, porque la realidad nunca es una. Y esa restricción nos permite ahondar aún más en esa historia natural de la destrucción. Desde el desencanto de Luis, profesor de literatura y, por lo tanto, clase humilde, a Raquel, que proviene de una familia bien, pero que es capaz de renunciar a todo por estar con él, mientras espera convertirse en periodista. Y entre todo, Esteban, amigo ineludible de Luis, cazador (cazado) de mujeres, y que aspira a no hacer nada o no mucho, si acaso un poema en el que trabaja hace años, mientras, para ocupar su tiempo, hace periodismo deportivo. Y esa revisión de su historia, por unos y otros, cada cual con sus motivos, con sus razones, con sus miedos, temores y esperanzas, al final se nos presenta como la única manera de acercarnos a esa corrupción de la sociedad, atravesada, literalmente, por el olor nauseabundo del dinero del comercio de la cocaína.

Cartas cruzadas podría llamarse también vidas cruzadas. El ascenso del comercio de la cocaína, la destrucción de lo íntimo, las ambiciones públicas, la necesidad del dinero, la obsesión por él como algo más fuerte incluso que el más fuerte de los amores. Los personajes secundarios, los extraordinarios personajes secundarios que transitan por esas cartas, por ese diario, por esas vidas, dan el contrapunto, en su mayoría capaces de vivir fuera de esas ambiciones (pero también fuera de aquellos lugares o, presentes, derrotados por ellos, ausentes). Al final, a esas obsesiones se les opone una voluntad por vivir. Respirar un aire más allá de ese otro irrespirable. Un enorme trabajo de escritura para dar a cada cual lo suyo y a nosotros, lectores, el relato de un tiempo que nunca pasó, sino que se transforma eternamente. Las mismas dudas, las mismas elecciones, las mismas pequeñas o grandes derrotas y victorias.


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