¿No queda nadie vivo?, de Agnes Pérez Massegú (Satori) Traducción de Marta E. Gallego | por Juan Jiménez García

Shirō Maeda | ¿No queda nadie vivo?

Confieso que hay algo que me resulta, bien pensado, inevitable. Cuando pienso en teatro japonés contemporáneo pienso que, alguien, en algún lugar, en algún momento, debe estar haciendo un teatro del absurdo. Beckett en Japón. Porque, quién sabe si por mi largo camino por su cinematografía (y uno más breve, aunque abundante, por su narrativa), entiendo que el absurdo es algo, de algún modo, intrínseco a la cultura japonesa de los últimos, pongamos, cien años, tal vez más. Y bien, dentro de la colección de teatro que está publicando Satori, Shirō Maeda entraría en esa categoría. Un argumento en buena medida delirante y unas conversaciones que parecen suspendidas en la nada, pero orgánicas, como atravesadas por un insospechado hilo. Maeda no es solo dramaturgo. Como parece repetirse en esta selección inicial de cinco libros, funda su propia compañía en 1997, Gotanndadan. Pero también es escritor, novelista y director de cine, además de haber sido adaptado él mismo, con un notorio éxito y popularidad.

El planteamiento de ¿No queda nadie vivo? es sencillo, un armazón: ha ocurrido un accidente y los ecos de ese accidente llegan hasta el área de descanso de una universidad y una cafetería cercana, unos espacios difusos en los que conviven los dieciocho personajes de la obra, diecisiete de los cuales morirán, entre lo inesperado y lo esperado. El accidente, que primero parece de tren y luego una señal del fin del mundo, es un aspecto más de la obra, otro tema desdibujado, y es que todo está así, bosquejado por breves diálogos sin ningún propósito, momentos de vida sin un especial sentido o propósito, al principio ignorantes de su próxima suerte y, finalmente, embargados por el miedo a ser los siguientes en desvanecerse. Y, sin embargo, como indicaba, Maeda sostiene esas no tramas alrededor de una difusa intriga en algo adictivo. ¿Pero qué es el teatro del absurdo sino esa fatal atracción por el vacío?

¿Qué nos separa de esa cotidianidad trágica? Como en Esperando a Godot, esperamos. También los personajes de ¿No queda nadie vivo? esperan. Una solución, un helado, una enfermedad, la muerte del otro, la propia. El teatro del absurdo es el teatro de la espera. Una espera sin respuestas, sin llegadas. Sin solución. Sin tragedias. Maeda renuncia a la tensión acelerando la sucesión de los acontecimientos. Como un goteo en el que acaba por desbordarse el agua e inundarlo todo, pero lo importante está ahí, en algún lugar, un punto flotante. Cómo nos enfrentamos a lo inevitable, como obviamos lo obvio y convertimos en invisible aquello que no nos interesa o que no acabamos de comprender o, simplemente, que nos resulta lejano porque es una cuestión de los otros. Esos otros. La resignación ante una derrota ni tan siquiera anuncia, sino presentida. El presentimiento del fin del mundo. De un fin del mundo.


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