Música de un pozo azul, de Torborg Nedreaas (Errata Naturae) Traducción de Mariano González Campo | por Francisca Pageo
¿Y si no somos nosotros los que nos aproximamos a la música? ¿Y si la música es la que se aproxima a nosotros? O, mejor aún, ¿y si la música nace de las propias cosas, de las propias personas, haciendo que sean nuestras vidas las que bailan? La pequeña Herdis es la protagonista de esta historia de música propia, una música melancólica, nacida de un pozo azul que lo envuelve todo. Música de un pozo azul es, así, una novela que es un poema.
Estamos a principios del s.XX, en Bergen, y una familia está a a punto de dejar de serlo: Herdis experimentará cómo sus padres se separan. Pero Herdis no es como aquella Maisie de Henry James, Herdis aquí es como una flor que se va abriendo: a la pubertad, a su propio crecimiento, a la poesía, a la música que va naciendo en su interior. Música de un pozo azul es una novela de crecimiento, de la pérdida de una inocencia que poco a poco vamos dejando atrás. Música de un pozo azul es una novela melancólica, llena de deseo, de pureza, de vida interior. Una novela de sensaciones, pues el espacio y el sonido no son solo adornos, son los elementos entre los que se mueven los personajes que aquí hallamos.
Lo que me gusta de Música de un pozo azul es su lirismo latente. Torborg Nedreaas construye un poema sobre la separación de una familia, pero no lo hace de manera triste, no podemos apreciar una tristeza aquí, es más bien algo melancólico, un placer de lo que estamos dejando atrás y de lo que estamos esperando, deseando, que llegue. Herdis, la niña protagonista de nuestra historia, empieza a mirar con otros ojos las cosas, empieza a saber lo que significa el enfado, la frustración, el inicio de una nueva vida a la que ha de aferrarse aunque no lo quiera. Y como no podía ser de otro modo, Herdis se aferra a la poesía, se aferra a su cuaderno que en el inicio de este libro le regalan. Me interesa cómo los pequeños detalles cobran vida propia haciendo que la historia que se nos cuenta sea como un Atlas Mnemosyne, esa obra de Aby Warburg en la que cada fotografía y detalle hacen formar un todo, la obra misma. Pienso en esta novela como una novela de fragmentos como versos en prosa, destilando rasgos de la naturaleza, del interior de Herdis, de su vida y lo que la rodea. El inicio de la Primera Guerra Mundial, que actúa como telón de fondo de Música de un pozo azul, es como si vaticinara un poco las cosas, como si en esta novela también tuvieran que haber ganadores y perdedores, recordemos que los padres de Herdis se separan. Pero aquí no pierde ni gana nadie, aquí, simplemente, se vive. Dejamos algunas cosas atrás, sí, pero nos esperan otras. ¿No es la vida eso a fin de cuentas? Un eterno cambio ante lo que vamos construyendo.
Creo que la sensibilidad de esta historia, por cómo está contada, por cómo lo siente todo la protagonista, es propia de una sensibilidad poética que nos lleva a ver la belleza de la vida, y esa melancolía desprendida, no es ni más ni menos que lo que hallamos en ella. ¿Para qué aferrarnos a lo que ya no puede ser posible? No tiene sentido. Tenemos que aferrarnos a lo que sentimos, a lo que construimos en el día a día, como esos fragmentos que aquí leemos.
Leo Música en un pozo azul y me pregunto cuántas veces volveré a leerla, porque a los poemas se vuelve. Una y otra vez. Como esas melodías que se quedan en nuestra cabeza y no se quieren marchar.
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